Hace, pues, más de treinta años que esta dama negra, con amplio escote y generosa sonrisa, con traje de colores alegres y geométricos y gran lazo en la cabeza, lucha para promover la plantación masiva de árboles en todo el planeta. Árboles adecuados según el clima en el que se asienten. Su propuesta es plantar mil millones. Viendo a esta mujer, parece que difunda todo el aroma de África, su alegría, su vitalidad y su ritmo. Plantar árboles en toda la tierra, pero sobre todo en África y en los países del sur, que son los más necesitados porque ahí (aquí) la deforestación ha sido y es especialmente cruel. Y la deforestación es una de las principales causas del cambio climático, pues su efecto viene a ser como el 20% de las emisiones procedentes de la quema de combustibles fósiles. A partir de ahí, la ONU ha decidido unirse a este movimiento. En internet todos podemos encontrar información (www. unep.org/ billiontreecampaign).
La importancia de los árboles es mucho mayor de lo que nos podamos creer. Son fundamentales para la vida del planeta, son signos de belleza y poesía, de vida y esperanza, son signos también de cultura. Debieran ser nuestros inseparables compañeros dado los beneficios que producen: atraen la lluvia y proyectan sombra y, por lo tanto, suavizan los climas áridos y secos. Absorben la contaminación y producen oxígeno. Protegen el suelo con sus raíces mitigando la erosión, no dejando que la tierra sea arrastrada por el agua sino al contrario, reteniéndola y captándola hacia su interior. Y no sólo son beneficiosos para los humanos, también para los animales, pues forman parte de su hábitat y protegen la biodiversidad.
A menudo sentimos el desconsuelo al pensar qué mundo legamos a nuestros hijos, pero si nos adhiriéramos a esta campaña nos solidarizaríamos con el mundo entero, aliviaríamos nuestras conciencias y les daríamos a ellos una especie de legado que deberían continuar. En el momento en el que vivimos, cuando ya son tan claras las muestras de agresividad de nuestra cultura, cuando ya el cambio climático es un hecho irrebatible que no podemos negar, plantar y sembrar la tierra de árboles sería también una manera de formar una red entre humanos, un darnos la mano, uno a uno, país a país, y un acto de generosidad para nosotros, para la tierra, para nuestros descendientes. Un acto también de amor y de querer borrar o reparar las agresiones que les hemos infligido. Porque estábamos ciegos y llenos de soberbia. Llenos de incultura y de petulancia. Lejos de la poesía y de la ciencia.
En nuestro país hemos respondido tímidamente a esta campaña y los políticos no le han dado la suficiente importancia. ¿Por qué? La comunidad de internet Treenation.com (www.tree-nation.com) con sede en Barcelona se ha comprometido a plantar ocho millones de árboles en el desierto del Sahara.
Deberíamos sumarnos a esta propuesta. Pero empezando por nosotros mismos. Supongo que el País Valenciano no es la única comunidad de la que se puede decir que está muy lejos de estas actitudes tan positivas, pero sí que es verdad que aquí se omite, se desconoce, casi se niega su existencia. No vemos. Como niños pequeños malcriados, no hacemos caso de lo que tenemos. Lo silenciamos. Y el silencio puede tornarse en el peor de los desprecios. El silencio puede aniquilar. Así, bien puede comprenderse que no protestemos por el estado lamentable de los que pueblan la Alameda, varios de ellos centenarios. Y también podemos comprender las podas no profesionalizadas a las que anualmente están sometidos ; o el pésimo gusto de nuestra Administración al plantarlos en una calle, o en una plaza o cobijando un monumento. Ejemplos los hay: la plaza posterior de la Universidad o la calle de Colón.
El árbol no es un adorno que se planta, se estropea y se pone otro. El árbol es algo maravilloso, con muchas propiedades necesarias para nuestra vida, que tarda años en crecer. Y así lo tendríamos que comprender. El resto es incultura, lejanía, dureza.
*Profesora de Historia del Arte.
www.terracritica.org
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