DON ANTONIO BELTRÁN. IN MEMORIAM
Don Antonio Beltrán era un hombre curioso, no sólo en el sentido de que la curiosidad le llamaba constantemente a buscar sino en el sentido de que él mismo despertaba la curiosidad de los demás. Desde luego, la mía. Lo conocí muy pronto, nada más comenzar primero de Filosofía. Yo no sabía que él era el Decano, ni en general quién era quién en esa facultad. Sólo sabía que su nombre figuraba en la puerta del despacho que había junto a un retrete limpio y espacioso en el que yo me metía cada mañana después de haber constatado cómo eran los retretes de los alumnos, sobre todo el del bar: cuchitriles infectos en los que todo humillaba y dificultaba la tarea principal. Así que yo empleaba un retrete estupendo en un rincón de un piso de despachos de profesores (luego supe que de Historia).
- ¿Podría esperarme, por favor?, me dijo. Y entró en el retrete.
Cuando salió estaba mucho más relajado. Pero frunció las cejas al acercarse a mí.
- Mire usted, caballero. No puedo impedirle que use estos servicios que les están prohibidos a los estudiantes. Hay algo de mi humanidad que me impide cerrarlos con llave y dejar a otros seres humanos sin su desahogo. Pero vamos a quedar en una cosa, si no le parece mal: usted cambia su horario y me permite mantener el mío, ¿me comprende? Si lo hace así, su Decano se lo agradecerá muchísimo y usted no tendrá que buscar acomodos lejanos o inexistentes. ¡Que ya sé cómo está el paño en esta pobre facultad!
Una mañana, saliendo de aquel inesperado templo de la higiene, me di con él (a quien no conocía), casi de golpe: salía del despacho y su gesto evidenciaba un cabreo más que regular.
- ¿Podría esperarme, por favor?, me dijo. Y entró en el retrete.
Cuando salió estaba mucho más relajado. Pero frunció las cejas al acercarse a mí.
- Mire usted, caballero. No puedo impedirle que use estos servicios que les están prohibidos a los estudiantes. Hay algo de mi humanidad que me impide cerrarlos con llave y dejar a otros seres humanos sin su desahogo. Pero vamos a quedar en una cosa, si no le parece mal: usted cambia su horario y me permite mantener el mío, ¿me comprende? Si lo hace así, su Decano se lo agradecerá muchísimo y usted no tendrá que buscar acomodos lejanos o inexistentes. ¡Que ya sé cómo está el paño en esta pobre facultad!
Ésa fue mi primera conversación con Don Antonio Beltrán, en la que me enteré de su cargo, humor y humanidad.
No mucho después su intervención ante un profesor fascista que me buscaba la ruina impidió que las cosas llegaran a mayores y se me expulsara definitivamente de la Universidad, en la que sobrevivía expedientado. Más favores en su cuenta.
Conforme pasó el tiempo fuimos teniendo un trato en el que por su parte parecía disfrutar de mis locuras juveniles y a mí me divertía mucho su forma de plantear cualquier tipo de cosas. Plantearlas, quiero decir, en privado, en los pasillos y a puerta cerrada. Sus intervenciones oficiales las desconocía y prácticamente las desconozco aún.
Cuando bastantes años después publiqué mis “Memorias de un joven comunista”, ése “Uno de los nuestros” en el que hablaba de él, don Antonio quiso hablar conmigo. A él mismo le tentaba la idea de publicar recuerdos de los que desembarazarse haciéndolos públicos “de una puñetera vez”. Hablamos del asunto. Me contó muchas cosas que han quedado en secreto porque al fin no se puso a la tarea o si se puso no fue a mí a quien me dio permiso para divulgarlos. Don Antonio vivió mucho y vio y escucho mucho. Su vida académica era una cosa, pero su vida como ciudadano era mucho más amplia y sorprendente aún.
Don Antonio Beltrán era una interesante persona a quien también le gustaba representar el personaje que había ido preparando para sí mismo a fuerza de mucho callar, mucho reír y mucho registrar en sus amplísimos archivos personales.
Para ese joven comunista necesitado de amparo matinal fue una sorpresa mayúscula el encuentro con Don Antonio, que fue el primer encuentro con un Decano. Para este cincuentón aún rojo a mucha honra, su confianza (no sé si puedo llamarlo amistad) fue siempre un motivo de alegría. Tal como anduvo el país durante algunos años, incluso tal como anda, ese grado de complicidad del que me hizo partícipe y con la que me honró siempre significaba para mí lo que siempre he pensado que era una señal de que es posible andar sobre las aguas. Ya sé que exagero, pero me da igual.
6 comentarios
artur cebrià i escuer -
Un incidente poco conocido en la vida dde A beltrán es su encarcelamiento y procesamiento hasta finales de 1941, relacionado con Olot, en Gerona por algún hecho político,
Su vertiente política me parece sorprendente pues en su innumerable bibliografia no hay pista alguna.
Agradeceré cualquier dato.
Carlos García de la Vega -
Cuatro libros de memorias. Nada menos.
Por cierto, en el susodicho blog, también se dice que combatió con el ejército de la Repúblcia, que estuvo en un campo de concentración, y todo fue cierto. Carlos
mayordomo -
No lo conocí en exceso, pero las pocas veces que tuve el placer de verle, oirle y atenderle me pareció un hombre muy cabal, muy humano y con un fenomenal sentido del humor.
Arremeter de esas maneras contra una persona que estaba aún en cuerpo presente me parece una indecencia mayúscula.
Tremisis -
ExSraPerez -
ExsraPerez -
Pd. Me gusta tu blog, Javier.