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javierdelgado

GRAMSCI EN LA CÁRCEL: EL ERROR DEL AISLAMIENTO (I).

GRAMSCI EN LA CÁRCEL: EL ERROR DEL AISLAMIENTO (I).

 

Al poco de ser encarcelado, Antonio Gramsci toma algunas decisiones equivocadas, que serán decisivas; supondrán dificultades añadidas para su supervivencia en la cárcel.

 

La primera es la decisión de aislarse de sus compañeros. Aislamiento intelectual pero sobre todo físico. El Gramsci que ha sobrevivido durante años gracias a compartir con sus compañeros de lucha el día a día, los anhelos, la ilusiones, las decepciones y los temores, el Gramsci que ha ejercitado a cada minuto la comunicación hablada y escrita y ha dado y recibido compañía y apoyo, se encierra en sí mismo y se aleja de los suyos.

 

Gramsci piensa que, dadas sus condiciones de salud, necesita una celda para él solo. La pide y la consigue. Pero con eso no sólo no soluciona sus problemas de salud, sino que los agrava. Por su lado, porque a cambio deberá aceptar una celda junto a la que el movimiento de los carceleros será incesante, impidiéndole descansar y agravando su insomnio. También se demostrará que cuando sufre crisis más intensas necesitará de la compañía de un camarada que vele por su salud. Por el lado de sus compañeros, además, esa vida en su celda individual (ese “privilegio”) nunca será comprendido. Cualquiera que haya pasado algún tiempo en una cárcel (o en una habitación de hospital) sabe por qué.

 

Pero lo decisivo es que un hombre en la cárcel no sobrevive aislado. Eso lo saben muy bien las autoridades carcelarias que por eso inventaron muy pronto las “celdas de castigo”, las “celdas de aislamiento”. El día a día de la cárcel es duro para cualquiera y tod@s necesitamos la compañía (incluso con sus momentos irritantes) para sobrellevarlo. Tanto es así que todos los colectivos de presos que han existido decidieron castigar “aislando” a los compañeros a los que rechazan (por las razones que sean en cada caso) con diversos grados, todos muy dolorosos, de aislamiento.

 

Gramsci reforzará muy pronto sus razones personales para su aislamiento de sus compañeros apoyándose en la realidad de unas discusiones que pasaban de lo agrio a lo violento: las opiniones sobre la situación italiana chocan, y quien había celebrado la realización de “cursos” en la cárcel pronto hará todo lo posible para cerrar “la escuela” (y lo conseguirá). Para Gramsci aparece como un mecanismo de defensa (incluso física): sus compañeros no aceptan sus opiniones contrarias a las consignas de la nueva dirección clandestina del Partido, se produce un riesgo de desmembración, de acciones “fraccionales”, etc.

 

 Pero en realidad está cometiendo un enorme error, que pagará muy caro. En la cárcel es posible mantener grados diversos de comunicación con los compañeros: horas, motivos, personas, pueden ser (lo son, de hecho) seleccionados para que la convivencia no se convierta en un infierno para nadie. Gramsci estaba acostumbrado al debate y a la amistad con quienes no compartían con él todas sus opiniones, ni siquiera las fundamentales (desde su militancia socialista en el “Avanti!” turinés hasta su militancia comunista en la máxima dirección del PCI). ¿Por qué, entonces, cerrarse a cualquier comunicación cotidiana con unos hombres con los que le unía mucho más que le separaba y con los que podía mantener lazos de afecto y estima por encima de las diferencias de opinión? El Gramsci que se “autoexcluye” de la vida colectiva en la cárcel no es el Gramsci tal como se le ha conocido hasta entonces durante una docena de años de intensa vida en común.

 

Cualquiera puede comprender que una actitud “esquiva” (en realidad, totalmente aislada) produce inmediatos  mecanismos de repulsa y rechazo por parte del resto del colectivo, más aún si se trata de un colectivo de hombres encarcelados. Y más aún, si cabe, si se trata, como era el caso, de militantes de un mismo partido político. Si además quien se aisla es un militante intelectual rodeado de militantes obreros de un partido que se autodenomina “vanguardia de la clase obrera”, el problema se complica.

 

Hace veinticinco años no entendí, por más que lo intenté, cómo fue que Gramsci no se dio cuenta de que había cometido un grave error al aislarse incluso físicamente de sus camaradas encarcelados. Hoy día no entiendo tampoco cómo Gramsci no rectificó a tiempo. Creo que no exagero si digo que en la cárcel, y más entre camaradas, es posible siempre un “reencuentro”: ambas partes aceptan algo de culpa en las dificultades de la relación, etc., (ni siquiera es absolutamente necesaria una exprsión explícita de esta “negociación”) y la vida en común recomienza incluso en mejores condiciones de las que había antes del aislamiento. Mantenerse inflexible a estos efectos es buscarse “la ruina”, como lo han expresado desde hace cientos de años los presos.

 

(Seguiremos)

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