COMUNISTAS EN LA FÁBRICA. HOMENAJE A QUIENES NO TIENEN DESEOS O NO SE SIENTEN EN CONDICIONES DE TRANSMITIR SUS RECUERDOS PERSONALES
COMUNISTAS EN LA FÁBRICA. HOMENAJE A QUIEN NO SE SIENTE EN CONDICIONES DE TRANSMITIR SUS RECUERDOS PERSONALES
Hoy he hablado con un viejo amigo. Me importaba mucho que aportara su testimonio personal sobre la historia de las luchas obreras en Giesa en el período que va de 1945 a 1976, que es el período de tiempo que abarca el trabajo en el que estoy actualmente comprometido.
Mi amigo no desea participar en el libro y le resulta doloroso decírmelo. Tan doloroso como a mí escuchárselo decir. Le parece estupendo que se hagan libros como el que estamos construyendo, pero no se siente en condiciones de transmitir sus recuerdos, no se ve narrando sus recuerdos ante una grabadora, formalmente, con ánimo de que esa narración se publique y se transmita.
Me ha dicho una cosa que me parece extremadamente importante y poco común, que espero expresar yo aquí bien: que para él los recuerdos de aquellos años (hablamos de los setenta) son recuerdos “totales”, no compartimentados; que mientras luchaba en Giesa también amaba, disfrutaba y sufría viviendo al mismo tiempo muchas otras experiencias de las que no puede prescindir a la hora del recuerdo, porque todo él vivía todo aquello entonces y porque todo él ahora siente aquellos recuerdos como un todo indisoluble. Su biografía no estuvo hecha de compartimentos estancos a los que acudir prescindiendo de tales o cuales otros compartimentos.
Pocas veces un hombre me ha hablado así de sus recuerdos y de su biografía. Lo más frecuente es encontrarse con personas que diferencian absolutamente aspectos distintos de sus vivencias: aquí el trabajo, aquí el sindicato, aquí el partido, aquí las lecturas, aquí las excursiones, aquí el amor y el desamor, aquí los aterdeceres entregados a la desesperación, aquí los amaneceres gloriosos, etc. Generalmente nos acostumbrábamos a mantener una especie de esquizofrenia, una personalidad múltiple, “gracias a la cual” sobrevivíamos siendo unos en tal sitio y otros en tal otro, manteniendo muros de opacidad entre las distintas facetas de nuestro vivir cotidiano. Generalmente podemos dar cuenta de una u otra de esas facetas sin sentirnos concernidos por el íntimo rumor de las demás vivencias que coincidieron en el mismo tiempo.
Mi amigo es, pues, un hombre admirablemente cabal. Y su resistencia a la narración personal de un aspecto concreto de su vida de hace ya treinta años es la expresión de una salud mental que envidio sinceramente. Pocas veces he escuchado de labios de otra persona la expresión de algo que a mí mismo me ocurre pero que me he acostumbrado y forzado a combatir (y pago seguramente un alto precio por ello).
Mi amigo se ha sentido mal mientras me expresaba su renuncia, porque no quería que yo me sintiera mal al escuchársela.
Realmente, me he sentido mal, muy mal. Porque le doy la razón a mi amigo en su “hacerse invisible” en el presente y le doy la razón a quienes se hacen visibles para trasmitir recuerdos del pasado. Lo último que haría es “forzar” a nadie, y menos a un amigo a quien respeté y admiré durante aquellos años y a quien hoy vuelvo a respetar y admirar igual o más por escucharle decir tan claramente un no que no es una negación del pasado sino tal vez la única vivencia honesta y radical del recuerdo del pasado de uno mismo.
La actitud de mi amigo ha producido en mí un verdadero terremoto interior. ¿Qué hago yo pidiendo sus recuerdos personales a nadie? ¿Con qué argumentos puedo convencer (de proponérmelo) a quienes sienten y piensan como este amigo? ¿Qué sentido tiene la recogida de recuerdos personales sobre un lugar (Giesa) y un tiempo (1945-1976) concretos si no se recoge también, precisamente, la expresión de personas cuya vivencia personal es indivisible (y en ese sentido inenarrable, no publicable)?
La historia oficial olvida radicalmente (para eso se escribe, para que se olvide) las vivencias concretas de l@s protagonistas de las luchas y conquistas de aquellos años. Las historias orales intentan transmitir, precisamente, la voz de aquell@s protagonistas directos sin los filtros del poder (del poder de entonces y del poder actual). Pero al parecer siempre quedan voces que se sienten mudas y no desean dejar de serlo. ¿Y qué hago yo pidiendo a nadie que se ponga ante una cámara o ante un micrófono…? ¿Qué hacen, qué hacemos quienes hablamos sobre el pasado si nuestro hablar no puede convocar precisamente a esas personas cuyas vivencias fueron diferentes y necesitarían acaso una forma de expresión distinta para hacerse escuchar?
Sólo espero que si, finalmente, acabamos la tarea y sale un libro sobre las luchas obreras en Giesa entre 1945 y 1976, ese libro esté a la altura de personas como él, a la altura de las vivencias de tantas personas que no están dispuestas a cuartear ni a compartimentar sus recuerdos para entregar al público la narración esquizofrénica, en cachitos ficticios, de tal o cual aspecto de su biografía.
Si mi amigo lee un día estas líneas quisiera que con ellas recibiera mi abrazo emocionado. Hoy, escuchándole, he aprendido algo importante sobre la vida, algo muy importante, que seguramente necesitaba aprender.
Permítanme que les confiese mi actual aturdimiento. Aún no sé qué hacer con lo que creo haber aprendido de él.
3 comentarios
Antonio -
Vive
sobre
todo.
Javier Delgado -
Muchas gracias por tus palabras. Pero no, yo ya no intento en absoluto "ubicar los cromos en su sitio", al menos no los míos. Sobrevivo entre pasadizos.
Un abrazo.
Antonio -
Sin embargo, como dices, tarde o temprano, lo pagamos caro, porque esos recuerdos, que como los cromos de la infancia hemos ido ordenando a nuestro antojo, llega un día en el que, por azar, se sueltan, caen al suelo y nos encontramos con ellos ante los ojos. Mezclados, o mejor dicho, en su orden natural, del que nunca debimos apartarlos.
Sé que, como yo, llevas un tiempo largo intentando ubicar los cromos en su sitio, seguro que lo conseguimos, la lucidez de amigos así, nos ayudarán en el camino.
¡Un abrazo grande, amigo!