JARDINES ANTIGUOS DE VALENCIA. UN BONITO ARTÍCULO DE J.M. LOZANO
(De http://www.lasprovincias.es/valencia)
VALENCIA DE MIS PECADOS
Jardines muy antiguos
Me van a permitir que continúe con mi conocida afición por las parejas, que me van surgiendo espontáneas, en esta crónica parcial, subjetiva y hasta tendenciosa que unos pocos abnegados lectores me soportan. Hoy me quiero referir a los que separados por el tiempo en dos millares de años se reúnen aquí de la mano del arquitecto José María Herrera y del ingeniero José Francisco Ballester-Olmos.
El primero en su calidad de proyectista principal (las estructuras son de José Ramón Atienza) y responsable de la intervención en la histórica Plaza de la Almoina felizmente concluida y el segundo, autor del libro “El paseo de la Alameda de Valencia”, redescubriendo y recreando un espacio urbano de especial cualificación ambiental. Ambos configurando raíces y señas culturales de particular valor identitario para los valencianos.
Creo recordar que los descubrimientos arqueológicos de la Almoina se deben a la década de los setenta y el peso pastoso de aquellos restos desordenados, deteriorados y algo mugrientos ha permanecido en nuestras retinas, a lo largo de treinta largos años: fundamentos y cimentaciones de construcciones civiles y domésticas, trazas de una calzada urbana, cerámicas y piezas menores de almacenes y termas romanas, han servido en cualquier caso para que los estudiosos nos ilustraran con precisión acerca de aquella Valentia fundada por Décimo Junio Bruto y así denominada en reconocimiento del valor de sus originarios pobladores.
Desde mi persistente posición de curioso observador de lo que en esta ciudad –que es la mía- va ocurriendo, viene a mi memoria el encuentro ocasional pero premeditado que la Alcaldesa Rita Barberá mantuvo –hará ya ocho años- con el prestigioso arquitecto Rafael Moneo (creo por cierto que su etéreo y estructural cubo de luz que habita el Claustro de los Jerónimos en la ampliación del Prado es una pieza memorable que deja chica la cúpula y el embudo del Reichstag fosteriano) para pulsar su opinión sobre lo que en ese lugar podía hacerse. Tuve entonces el privilegio de conocer, por separado, el relato del encuentro por cada uno de los interlocutores: Rafael sugería reconstruir la calle hoy llamada de La Harina y Rita soñaba con crear una plaza pavimentada con vidrio que desvelara las excavaciones.
El arquitecto municipal José María Herrera ha sido el encargado de realizar un proyecto (del que me quiero ocupar con mayor detalle cuando su definitiva inauguración) riguroso y no exento de delicadeza, deudor de la historia más antigua y autónomo en contenidos espaciales y en sus formas, literalmente capaz de albergar fondos arqueológicos y pétreas reliquias del primigenio asentamiento romano, pero también de periodos de dominación islámica o visigoda o, naturalmente, el recuerdo del edificio del asilo de La Almoina que en el siglo XIV erigiera el obispo Despont para el cuidado de los niños pobres.
El investigador y profesor de la Universidad Politécnica de Valencia José Francisco Ballester-Olmos y Anguís, presenta su noveno libro esencial (si no he perdido la cuenta) sobre la magia de su extenso conocimiento sobre botánica y jardinería, para pasear por el Paseo de la Alameda y, evocando desde el Prado de Valencia que ya aparece dibujado en la obra de Antón van Wijngaerde de 1563, hasta la última batalla de flores de la Feria de Julio; pasando por la Ermita de la Soledad, por la propia Alameda del XVI o la más próspera del XVII, por el Palacio Real, la Plaza de toros cuadrada del Llano del Real, el Barrio de la Exposición Regional de 1909, la Lanera, la Lactancia, los Jardines de Monforte (l`hort de Romero), el Palació Ripalda del abuelo (D. Joaquín María) de mi querido Joaquín Arnau, o su sucesora, la “pagoda” de Escario, Vidal y Vives, (y no le voy a perdonar que no haya mención ni foto de la Clínica de las Esperanzas –hoy Quirón- que tuve el honor de hacer con mi maestro Román Jiménez), la Feria Muestrario, llegar a un largo etcétera de piezas menores, fuentes, mobiliario urbano y detalles ornamentales.
No faltan las reproducciones de cartografías básicas para el reconocimiento de nuestra evolución urbanística, ni grabados o fotografías de época que ilustran un discurso histórico documentado con precisión. Ni tampoco las valoraciones originales, demostrativas de dosis semejantes de erudición y sensibilidad.
Pero yo les quiero confesar que el perfume que este último libro exhala es el de las “Plantas ornamentales de la Alameda”, cuidadosamente clasificadas, primorosamente descritas, fotografiadas con mimo y señaladas con delicadeza en el correspondiente “plano guía”, tan hermoso como riguroso epílogo de una obra ya imprescindible para nuestra cultura ciudadana.
Jardines muy antiguos … y muy presentes.
El primero en su calidad de proyectista principal (las estructuras son de José Ramón Atienza) y responsable de la intervención en la histórica Plaza de la Almoina felizmente concluida y el segundo, autor del libro “El paseo de la Alameda de Valencia”, redescubriendo y recreando un espacio urbano de especial cualificación ambiental. Ambos configurando raíces y señas culturales de particular valor identitario para los valencianos.
Creo recordar que los descubrimientos arqueológicos de la Almoina se deben a la década de los setenta y el peso pastoso de aquellos restos desordenados, deteriorados y algo mugrientos ha permanecido en nuestras retinas, a lo largo de treinta largos años: fundamentos y cimentaciones de construcciones civiles y domésticas, trazas de una calzada urbana, cerámicas y piezas menores de almacenes y termas romanas, han servido en cualquier caso para que los estudiosos nos ilustraran con precisión acerca de aquella Valentia fundada por Décimo Junio Bruto y así denominada en reconocimiento del valor de sus originarios pobladores.
Desde mi persistente posición de curioso observador de lo que en esta ciudad –que es la mía- va ocurriendo, viene a mi memoria el encuentro ocasional pero premeditado que la Alcaldesa Rita Barberá mantuvo –hará ya ocho años- con el prestigioso arquitecto Rafael Moneo (creo por cierto que su etéreo y estructural cubo de luz que habita el Claustro de los Jerónimos en la ampliación del Prado es una pieza memorable que deja chica la cúpula y el embudo del Reichstag fosteriano) para pulsar su opinión sobre lo que en ese lugar podía hacerse. Tuve entonces el privilegio de conocer, por separado, el relato del encuentro por cada uno de los interlocutores: Rafael sugería reconstruir la calle hoy llamada de La Harina y Rita soñaba con crear una plaza pavimentada con vidrio que desvelara las excavaciones.
El arquitecto municipal José María Herrera ha sido el encargado de realizar un proyecto (del que me quiero ocupar con mayor detalle cuando su definitiva inauguración) riguroso y no exento de delicadeza, deudor de la historia más antigua y autónomo en contenidos espaciales y en sus formas, literalmente capaz de albergar fondos arqueológicos y pétreas reliquias del primigenio asentamiento romano, pero también de periodos de dominación islámica o visigoda o, naturalmente, el recuerdo del edificio del asilo de La Almoina que en el siglo XIV erigiera el obispo Despont para el cuidado de los niños pobres.
El investigador y profesor de la Universidad Politécnica de Valencia José Francisco Ballester-Olmos y Anguís, presenta su noveno libro esencial (si no he perdido la cuenta) sobre la magia de su extenso conocimiento sobre botánica y jardinería, para pasear por el Paseo de la Alameda y, evocando desde el Prado de Valencia que ya aparece dibujado en la obra de Antón van Wijngaerde de 1563, hasta la última batalla de flores de la Feria de Julio; pasando por la Ermita de la Soledad, por la propia Alameda del XVI o la más próspera del XVII, por el Palacio Real, la Plaza de toros cuadrada del Llano del Real, el Barrio de la Exposición Regional de 1909, la Lanera, la Lactancia, los Jardines de Monforte (l`hort de Romero), el Palació Ripalda del abuelo (D. Joaquín María) de mi querido Joaquín Arnau, o su sucesora, la “pagoda” de Escario, Vidal y Vives, (y no le voy a perdonar que no haya mención ni foto de la Clínica de las Esperanzas –hoy Quirón- que tuve el honor de hacer con mi maestro Román Jiménez), la Feria Muestrario, llegar a un largo etcétera de piezas menores, fuentes, mobiliario urbano y detalles ornamentales.
No faltan las reproducciones de cartografías básicas para el reconocimiento de nuestra evolución urbanística, ni grabados o fotografías de época que ilustran un discurso histórico documentado con precisión. Ni tampoco las valoraciones originales, demostrativas de dosis semejantes de erudición y sensibilidad.
Pero yo les quiero confesar que el perfume que este último libro exhala es el de las “Plantas ornamentales de la Alameda”, cuidadosamente clasificadas, primorosamente descritas, fotografiadas con mimo y señaladas con delicadeza en el correspondiente “plano guía”, tan hermoso como riguroso epílogo de una obra ya imprescindible para nuestra cultura ciudadana.
Jardines muy antiguos … y muy presentes.
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