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javierdelgado

EL HUERVA ZARAGOZANO: UN RÍO AL QUE SIEMPRE VUELVO

Mi vida junto al HUERVA:

 Siempre me interesé por el Huerva. Cuando de niño pasaba a menudo, de mano de mi abuelo Fausto la pasarela sobre el Huerva que había al final de la calle Zumalacárregui, cerca del puente de las vías del tren. Por entonces aún no estaba cubierta la línea de los Ferrocarriles por lo que hoy son Tenor Fleta y Avda. de Goya. Recuerdo el ruido del tren al pasar y la espuma del agua bajo la pasarela. Parecía que el río hacía todo aquel ruido. Por entonces aquel era un paso muy frecuentado para pasar del barrio del paseo de Mola (hoy Sagasta) al de la Gran Vía, imagino que menos que el puente de los gitanos.

En 1960, a mis siete años pasamos a vivir en Avenida de Goya 49 y veía desde las ventanas de casa el hondón del Huerva tras el murete de la calle Alférez provisional, en el que muchas horas pasé con algunos amigos del colegio hablando, por ejemplo de un tal Gandhi (al que yo no conocía de nada pero un amigo mío sí).  Más de un enfriamiento he cogido junto a ese murete gris, mirando los extraños colores del Huerva. Durante los veranos era preferible no acercarse por allí, porque el olor era desagradable.

De esa época son nuestras excursiones familiares a Tosos y a su pantano, en el que más de una vez me bañé.

Cuando salía del Instituto Goya, entre 1967 y 1970, paraba junto al río muchas veces con los compañeros de clase. Los extraños colores del Huerva seguían allí, avanzando lentamente con la corriente del agua: entonces ya sabíamos que se trataba de aceites y tinturas que habían desaguado en el cauce unas fábricas cercanas, aguas arriba. Pero nos seguían hipnotizando. A veces veíamos correr por alguna de las orillas ratas bastante grandes. Con mis amigos del instituto acudíamos mucho al bar “Zurracapote”, en el comienzo de la calle Manuel Lasala. En primavera, veíamos el almendro florecido cerca del puente de los gitanos, poco más o menos donde había un extraño depósito de gasolina.

Más adelante, en 1970-72, viví durante los primeros años de Universidad en Nuestra Sra. de las Nieves, más allá de Casablanca, solía ir por las madrugadas de primavera y otoño (después de pasar la noche estudiando, leyendo, escribiendo...) a la Fuente de la Junquera, donde siempre había hombres mayores que habían llegado antes.  Por alguno de ellos supe que en la Fuente de la Junquera se habían reunido anarquistas desde siempre: hombres con afanes revolucionarios y también naturistas: acudían a disfrutar del agua y del sol en libertad (aunque durante décadas fuera sólo una apariencia temporal de libertad).

Entre 1974 y 1979 acudí casi todos los días una o dos veces a la orilla del Huerva, pues mi novia vivía en una casa del comienzo de la calle Manuel Lasala. He pasado buenos ratos viendo la vegetación del río y las pequeñas casas medio en ruinas de la otra orilla.

Luego me interesé mucho por el tramo de la desembocadura del Huerva en el Ebro, que por entonces era un lugar bastante sucio y peligroso, pero siempre emocionante. A finales de los setenta volví a pasar muchas veces por la zona de Alférez provisional y Manuel Lasala hasta el Parque, de camino a mi casa de la calle Sevilla. Todavía se mantenían de pie las instalaciones de la fábrica de curtidos junto al puente de los gitanos (en los ochenta limpiaron esa zona y construyeron unos bloques llamados “Europa”). Había comenzado a interesar toda esa zona de la orilla derecha del Huerva (desde Marina española hasta la Gran Vía) para construir casas nuevas.

En los años ochenta pasé muchas horas mirando el Huerva en la zona del Parque Grande. Había comenzado a estudiar en serio botánica y entomología, de modo que mis visitas incluían tomar notas en cuadernos sobre la flora y la fauna que veía por allí, para aprender a distinguir las especies vegetales.

Cuando conocí a mi Ana, 1983, la llevé muchas veces de paseo al "ojo del Canal", donde las aguas del Canal se unen a las del Huerva: la excursión acababa siempre allí abajo, cerca de la corriente de agua y, si había suerte, con el estruendo de la bajada de las aguas del Canal por la escorrentía, espumosas... Hemos pasado muy buenos ratos allí. Además, sabía que había sido lugar de reunión de militantes obreros del Partido Comunista durante la más dura época de clandestinidad y persecución: acudían en bicicleta como si se tratase de un encuentro festivo de amigos…

Aproveché muchas de mis notas sobre flora y fauna en el Huerva desde su entrada en cubrimiento de la Gran Vía hasta el  Rincón de Goya para mi novela "Regalo a los amigos, II: Jardines infinitos" (Barcelona, Lumen, 2000), en la que hago vivir a mis personajes muchas aventuras por esos lugares. Intenté distinguir las especies de aves que se guarecen en la vegetación del Huerva, pero sólo de escuchar sus cantos y sonidos me distraía. Me resultaba más fácil investigar sobre los insectos, las arañas, los gusanos…

También fue a finales de los ochenta cuando comencé a hacer excursiones en coche por el sur de Zaragoza, por la orilla izquierda del Huerva, más o menos hasta Cariñena y la sierra de Aguarón. Observar aquellas tierras yesosas, semidesérticas, esteparias, en las que únicamente verdea el hilo de la corriente del Huerva es una experiencia que siempre me ha cautivado: representan la lucha por la supervivencia vegetal, animal y humana en un medio adverso. A partir de esa reflexión valoro las cuestiones estéticas del paisaje y, por supuesto, las intervenciones humanas en él. 

He paseado por las huertas de los pueblos de ese recorrido (Cuarte, Cadrete, María de Huerva, Muel…) y me he maravillado viendo cuanta riqueza da el río en medio de la casi estéril estepa.

Pero mi paraje más querido de todo lo que conozco en esa parte sur del Huerva es el pantano de Mezalocha: la entrada en el pantano, con su puente de sillería, la casita de los guardas, y el camino que bordea la orilla derecha del agua, en el que plantaron granados que han crecido muy grandes, la soledad de aquel lugar, la tranquilidad, el vuelo alto de las aves...

Para preparar documentación para mi tetralogía de novelas “Regalo a los amigos” (entre 1980 y 2000) estudié (entre otras cosas) todo lo que encontré sobre el Huerva y sobre el Canal Imperial y sus acequias. Me fascinó el mundo de las acequias de Zaragoza, sus recorridos, sus usos, su situación actual. Toda esa red de aguas que hoy discurre por debajo de la ciudad. Por entonces leí sobre los Sitios de Zaragoza y sobre los años 1908-1936, porque ví que habían sido momentos especialmente importantes para el Huerva y para su consideración en nuestra ciudad. Hice acopio de planos históricos y pasé muchas horas dibujando el contorno del Huerva, del Canal, del Ebro y del Gállego. De esa época es mi pasión por el Canal Imperial de Aragón, que nunca he abandonado.

Luego me importó conocer la realización del "Parque Lineal del Huerva", que recibió premio (me alegré por mis amigos Mariano Cester y Juan Angel Vicente), que me gustó desde el primer día. Con Ana lo he andado muchas veces, sobre todo en mañanas soleadas de invierno. Todavía la zona de la desembocadura seguía siendo un paraje desolado, pero nos atrevíamos a bajar allí a la orilla del Ebro. Incluso llevábamos a nuestra hija y a un sobrino, para que conocieran sitios “naturales” cercanos a la ciudad.

Más adelante me interesaría el trazado de algunos pequeños jardines a orillas del río (zona de Manuel Lasala), con la nueva pasarela que instalaron a la altura de la calle Pascual de Quinto. Entre 1997 y 2006 pasaría por esa pasarela durante casi todos los días para llevar o traer a mi hija Celia del colegio Basilio Paraíso. Ver el Huerva desde ese mirador privilegiado de la pasarela (en un recodo en el que el río se encañona contra su orilla derecha) y poder tocar la copa de los grandes fresnos con la mano (y coger sus frutos, y  admirarlos)…

Cuando en 2006 creamos INCIPAR (Iniciativas Ciudadanas para el Parque, dependiente de la Fundación Ecología y Desarrollo),  estudiamos las riberas del Huerva a su paso por el Parque Grande. Queríamos que se interviniera en ellas, porque estaban muy degradadas, pero no estoy seguro de que lo realizado haya sido lo mejor para el río...ni para sus visitantes.

La gran riada del Huerva de hace unos años me emocionó y me impresionó profundamente: nunca antes había visto así al Huerva. Eso me hizo volver a interesarme otra vez por el río: en esta ocasión serían las obras de la empresa TRACSA en las riberas del Huerva a su paso por el parque desde el Rincón de Goya y las que ejecutó una empresa por encargo de la CHE en el tramo del Hospital Miguel Servet. Ambas intervenciones me asustaron un poco: ¿arrasarían aquellas riberas? (Publiqué un artículo sobre este asunto en la revista “Aragón turístico y monumental” del SIPA, en junio del 2008). Tengo la impresión de que bastante sí lo hicieron: la flora y fauna que yo menciono en mi novela "Jardines infinitos" ya no existe. No sé por qué no se podía intervenir con un poco más de cariño por allí. 

Me ha sorprendido ver que en el Plan Director del Parque Primo de Rivera (2009) no hay un apartado para el Huerva y sus orillas. Su situación actual  no es la mejor (después de un tratamiento “de choque” cuyas virtudes no me parece que superen los destrozos) y estoy convencido de que requieren un nuevo tratamiento que las recomponga. Ya no serán lo que eran (tampoco en lo malo: la suciedad, la basura, el peligro, etc.), pero podrían volver a renacer como espacio natural apreciable.

Ahora, finales de 2009, se prepara un Plan Director del Huerva. De nuevo me voy al río y estudio su historia y su situación actual. He vuelto a sacar mis viejos apuntes, los planos, los libros en los que se habla de la materia…

Me gustaría que lo que se hiciera en sus orillas zaragozanas fuera cuidadoso, elegante y útil... Ya les contaré. 

 

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