MERCÈ RODOREDA. ARTÍCULO PUBLICADO EN HERALDO DE ARAGÓN, SECCIÓN "ARTES Y LETRAS", EL JUEVES 8 DE MARZO DE 2007
ARTÍCULO PUBLICADO EN HERALDO DE ARAGÓN, SECCIÓN "ARTES Y LETRAS", EL JUEVES 8 DE MARZO DE 2007
MERCÈ RODOREDA
Un abuelo profundamente catalanista, unos amantísimos padres amantes también de las letras, un tío carnal con el que se casó a los veinte años enamoradísima y con quien prontamente desenamorada tuvo enseguida un hijo; todo eso, en la multifocal Barcelona de principios del siglo XX, fueron los elementos con y contra los que Mercè Rodoreda creció y se hizo una grandísima escritora. Lo que fue primero una válvula de escape a su desesperanza pronto sería su forma de encontrar su lugar en un mundo grande y terrible al que ella deseaba pertenecer por méritos propios. En 1938 ya tenía en su haber al personaje de “Aloma” con el que fue premiada y admirada y respetada. La pulcritud lingüística, el bisturí psicológico y la detallada recreación de lugares e interiores sociales fueron instrumentos forjados durante años a fuerza de mucho esfuerzo; su desbordante imaginación, una fuerza interior tan brutal que se empeñó en domeñar hasta que pudo cabalgarla sin montura ni bridas ni aparente destino: de las formales ”La plaça del diamant” (1962), “La meva Cristina i altres contes” (1967) y “Mirall trencat”(1974), saltó por fin a su madura libérrima escritura: “Viatges i flors” (1980), “Quanta, quanta guerra…” (1980) y esa maravilla hecha novela o sueño novelado: “La mort y la primavera” (1986), publicada ya póstuma: la más rara contemporánea poesía catalana en prosa (el único a su altura, Père Gimferrer). Los largos años de un exilio en el que su libertad vital, su nuevo amor, su individualidad nunca traicionada, su escritura cada día más intensa fueron incomprendidas por mandamases cicateros y por admirativas almas de cántaro crearon a su alrededor cierto extrañamiento, una hostil distancia. Pero finalmente sus luminosas alas, las olas espumosas, la trajeron hasta su Romanyà de la Selva (Gerona) y entregaron su cuerpo a la tierra.
MERCÈ RODOREDA
Un abuelo profundamente catalanista, unos amantísimos padres amantes también de las letras, un tío carnal con el que se casó a los veinte años enamoradísima y con quien prontamente desenamorada tuvo enseguida un hijo; todo eso, en la multifocal Barcelona de principios del siglo XX, fueron los elementos con y contra los que Mercè Rodoreda creció y se hizo una grandísima escritora. Lo que fue primero una válvula de escape a su desesperanza pronto sería su forma de encontrar su lugar en un mundo grande y terrible al que ella deseaba pertenecer por méritos propios. En 1938 ya tenía en su haber al personaje de “Aloma” con el que fue premiada y admirada y respetada. La pulcritud lingüística, el bisturí psicológico y la detallada recreación de lugares e interiores sociales fueron instrumentos forjados durante años a fuerza de mucho esfuerzo; su desbordante imaginación, una fuerza interior tan brutal que se empeñó en domeñar hasta que pudo cabalgarla sin montura ni bridas ni aparente destino: de las formales ”La plaça del diamant” (1962), “La meva Cristina i altres contes” (1967) y “Mirall trencat”(1974), saltó por fin a su madura libérrima escritura: “Viatges i flors” (1980), “Quanta, quanta guerra…” (1980) y esa maravilla hecha novela o sueño novelado: “La mort y la primavera” (1986), publicada ya póstuma: la más rara contemporánea poesía catalana en prosa (el único a su altura, Père Gimferrer). Los largos años de un exilio en el que su libertad vital, su nuevo amor, su individualidad nunca traicionada, su escritura cada día más intensa fueron incomprendidas por mandamases cicateros y por admirativas almas de cántaro crearon a su alrededor cierto extrañamiento, una hostil distancia. Pero finalmente sus luminosas alas, las olas espumosas, la trajeron hasta su Romanyà de la Selva (Gerona) y entregaron su cuerpo a la tierra.
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