GRAMSCI EN LA CÁRCEL: NECESIDAD DE EXPRESARSE Y SILENCIO. DIALÉCTICA DE LA CONTRADICCIÓN
GRAMSCI EN LA CÁRCEL: COMO EXPRESARSE EN SILENCIO
La opción de Gramsci de ponerse a la escritura de unos “Cuadernos”, escritura doblemente secreta (hacia sus carceleros pero también hacia sus propios camaradas) es una opción en la que pesa en gran medida la idea y la perspectiva del silencio. Se trata de un caso en el que la dialéctica de la contradicción expresión / silencio tiene una forma de salida concreta. Que en el caso de Gramsci conviene historizar.
Hasta tu detención y encarcelamiento, Antonio Gramsci ha vivido siempre en contínuo diálogo cotidiano con sus semejantes. Sobre todo desde su encuentro con los obreros de Turín (cuando dejó su carrera universitaria para dedicarse a tareas políticas en el grupo rojo del PSI turinés), Gramsci fue inmediatamente reconocido por su afán dialogador, “socrático”, como sería siempre recordado por sus compañeros. A tal punto que cuando las cosas no le parecen claras en el seno de la dirección turinesa del PSI decide, en vez de colocarse en tal o cual puesto directivo, organizar una “escuela” socialista entre el proletariado más consciente de la ciudad, una escuela en la que un todavía joven Gramsci comentaba con sus compañeros el día a día y desgranaba para ellos sus lecturas de fondo. Es decir: cuando la inmediata via política pareció “taponada”, Gramsci eligió la conversación cotidiana, insistente y metódica; la expresión directa de sus conocimientos y de sus análisis, desvinculándose de las cortapisas de una militancia más “administrativa”.
Ese rasgo “conversador” del joven Gramsci no era, ni mucho menos, algo que le naciera directamente de lo más profundo de su intimidad, sino algo que correspondía a un compromiso con la realidad concreta, con la realidad concreta de otros seres humanos hacia los que Gramsci fue consciente de que había que ejercer una función “mayéutica” para que aprendieran a reflexionar por sí mismos de acuerdo a un método sistemático y a una perspectiva intelectual (y moral) coherente. Lo sabemos por sus propias confesiones posteriores: en sus cartas explica cómo vivía encerrado en sí mismo (y sufriente) mientras por fuera actuaba de acuerdo a su compromiso político; y expone con una sinceridad aplastante la inmensa soledad espiritual y afectiva en la que siempre vivió durante aquellos años.
Pero, pese a esas confesiones posteriores, lo cierto es que Gramsci aparecía ante sus compañeros como una personas absolutamente conversadora y comunicativa, capaz de acudir a una fábrica, a un círculo cultural, a un local de la organización socialista, etc., a preguntar a quienes alí estuvieran por sus experiencias inmediatas de lucha y a plantearles ideas y perspectivas que acaso no se les habían ocurrido. El Gramsci de “L’Ordine Nuovo” es un activista de la palabra escrita pero aún más de la palabra hablada. Es posible que, en su recuerdo, el silencio de su parte más íntima pesara más que la expansiva comunicabilidad con la que se manifestó en aquellos años turineses.
Uno de los rasgos más distintivos del joven Gramsci fue su comunicación con todo tipo de protagonistas de la actividad social y política, fueran o no militantes socialistas, fueran o no militantes, fueran o no reconocidos como protagonistas por las organizaciones existentes. Precisamente ese rasgo de “apertura” le llevaría consecuentemente a una concepción de los “consejos de fábrica” en la que defendería su existencia como organización de autogobierno proletario en la que todos los componentes, estuvieran o no inscritos en el partido, estuvieran o no inscritos en el sindicato, tuvieran voz y voto a la hora de diseñar la actividad. Esa concepción sería malentendida y atacada por otros dirigentes socialistas como, por ejemplo, los muy influyentes ya Bordiga y Serrati, para quienes tal dinámica “contraponía un órgano esencialmente corporativo al único instrumento de liberación del proletariado, el partido de clase, el partido comunista” o representaba “un crédito de capacidad revolucionaria que se concedía peligrosamente a la masa amorfa”. (Volveremos a esto otro día).
Lo que me importa resaltar hoy aquí es que toda la personalidad de Gramsci sufre una tremenda conmoción desde su encarcelamiento, una conmoción que pronto le llevará a cerrar la boca y a entregarse a la escritura, a una escritura, además, no concebida como la que hasta entonces realizaba (como un instrumento inmediato de comunicación en la dinámica diaria de la lucha, material que se “quema” en las manos), sino como una tarea “für ewig” (que puede traducirse como “para la eternidad” pero teniendo siempre en cuenta, como señaló Sacristán, la “trágica ironía”, de su expresión, “su trágico autosarcasmo”, aludiendo al poema de referencia “Per sempre” de los “Canti di Castelvecchio” de Pascoli), como le escribiría a su cuñada Tatiana en la carta del 19 de marzo de 1929, en la que por primera vez comenta el sentido y el contenido del trabajo intelectual que se plantea realizar.
El Gramsci joven se expresaba continuamente, hablando y escribiendo contínuamente, mientras guardaba un silencio casi absoluto sobre su intimidad. El Gramsci encarcelado cierra casi absolutamente la boca y deja de escribir “para el día” mientras produce dos tipos de escritos: uno “cerebral” en sus cuadernos y otros, en sus cartas, en los que da rienda suelta a la expresión de su más íntima intimidad.
Seguiremos.
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