VUELVE N LAS NEGRAS ALAS DE LA DEPRESIÓN...
Me arriesgo a aburrirles con mis cosas de depresivo, pero llevo dos días a punto de desfallecer de nuevo en la depresión, de dejarlo todo y de hundirme hasta donde caiga esta vez. Me agoto en esta lucha intermitente contra la depresión, me agoto doblemente porque lucho también por conservarme activo. Hay un problema de identidad, ¿saben? en esto de la depresión. ¿Quién eres? El pasado tira de tí como un demonio poderosísimo, intentando que mires cada detalle minúsculo que te ha hecho infeliz algún día de tu vida. Quisiseras comenzar la jornada desde un piso firme y nuevo: el presente, y a partir de ahí dar el paso que puedas dar. Pero hay días (¿por qué?) que todo tu pasado ennegracido vuelve como una bandada de murciélagos alrededor de tu cabeza buscando por dónde entrar en tus sesos y ennegrecerlos bien ennegrecidos. Luchas contra esa bandada pero sabes que han salido de tu propia cabeza y eso te asusta: volverán a su sitio, su violencia les nace del deseo de volver a estar dentro de tí donde antes estuvieron. Peleas una vez más una batalla que sabes perdida.
La identidad del enfermo de depresión no seá si está clara para nadie: eres el de ayer, el de hoy que lucha y el de hoy derrotado. No hay pastillas para eso, que yo sepa. Las pastillas consiguen que todo discurra más lento y menos doloroso, pero de pronto cualquiera sabe por qué salta el interruptor de las angustias y te desorientas.
Desorientación en la identidad. Por un lado deseas reiniciar tu pasado, repasarlo para ver dónde tuviste la equivocación, la gran equivocación; por otro huyes a la carrera de cualquier revisión del pasado que te tiene así. Te desorientas, te hundes en arenas movedizas de tanto remover la tierra bajo tus pies sin avanzar hacia ningún lado. Esperas lo peor,.
Te impones disciplinas de trabajo, compromisos sociales, tareas que te hagan salir de tu manía introspectiva. Y cuando llevas unas cuantas semanas andando sobre las aguas, las aguas te engullen. Y deseas que te engullan de una vez por todas, que no quede raastro de tí. No quieres tener que volver a coger el peso de ti mismo con unas manos que no pueden con él.
Ya ven. Así están las cosas esta mañana de viernes. Llevan estando así desde anteayer. Ayer por la mañana ya estaba muy tocado por esa mano negra. Hoy me nubla la vista, me acelera el pulso, me hace sudar de pena. Doy gracias a Dios de que puedo escribir, de que mis dedos, conforme dan a las teclas, reconocen su capacidad para expreesar lo que todo mi yo siente.
¿Cómo empezar de nuevo, sin mirar hacia atrás? Hay un Javier que quiere ser el Javier de ahora, con sus limitaciones y con lo que sea; pero hay otro Javier que lucha por reivindicar cada gramo de sangre y de carne y de saliva que gastó en los últimos cincuentay tres años de su vida. Y hay otro tercer Javier que es éste que les escribe hoy, que sólo quisiera cerrar los ojos, dejarse caer al vacío, desaparecer. Desaparecer. Desaparecer.
Perdonen la tabarra, perdonen esta entrada en sus vidas otra vez desde los más oscuros rincones de la mía. Faltan veinte minutos para las doce del mediodía, el sol hace brillar las hojas pinchudas de los pinos al otro lado de la ventana, más al fondo los álamos aún muestran sus hojas movedizas, los frutos secos pardos de los ailantos se mecen a la brisa de otoño, qué bonito sería ver y vivir todos estos detalles sin la garra de la angustia que te araña en el pecho, dentro del pecho, que te quita las fuerzas que te está matando. Tomaré un orfidal, creo que saldré pitando de casa, lloraré sin vergüenza, estallaré.
La identidad del enfermo de depresión es un grumo de identidades todas verdaderas a cual más dolorosa. No hay descanso para el depresivo: tras la esquina más luminosa te aguarda el lobo comecaperucitas. A la abuelita de tus recuerdos ya se la zampó y ahora viene a por tí, a por lo que queda de tí. No sabes cuánto de tí queda en esta cabeza contra la que las bandadas de murciélagos golpean buscando la entrada que les lleve de nuevo a sus rincones a su oscuridad a su silencio negro.
La identidad del depresivo es un juego de espejos laberíntico en el que todos y ninguno eres tú, hermano, otra vez te has perdido, ya no sabes ni por dónde te andas. ¡Qué esperabas! ¡Imbécil! ¡Todo esto es mucho más potente y más real que tú!
Por cierto, hermano imbécil, ¿quién diablos eres tú?
¿Y por qué no te mueres?
2 comentarios
javier delgado echeverria -
Hoy he andado por Las Fuentes durante tres horas con mi mujer al lado, ayudándome a ver esos árboles que tengo apuntados en los papeles, a fijarme en tal o cual calle, rincón, detalle... Ya escribí hace a´lgún tiempo en este blog que la cosa era entretenerse... Gracias otra vez.
María -
te dije que hablé con mi amiga la que pasó depresión y no lo cuenta tan bien expresado como tú (me sorprende que puedas hacerlo..)pero habla de lo mismo, de esa angustia y esas ganas de acabar ya con todo de puro agotamiento de que siempre vuelva a reaparecer esa nube negra.Y como dices tu, de repente, cuando menos lo esperas. quizas la hace aparecer el estímulo que menos creías, incluso alguna cosa buena...
No tienes que pedirnos perdón!! agradezco como ya te dije esa vez, tu sinceridad salvaje y que LUCHES por transmitirnos lo que te pasa, lo que sientes..!Sé que cuando estás atrapado por esa masa negra no puedes ver las cosas de otro color... pero si tengo algún derecho, te pido que intentes recordar cuando las viste revestidas de luz,que existe de verdad... no estas solo, aunque te lo parezca, de verdad. yo desde aqui te mando toda mi energía,, y ya veras como sales de la tormenta,Ulises!.Animo!.