ÁNGELA HOLANDA: UNA AMIGA QUE SE ME ACABA DE MORIR
Esta foto me la envió Ana MA, alumna de Ángela Holanda. Creo que a ella le hubiera gustado.
ÁNGELA HOLANDA: UNA AMIGA QUE SE ME ACABA DE MORIR
Esta mañana les hablaba de una amiga mía que se está muriendo de cáncer. Esta tarde, a las 17 horas ha muerto Ángela Holanda, otra vieja amiga. Me acaban de dar la noticia, no por menos esperada menos dolorosa, del fallecimiento de esta otra persona. Estoy aturdido.
A este paso tendré que abrir una sección de esquelas.
Ángela tenía ochenta y nueve años y llevaba ya unos diez retirada en su pueblo natal a la espera de una paz perpetua. Me han dicho que “se ha dormido muy dulcemente”, lo que me conforta, pues puedo imaginar perfectamente las ventajas de una muerte como ésa.
La Ángela que yo conocí no era precisamente una mujer dulce ni somnolienta. Era una artista nerviosa y obsesiva, convencida del valor de su obra y empeñada en dar de sí siempre más de lo que ya había dado. Creo que, entre las de su género, si es que había tal cosa – lo suyo era una mezcla de poesía, música y pintura basadas en la introspección (diría que incluso se trataba de una introspección “salvaje”) – Ángela era una de las mujeres artistas más artistas que he conocido nunca.
Lo primero que hizo Ángela fue cambiarse su apellido Holganda por Holanda, nombre artístico por el que se la conocería. Lo que perdió de musicalidad lo ganó en resonancias. Ángela Holanda, pues, por decisión propia (no sé si en todo esto hubo algo de rechazo al padre o de todo lo contrario, como suele suceder en estos casos) se lanzó a la creación artística con el espíritu de una novicia: la suya sería una vida entregada totalmente al arte.
Comenzó a ser muy reconocida en los años setenta, cuando introdujo en España formas y planteamientos que por entonces no eran ni remotamente conocidos aquí pero que llegaban como la buena lluvia a una tierra sedienta, que así estaba por entonces la nuestra. Fue, por aquellos años, tan admirada como incomprendida. Intentó crear escuela, pero eso le resultó tan dificil por las características de su alumnado como por sus características propias. Ángela era mucho más artista que pedagoga y con frecuencia le sacaban de sus casillas las dificultades de l@s demás para entender el fondo del asunto de lo que ella consideraba un mínimo indispensable para realizar una obra digna de tenerse en cuenta.
Rabió mucho en la vida. También disfruto mucho. Su mayor disfrute lo encontraba, sin duda, en sus propias búsquedas, a las que nunca (salvo ya muy mayor, y ni siquiera eso lo tengo por seguro) renunció por más que las dificultades de todo tipo (incluidas las enfermedades graves) le asediasen.
Ángela tuvo la grandeza de las aves exóticas. Acaso en sus cantos encontraba la más pura expresión de sus intensas vivencias, pero también en sus escritos y en sus pinturas, y aun en su forma misma de tratar con l@s demás en un día a día que no siempre resultaba grato ni para l@s demás ni para ella. En ese sentido fue una mujer comprometida con su gente, muy especialmente con las mujeres: su mundo era su mundo aunque para ella ningún mundo era totalmente mundo salvo, quizás, el mundo de los sueños, esos sueños profundos de los que intentaba dar cuenta.
Cuando la conocí ya era una mujer mayor, algo agotada ya en su continuo batallar con las premuras de la inspiración y con las trabas de la cotidiana existencia. Pero mantenía intacta una llama interior que a poco que soplara la brisa de una cierta correspondencia se inflamaba y alumbraba desde su interior como pueda hacerlo las más grandes hogueras. Creo que acabé decepcionándola totalmente después de haberle interesado mucho: su arte volaba por cielos a los que dificilmente, por mi formación y mis limitaciones, podía elevarme.
Eso lo vimos pronto. Como yo, tocaba el violín. Quiero decir que Ángela, ya septuagenaria, seguía tocándolo a menudo y pretendió que yo desempolvara el que yo había tocado en mi juventud, lo que contribuyó no poco al fracaso de nuestra reciente amistad. También seguía pintando (ella nunca lo diría así) y pensó también que dentro de mí había capacidades plásticas …Nunca debí darle aquellas falsas esperanzas que yo mismo llegué a pensar que no eran falsas. Su espíritu, tan disciplinado como indomable, tan sutil como contundente, no aceptó en absoluto mis incapacidades, que achacó a una falta de interés verdadero por mi parte. No había tal, pero tanto como ella puso en aquello la prueba de mi amistad puse yo mi insistencia en hacerle ver que no era por esos caminos por los que yo podría seguirle de cerca. ¡Y no porque no quisiera! Hubiera podido atender a mis ruegos y aceptar que pudiera ser otro el cauce por el que nuestros espíritus se comunicasen: la poesía…incluso el silencio…
Hay en la vida encuentros importantes que acaban mal. Creo que ella buscaba en mí respuestas cuando yo me afanaba más bien en formular(me/le) preguntas. No sé realmente lo que Ángela pensaba de mí cuando se retiró a su pueblo. Realmente no recuerdo ni si nos despedimos. Ya nunca volví a saber de ella por ella misma sino por otras personas.
Ahora que me llega la noticia de su fallecimiento siento algo parecido a lo que sentía cuando murió mi madre: que se ha ido sin haberme respondido a algunas preguntas que le hice ni a muchas que no me atreví a hacerle.
2 comentarios
Javier Delgado -
Muchas gracias por tus palabras. Los cielos a los que quería llevarme Ángela no los alcancé. Espero que tengas razón cuando dices que aún quedan muchos hallazgos por llegar. Pero, ay, vendrán también muchas pérdidas.
Besos.
Lau -