Insólito serbal en R.Rebolledo del barrio de Las Fuentes
Durante un tiempo
está bien dedicarse a contar árboles
y a preguntarse por qué fallan las cuentas:
qué fue de aquel olmo
que sombreaba la esquina de una calle,
a dónde fueron las almas de los sauces
que lloraron tanto junto a las acequias,
qué manos nocturnas arrancaron la frágil
estatura del ciruelo florido,
cuántos golpes sufrieron las robinias
tan peligrosamente cercanas a los coches.
Durante un tiempo
la ciudad entera no son sino árboles
alzando sus ramas hasta alcanzar
las cifras oficiales
y mis ojos se habitúan a ver
el rastro fantasmal de los que ahora
no están, no saben, no contestan.
Apunto hasta el detalle, sumo y resto,
multiplico (afortunadamente,
los árboles no tienen
raíces cuadradas),
alguna vez divido
por el número exacto de los habitantes
humanos de un barrio lleno de árboles:
en muchas ocasiones un solo árbol
les toca en el reparto
a un montón de vecinos:
mejor que no acudan a la vez a su sombra
mejor que pasen ignorantes
a su lado, llenos de orgullo
por tener un papel que asegura
que tantos o cuantos árboles son suyos
de una manera muy especial,
como pueden ser nuestros
los árboles de las ciudades.
Los cuento
y repaso las cuentas
y me pregunto qué manos
violentaron la joven
silueta de un almez
de aquellos que alegraban
las aceras de toda una calle.
Ahora esa ausencia perturba
mis cuentas, rebrinca las largas
series de números, irrita los totales.
¡Ah! ¡Si cojo a quien rompió los corazones
de todas las koelreuterias paniculatas
de una plaza! ¡Si le cojo!
Haré mis cuentas
una y otra vez
hasta saber su nombre,
domicilio, carnet de identidad,
sus gustos y sus miedos,
sus amigos baratos, sus caprichos
más caros.
Pienso poner bien subrayado
el número del árbol en la lista
de los árboles muertos,
la lista,
la estadística,
la logística,
la impertinente pregunta
del contador de árboles.
¿Cuántos sumaban
antes de las doce en punto?
¿Cuántos quedaban al amanecer?
Recuerdo esas ramitas
con hojas de juguete
temblando a la brisa de la tarde,
recuerdo aquellos troncos
marcados por la fatalidad.
Echo mis cuentas
y siempre me faltan.
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