GRAMSCI EN LA CÁRCEL: DEPRESIÓN Y ESCRITURA ( I )
Así de quietico se quedó.
GRAMSCI EN LA CÁRCEL: DEPRESIÓN Y ESCRITURA ( I )
Las características concretas de la escritura de Gramsci en sus Cuadernos remiten no sólo a una voluntad sino a una necesidad, no son solamente producto de una decisión sino también de una imposición. La voluntad de Gramsci era la de sobrevivir intelectualmente, mantenerse activo y creativo, para preservar su propia identidad. Esa voluntad-necesidad identitaria prevalecerá en él por encima de otras consideraciones como la relación con los camaradas, etc. En la cárcel, Gramsci teme perder su identidad, “embrutecerse”, “animalizarse”.
Lo explica muy bien (y muy pronto) en sus cartas. Por ejemplo en la que escribe a su mujer el 19 de septiembre de 1928: “Mi misma vida se siente rígida y paralizada: ¿cómo iba a ser de otro modo, si me falta la sensación de tu vida y la de los niños? Además: tengo siempre miedo de que me domine la rutina de la cárcel. Esta es una máquina mostruosa que aplasta y nivela según cierta serie. Cuando veo actuar y siento hablar a los hombres que están en la cárcel desde hace cinco, ocho, diez años, y observo las deformaciones psíquicas que han sufrido, se me pone la carne de gallina y vacilo en la previsión acerca de mí mismo”.
Gramsci sufría en la cárcel, sufría físicamente y también psíquicamente. Y el sufrimiento le sumía en la depresión. Una evidencia de la depresión es el rechazo a aceptar el sufrimiento que se siente y, por tanto, su origen; en este caso concreto la cárcel, la privación de la libertad pero también todo lo que conlleva de sometimiento, incluso físico, a una rutina cotidiana contraria a los más elementales ideales del ser humano. “La cárcel mata”, no es una frase. Y a Gramsci le mató desde el primer día. Era perfectamente consciente de los efectos físicos y psicológicos que la vida en la cárcel tenía en él.
En cuanto a la influencia que la depresión pudo tener en la forma de escribir de Gramsci, se me ocurre expresarlo con el siguiente ejemplo: es muy común en la cárcel encontrarte con personas que se entregan a larguísimos trabajos manuales: construcciones con palillos, esas cosas. Pues bien, en el poco tiempo que estuve en la cárcel (aunque yo no lo sabía; más bien pensaba que iba a estarbastante tiempo allí), comprendiendo sus porqués, me di cuenta de que yo no podía ponerme trabajos así: ¡me parecían una condena añadida a la condena! La sola idea de emprender un trabajo de larga duración me angustiaba. Pienso si a Gramsci no le ocurrió algo parecido con sus trabajos intelectuales.
Gramsci opta por un tipo de escritura “fragmentaria”, espejo intelectual de su identidad per también efecto concreto de su vivencia sufriente de la cárcel. De sus cartas se deduce fácilmente que nunca aceptó realmente su encarcelamiento ni sus consecuencias. ¿Cómo lanzarse a la escritura de una obra de ciertas dimensiones en esas condiciones de depresión?
Se ha argüido (Spriano, Fiori, Paggi, Sacristán, Fernández Buey…) que ante todo se trató de una cuestión de método: la escrupulosidad intelectual extrema de Gramsci no le permitía entregarse a una tarea intelectual “de largo alcance” para la que sabía necesitaría una gran cantidad de documentación y bibliografía y, sobre todo, un clima físico y psíquico apropiado. Pero me parece que Gramsci optó precisamente por realizar una tarea “de largo alcance” adaptándose a las condiciones concretas en las que tenía que realizarla. Y no sólo a las condiciones concretas de tipo intelectual, metodológico, etc., sino a las condiciones de su vivencia cotidiana de la cárcel y más concretamente a su depresión.
Ya en la primera carta en la que hace saber a su cuñada Tatiana el plan de trabajo que se ha propuesto (carta del 19 de marzo de 1927) le habla de cuatro asuntos sobre los que va a discurrir. Y dice: “En el fondo, si bien se observa, hay homogeneidad entre esos cuatro temas: el espíritu popular creador, en sus diversas fases y grados de desarrollo, está en el fundamento de todos en la misma medida”. Esa homogeneidad la puede ver él, porque lleva en la cabeza la inspiración de un tipo de investigaciones que él sabe íntimamente relacionadas. Es dudoso que Tatiana (ni nosotros mismos) pudiera comprender esa “homogeneidad entre esos cuatro temas” (que luego serían algunos más) tan claramente percibida, ¡y tan tempranamente!, por Gramsci.
Las relaciones entre depresión y escritura pueden rastrearse con cierta facilidad si se tienen en cuenta algunos elementos de juicio. El principal, que un depresivo nunca (salvo que haya decidido realmente quitarse la vida) escribirá una obra “completa” en la que sus observaciones tengan una expresión “acabada”. Precisamente para preservarse contra la opción del suicidio. El depresivo se dota de un tipo de escritura en la que las conexiones “concluyentes” entre todas sus opiniones nunca tengan que aparecer claramente ni siquiera a su propia vista.
Gramsci sabía que había un hilo conductor, una red de conclusiones en la que vibraban sus reflexiones más aparentemente distanciadas (en asunto, tiempo, lugar). Y ese hilo conductor no era otro que la convicción de que el movimiento obrero y las fuerzas democráticas europeas habían entrado en una fase de “repliegue” defensivo que constituía el comienzo de toda una era histórica marcada por la derrota, sin paliativos. Escribir sobre todos aquellos asuntos con la perspectiva histórica de la derrota sólo le era posible “fragmentando” la expresión de sus consideraciones. Al fin y al cabo, se trataba de una “intuición” totalmente marginal en el ambiente militante de su época, una perspectiva “inaceptable” para sus camaradas. Una perspectiva cuya expresión tenia que “dosificar”, incluso para su propia supervivencia: en primer lugar, para no sufrir los terribles efectos de una “desautorización” por parte del grupo dirigente de su partido y de la III Internacional, pero también para no sucumbir él mismo bajo el tremendo peso de las conclusiones de las que partía y a las que le llevaba su propia reflexión ,nacida de una terrible inspiración. Para poder escribir sobre la derrota y seguir vivo le era necesario (como a tantos intelectuales revolucionarios lúcidos: ya hablaremos del Che) "fragmentar" su expresión.
(Continuará)
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