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javierdelgado

Insólito serbal en R.Rebolledo del barrio de Las Fuentes 

Durante un tiempo

está bien dedicarse a contar árboles

 y a preguntarse por qué fallan las cuentas:

qué fue de aquel olmo

que sombreaba la esquina de una calle,

a dónde fueron las almas de los sauces

que lloraron tanto junto a las acequias,

qué manos nocturnas arrancaron la frágil

 estatura del ciruelo florido,

cuántos golpes sufrieron las robinias

tan peligrosamente cercanas a los coches.

Durante un tiempo

la ciudad entera no son sino árboles

alzando sus ramas hasta alcanzar

las cifras oficiales

y mis ojos se habitúan a ver

el rastro fantasmal de los que ahora

no están, no saben, no contestan.

Apunto hasta el detalle, sumo y resto,

multiplico (afortunadamente,

los árboles no tienen

raíces cuadradas),

alguna vez divido

por el número exacto de los habitantes

humanos de un barrio lleno de árboles:

en muchas ocasiones un solo árbol

les toca en el reparto

a un montón de vecinos:

mejor que no acudan a la vez a su sombra

mejor que pasen ignorantes

a su lado, llenos de orgullo

por tener un papel que asegura

que tantos o cuantos árboles son suyos

de una manera muy especial,

como pueden ser nuestros

los árboles de las ciudades.

Los cuento

y repaso las cuentas

y me pregunto qué manos

violentaron la joven

silueta de un almez

de aquellos que alegraban

las aceras de toda una calle.

Ahora esa ausencia perturba

mis cuentas, rebrinca las largas

series de números, irrita los totales.

¡Ah! ¡Si cojo a quien rompió los corazones

de todas las koelreuterias paniculatas

de una plaza! ¡Si le cojo!

Haré mis cuentas

una y otra vez

hasta saber su nombre,

domicilio, carnet de identidad,

sus gustos y sus miedos,

sus amigos baratos, sus caprichos

más caros.

Pienso poner bien subrayado

el número del árbol en la lista

de los árboles muertos,

la lista,

la estadística,

la logística,

la impertinente pregunta

del contador de árboles.

¿Cuántos sumaban

antes de las doce en punto?

¿Cuántos quedaban al amanecer?

Recuerdo esas ramitas

con hojas de juguete

temblando a la brisa de la tarde,

recuerdo aquellos troncos

marcados por la fatalidad.

Echo mis cuentas

y siempre me faltan.

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