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javierdelgado

"EL CONFLICTO GENERACIONAL: ¿POR QUÉ NO NOS ENTENDEMOS?" UN ARTÍCULO DE LAURA JOSÉ.

EL CONFLICTO GENERACIONAL: ¿POR  QUÉ NO NOS ENTENDEMOS?

 

 

Si reflexionamos sobre el significado del propio título de esta mesa redonda, El conflicto generacional: ¿por  qué no nos entendemos?,  nos daremos cuenta de que quizás partimos de una falsa premisa. Al unir el conflicto generacional y la falta de comunicación, damos por supuesto que este fenómeno no existe también dentro de una misma generación. La comunicación parcial es inherente al ser humano, independientemente de la edad u otros factores. Es la que nos permite evolucionar, en una continúa búsqueda, cambiamos e intercambiamos modelos y formas de expresarlos.

Hablar de “generación” es otro intento de homogeneizar, no sólo los aspectos externos de las relaciones humanas, sino el propio pensamiento, eliminando así cualquier atisbo de singularidad. Pero nuestra particularidad es innegable, desde el momento en que somos individuos.

Me parece difícil, si no imposible, encontrar unas características que definan a la juventud actual. Pero si continuamos en esta tendencia, ¿podríamos decir cuáles son las características de los adultos de hoy en día?, ¿de las personas mayores? o ¿de la infancia?. En todos los grupos sociales, en todas las personas, podemos encontrar rasgos comunes y diferentes.

Si simplificamos este tema, y admitimos la existencia de un conflicto entre generaciones. Debemos asumir que cada uno de estos grupos sociales, debido a la edad de sus componentes, posee algo en común (algunas actitudes y comportamientos similares, que difieren o se oponen a los de generaciones anteriores). En tal caso, podríamos indagar sobre qué aspectos específicos tendría esa “falta de comunicación” intergeneracional.

Para abordar las cuestiones relativas al “conflicto generacional” debemos remitirnos a su origen.

La reivindicación de la identidad juvenil es relativamente nueva, los jóvenes siempre han sido jóvenes y han participado en la sociedad. Pero no es hasta los años 50-60 en EE.UU., con la aparición del Rock´n´Roll, cuando la juventud  reclama una imagen “rebelde” de ella misma, en contraposición a la de sus adultos. Este hecho va unido a la conquista de cierto poder adquisitivo de los jóvenes que conviven con sus padres, gracias a las propias aportaciones de los progenitores y a los pequeños trabajos que les proporcionan dinero de bolsillo. Los diferentes sectores comerciales no tardan en aprovechar la situación y fomentan una visión comercializada de la adolescencia.

Los medios de comunicación favorecen la aparición de estereotipos  en la forma de vestir, los comportamientos, las actitudes, etc. Por lo que la “rebeldía” inicial pasa a convertirse en un modelo aceptado, sin llegar a ser un mecanismo transformador. Se reduce a cambios estéticos, de gustos y hábitos sin pretensiones más profundas de innovación.

 

En España, debido a los acontecimientos históricos (guerra civil, postguerra, dictadura), este fenómeno es tardío. Pero también, en nuestro entorno la juventud ha sido convertida en otro “sector de mercado”, al que se le ofrecen productos específicos.

Nos basta con observar cómo aparece estereotipada una pseudo-diversidad juvenil, en grupos musicales, series de televisión, publicidad, etc. Hasta en los entornos más conservadores se les da cabida a los “alternativos”, el “rastafari”, el “melenas”, la “hippie”,… que pasan a convertirse en otros modelos de consumo.

 

Respecto a épocas anteriores debemos recalcar que el período en que las personas somos consideradas jóvenes cada vez se amplía más. Antes la transición de la infancia - adolescencia  a la edad adulta era casi imperceptible. Rápidamente se pasaba de ser considerado un niño/a a un adulto/a con responsabilidades. Uno de los factores de demora de este proceso es la formación académica, cada vez más generalizada, y otros relacionados con el consumo. En la actualidad, se considera casi imprescindible la posesión de una vivienda para independizarse, un objetivo difícil de lograr debido a la especulación inmobiliaria y la precariedad laboral.

 

En el ámbito del hogar y la vida familiar, el conflicto generacional se traduce en pequeños detalles que son motivo de discrepancia.

            Según el estudio de la FAD Hijos y padres: comunicación y conflictos, desde la perspectiva paterna, los motivos de conflicto son en este orden:

-                     la colaboración en el trabajo doméstico

-                     los estudios

-                     la hora de llegar a casa

-                     que se levanten de la cama cuando les apetece

 

Desde la perspectiva de los/as hijos/as los motivos son muy similares:

-                     los estudios

-                     la colaboración en el trabajo doméstico

-                     la hora de llegar a casa

-                     que se levanten de la cama cuando les apetece

 

Los resultados del análisis de la FAD sólo difieren entre padres e hijos en que los estudios ocupan el primer lugar frente a la colaboración doméstica para estos últimos.

El consumo de drogas, alcohol y las amistades de los hijos aparecen en lugares intermedios. Quizás alguna persona se sorprenda, pero habría que distinguir entre preocupaciones y motivos de discusión o conflicto, que son los que tratamos en esta mesa. Según el estudio Valores y pautas de interacción familiar en la adolescencia (13-18 años), de la Fundación SM, los padres consideran el consumo de drogas como el principal problema al que se pueden enfrentar sus hijos, es decir, es su primera preocupación, aunque no causa de discusión.

Es significativo que, en ambos casos, las ideas políticas y la religión aparezcan como las últimas causas de discrepancia entre padres e hijos.  En mi opinión, esto puede deberse a que hemos aceptado sin reticencias, los modelos sociales, políticos y económicos establecidos previamente. Todos/as reconocemos el desencanto  generalizado de la juventud frente a la política, propiciado además de, por sucesos históricos, por la falta de conciencia de poder transformador del mundo. En esto tienen mucho que ver los grandes grupos económicos, que suelen adelantarse a los deseos de transformación descafeinándolos y aceptando la forma externa de esa rebeldía, pero con cuidado de que no toque la estructura del sistema.

Se disuade, incluso con la violencia, a aquellos grupos más concienciados, por ejemplo, el movimiento antiglobalización. Conviene un cierto grado de temor a un futuro pesimista sobre la posible transformación del mundo. Así es alimentado por los grandes, para poder dominar mejor a la población y recortar sus libertades, con excusas como el terrorismo o el miedo al desempleo, que provoca que los jóvenes, sobre todo, se agarren a cualquier trabajo y en las peores condiciones, incluso por debajo de sus posibilidades y capacitación. Es obvio que dicho fenómeno provoca un abaratamiento de la mano de obra, un aumento del beneficio para el capital, y una evidente rebaja en los conflictos sociales.

 

Solucionar los problemas domésticos que hemos citado con anterioridad, pasa sin duda por una buena educación de los hijos. Se podría encontrar una parte de la respuesta a este problema en la siguiente frase de Hodding Carter:

 

“Sólo hay dos legados duraderos que podemos abrigar la esperanza de dejar a nuestros hijos, uno son las raíces, y el otro las alas”

 

Es un resumen de la contradicción implícita en la relación paterno - filial, por un lado, las normas, la ética, la seguridad afectiva…; y por otro, la libertad individual, la necesidad de aventurarse en proyectos y decisiones propias.  La búsqueda de una estabilidad entre estos factores, nos debería conducir a una correcta educación, y en consecuencia, a un desarrollo adecuado de los/as hijos/as. En situaciones de desequilibrio, se produce la sobreprotección, la permisividad excesiva, el autoritarismo, entre otros,  que nos llevarán ineludiblemente al conflicto.

Tampoco debemos olvidar la existencia de nuevas situaciones familiares y que los padres y madres son también objetivo de la comercialización y la presión por parte del entorno. Muchos caen en las compensaciones materiales por la falta de tiempo, en adquirir todo tipo de objetos para que sus hijos/as no sean menos que sus compañeros/as, en apuntarlos a clases extraescolares en aras de la competitividad laboral futura o por miedo al fracaso escolar, etc.

Finalmente hemos de afirmar, para tranquilidad de aquellos que no desean una transformación real y preocupación de los que sí la deseamos, que no existe un conflicto generacional grave. Quizás la prueba más evidente es que continuemos viviendo en casa de nuestros progenitores hasta los 30 y, una vez independizados, repitamos sus modelos sin cuestionarlos previamente.

 

 

 Laura José Lagunas

2003

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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