UN PARQUE PARA EL SIGLO XXI. 75 ANIVERSARIO DEL PARQUE GRANDE
75 ANIVERSARIO DEL PARQUE PRIMO DE RIVERA
(Zaragoza, 1929 -2004) 75 ANIVERSARIO DEL PARQUE PRIMO DE RIVERA
(Zaragoza, 1929 - 2004)
1. INTRODUCCIÓN: CELEBRAR EL FUTURO
Celebramos los setenta y cinco años de vida de nuestro parque Primo de Rivera y como en toda celebración hay una mirada hacia el pasado y otra hacia el futuro. Celebramos porque comprendemos la historia de nuestro parque como historia de aproximaciones, superaciones, búsquedas, aciertos y fracasos. Y celebramos porque prevemos una historia interminable en la que a los nuevos retos y problemas que surjan se sabrá responder con ideas e iniciativas a la altura de las nuevas circunstancias.
Hay mucho que aprender de la propia historia de nuestro parque Primo de Rivera y en general, afortunadamente, se trata de un aprendizaje sobre la base de experiencias positivas. Su diseño, su trazado, su organización forestal y botánica, sus equilibrios y sus contrastes internos (materiales, especies, texturas, colores, alturas, olores, etc., pero también geometría, iluminación, redes y sistemas de riego, ingeniería hidráulica, amueblamiento, distribución de servicios...), todos y cada uno de los componentes del conjunto paisajístico de nuestro parque Primo de Rivera suma su particularidad desde la raíz histórica y técnica de sus propuestas.
El parquees un producto de una ya larga historia: vida en el tiempo. Y la suerte, el éxito esencial de su creación radica en que su identidad ha permanecido reconocible conforme se han sucedido las novedades. Quienes a principios del siglo XX vieron con ojos creativos las riveras del Huerva desde el Cabezo de Buena Vista y percibieron el sentido de los cambios que transformarían huertos y campos privados en el principal parque público de la ciudad tuvieron, realmente, visión de futuro: el parque que soñaron tenía en sí mismo los elementos que, en expresión de hoy, diríamos “de desarrollo sostenible”. Supieron ver la riqueza cívica que había escondida entre las aguas del Canal Imperial, el Huerva y sus respectivas acequias.
La creación del parque llamado desde entonces parque“Primo de Rivera” (en honor a un dictador que no lo merecía) fue la más clara evidencia de la entrada de Zaragoza en la Historia Contemporánea, dotándose la ciudad de un espacio público destinado al recreo vinculado a la naturaleza. Fue la primera vez que se advirtió la maravillosa capacidad del agua para crear progreso en forma belleza botánica entregada al ocio público y mayoritario. Una nueva concepción de la ciudad, adecuada a unas nuevas posibilidades de producción y consumo y a unas nuevas condiciones de trabajo.
Las sucesivas intervenciones en el parque Primo de Rivera fueron recogiendo el testigo de aquella primigenia ideación y las nuevas técnicas se procuraron poner al servicio de la identidad del parque. Gracias a esos dos factores hoy conocemos un parque que sin haber sido nunca exactamente igual nunca ha dejado de ser el mismo. Ejemplos especialmente importantes de esas intervenciones son la creación del Rincón de Goya a finales de los años veinte, la Rosaleda en los años cuarenta, el Jardín de Invierno en los años cincuenta, las fuentes luminosas en los años sesenta, las praderas, la zona infantil junto al Huerva y el Jardín Botánico en los años setenta y la cascada a principios de los noventa. La progresiva incorporación de monumentos (fuente de Neptuno, quiosco de la música, monumento a la Exposición Hispano-francesa de 1908, etc.) ha ido enriqueciendo artísticamente el parque al tiempo que le ha dotado de una especial resonancia a la memoria ciudadana.
La clave del éxito de nuestro parque está en que su diseño inicial, ese “parque mudéjar” inspirado por el pintor y paisajista Xavier Winthuysen, tuvo en cuenta cariñosa e inteligentemente las condiciones naturales del lugar: la verde corona del Cabezo, el declive del suelo, la pintoresca rivera del Huerva, la abundancia del agua. Respetando esas condiciones se trazaron caminos y senderos que aprovechaban lúdicamente la orografía y se plantaron especies arbóreas y arbustivas adecuadas a nuestra meteorología.
La historia del desarrollo físico y vegetal del parque se entreveró con la historia de su disfrute por la ciudadanía: usos y costumbres, necesidades y deseos que fueron también dejando su impronta en su identidad. Es emocionante constatar que jardinería y organización social del ocio han estrechado sus vínculos haciendo del parque Primo de Rivera un lugar de encuentro con tanta carga afectiva e identificatoria de la ciudadanía zaragozana como pueden tener los porches de Independencia o la plaza del Pilar.
Por eso fue extraordinariamente significativa y emblemática la decisión del primer alcalde constitucional de Zaragoza, Ramón Sáinz de Varanda, en 1984, de cerrar al tráfico en interior del parque. Señaló la lúcida entrada en una nueva época, en la que hay que tratar de seleccionar y priorizar entre la diversidad de usos a la que aún se le somete al parque poniendo en peligro su equilibrio como ecosistema y como ámbito civil. Los cambios cuantitativos (más población, más horas de ocio, más ofertas lúdicas) han producido un salto cualitativo que habrá que atender adecuadamente si se pretende poder seguir ofreciendo a la ciudadanía la calidad que el parque Primo de Rivera puede ofrecer con un cabal aprovechamiento de sus recursos actuales.
A comienzos de este sigo XXI seguro que conseguiremos acertar en un tratamiento cuidadoso de las características de nuestro parque Primo de Rivera, ahora que afortunadamente Zaragoza cuenta con una verdadera red de parques, jardines y zonas verdes, centros cívicos, bibliotecas e instalaciones deportivas distribuidos por toda la ciudad, lo que permite plantearse un uso selectivo y especializado de los espacios y los recursos. En esta circunstancia positiva es posible ya plantearse clara y decididamente qué disfrute específico debería ofrecer nuestro primer parquea la ciudad.
Nuestros antepasados supieron mirar, preguntar y escuchar, y a veces incluso tuvieron buenas ideas y consiguieron realizarlas. Entre nosotros, hombres y mujeres del futuro, también ha de haber quienes sepan y puedan afrontar nuevos retos. Hoy también es posible subir al Cabezo Buena Vista y mirar esas tierras con ojos imaginativos y con voluntad.
2. BREVE MIRADA AL PASADOA principios del siglo XX, muchas cabezas pensaron en el pasado y en el futuro de Zaragoza y de sus cada vez más numerosos habitantes: se imponía un nuevo diseño general de la ciudad, que diera cabida a las novedades introducidas por la industrialización en las antiguas huertas zaragozanas y a un revolucionario medio de transporte, el ferrocarril, que había llegado a Zaragoza en 1861 dotándola de una capacidad expansiva infinitamente superior en la distribución de mercancías. Azucareras, fundiciones, harineras, curtidos, etc., transformarían Zaragoza en una pujante ciudad fabril.
En ese ambiente de prosperidad laboriosa surgió una actitud emprendedora en la burguesía local, en la que los ejemplos de las realizaciones de otras ciudades españolas y extranjeras provocaron debates, estudios y propuestas. Se concretaría en 1906 un Proyecto de Ensanche gracias al cual se redefinirían los espacios ciudadanos y se ampliaría notablemente el núcleo urbano. La Exposición Internacional Hispano-Francesa de 1908 funcionaría como catalizador de las ideas del momento y como evidencia de la capacidad organizativa, productiva e imaginativa con la que podía contar la ciudad. Ejemplos de la conciencia de las necesidades ciudadanas y del ambiente emprendedor del momento fueron las notables construcciones del Matadero, del Mercado Central y de la Facultad de Medicina y Ciencias. La arquitectura privada floreció también con especial calidad y encanto en un conjunto de edificios que aún hoy ennoblecen nuestras principales calles.
Por entonces el Cabezo de Buena Vista era un lugar al que se acudía esporádicamente con más intención higiénica (aprovechar la limpieza y la temperatura del Cierzo) que deportiva u ociosa. Deporte y ocio lo facilitaban las cercanas barcas del Canal Imperial de Aragón en su tramo entre las esclusas de Casablanca y las playas de Torrero. En este Cabezo se creó un reducto como una cueva soleada y al abrigo del viento invernal (que con el tiempo, en los años cincuenta, daría lugar al Jardín de Invierno). Aquella Zaragoza de los años veinte del pasado siglo la recreó magistralmente nuestro escritor Ramón J. Sender en las novelas iniciales de su “Crónica del Alba”.
Entre 1913 y 1922 se fueron aproximando planteamientos y propuestas que llevarían a la aprobación del proyecto del parqueen su actual emplazamiento: entre el Canal y el Huerva. El factor determinante para su ubicación fue la constante y fácil provisión de agua en aquellas tierras. Su alejamiento del centro urbano, al principio visto como inconveniente, pronto adquirió un papel positivo: el parque tendría una considerable extensión (inimaginable más céntrica) y se continuaría naturalmente con los montes de Venecia, poblados de pinos, gran pulmón verde en el sur de la ciudad.
Hasta 1929, año de su inauguración, se sucedieron las muy diversas tareas necesarias. Y en el transcurso de ellas, en 1924, se produjo el feliz encuentro de la ciudad con el pintor y paisajista Xavier Winthuysen, joven entusiasta de los parques y jardines de España y estudioso de las novedades internacionales en la materia. El profesor de Instituto y entonces concejal Vicente Galbe Plazuelos llevó a Winthuysen al Cabezo de Buena Vista para solicitar su opinión sobre lo que allí se preparaba. Posteriormente se organizó una conferencia en el Casino Mercantil en la que el pintor desarrolló las ideas que había comenzado a considerar a la vista de aquellas tierras. Gracias a esta intervención nuestro parque se diseñó de acuerdo con las más novedosas (y al tiempo, más tradicionales) concepciones paisajísticas, en la idea de estar realizando un “parque mudéjar”. En la España de 1929 había escasos parques que pudieran competir en extensión, diversidad botánica y diseño con el parque Primo de Rivera de Zaragoza, colocando a nuestra ciudad entre las ciudades de primer rango europeas.
Ello tuvo una especial importancia en una ciudad que no había tenido una tradición jardinística propia, una ciudad en la que, si bien siempre hubo huertos y jardines privados más o menos amplios, no hubo importantes jardines ni privados ni públicos, o al menos no nos ha llegado ninguna documentación sobre ningún notable jardín renacentista ni barroco.
Hasta la creación del Jardín Botánico por la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, por los hombres de la Ilustración, ya en el siglo XVIII, no tendría Zaragoza nada parecido a un jardín público (y aun en este caso, abierto solamente a un selecto público). Los terribles destrozos que sufrió Zaragoza en 1808 y 1809 durante los dos Sitios a la que fuera sometida en la Guerra de la Independencia arrasaron los principales jardines de conventos y de palacios, sin que tengamos de ellos una clara referencia documental.
Habría que esperar hasta el siglo XIX para que se construyeran en nuestra ciudad algunos jardines privados de interés, insertos en “torres” (casas de campo cercanas a la ciudad) como el de Juan Bernardín en la Avenida San José, el de Rocatallada en el camino de la Cadena, el de Pablo Buil (posteriormente adquirido por el Ayuntamiento para crear el parque Pignatelli), el de Canti en el paseo de Ruiseñores, el Jardín de San Fernando y, sobre todo, los jardines de la torre de Bruil (posteriormente municipalizado como parque público). Ya en el siglo XX, a la ya relevante arboleda de Macanaz (en la orilla izquierda del Ebro) se sumarían los jardines de la Quinta Julieta y el Jardín Botánico de la Universidad.
Y eso en una ciudad regada por tres ríos, enriquecida por el Canal y surcada en toda su extensión por centenares de acequias que creaban desde antaño una perfecta red de aprovisionamiento de agua que ya no era sólo utilizada en el riego de campos y huertas y en lavaderos públicos sino como fuente energía para los motores de medianas y grandes fábricas. El agua, fuente de vida, no había sido aún mirada con ojos de ciudadano atento a satisfacer todas las necesidades vitales de la población.
La creación del parque Primo de Rivera fue una gran novedad, producto del desarrollo económico y social de la ciudad y del impulso que la Exposición Hispano-Francesa de 1908 dio a las ideas sobre la Zaragoza de la época. De ese impulso surgió también, por ejemplo, la realización del primer Inventario del Arbolado de la Ciudad, en 1913, precioso documento que atestigua el decorado botánico de la Zaragoza de principios del siglo XX. Estaba claro en la mente de nuestros antepasados que había que afrontar decididamente la cuestión del arbolado desde presupuestos urbanísticos, dotando a la ciudad de una conciencia de su propia riqueza botánica. Sólo así podría darse el gran salto que suponía dotar a Zaragoza de un gran parque. Desde 1929 nuestro primer parque ha sido lugar cotidiano de encuentro de la ciudadanía zaragozana con la naturaleza. Por primera vez en su historia Zaragoza integraba, con un concepto contemporáneo del ocio, el disfrute de la naturaleza en la ciudad.
3. NATURALEZA Y CIUDAD EN EL SIGLO XXICelebrar los 75 años del parque Primo de Rivera puede y debe ser la ocasión para volver a mirar y a estudiar con detalle y con mimo su realidad, su historia, las plantas y los seres vivos que lo pueblan, las técnicas de arboricultura, horticultura y jardinería que en su cuidado y mantenimiento se emplean, las costumbres y usos sociales que cristalizan en su interior.
Por supuesto, también ha de ser ocasión de introducir las mejoras necesarias adecuadas a los tiempos que vivimos. Ahora sí hay una tradición ciudadana y una tradición profesional que han convivido durante suficiente tiempo en un espacio común: de un diálogo entre esas tradiciones (y de información precisa sobre lo que se está haciendo en jardinería y paisajismo en el mundo) podrá surgir un proyecto de futuro para nuestro parque, a la altura de las condiciones de vida de la Zaragoza del siglo XXI.
La celebración del 75 aniversario del parque Primo de Rivera nos ofrece la ocasión de reflexionar colectivamente sobre el porvenir de nuestro primer parque inserto en la realidad total de la ciudad y su entorno. Hoy día se trata ya de promover y orientar el disfrute ciudadano de la naturaleza en toda la extensión del término. Un disfrute que contemple los pequeños jardines privados y las grandes masas de arbolado público, que aúne el embellecimiento y la seguridad vial, que aproveche las características particulares de cada zona urbana y la vivencia de sus vecinos, que atienda siempre que sea posible a la tradición y se arriesgue con lo novedoso necesario. Pensar el parque Primo de Rivera requiere ya un ejercicio mental e imaginativo capaz de concebir su papel en el conjunto de una ciudad del siglo XXI y reubicar su uso y disfrute en el actual conjunto de ofertas de ocio.
Resulta ya imprescindible la diferenciación conceptual entre jardín, parque, zona verde, etc., y la delimitación de sus usos sociales más adecuados y razonables. Importa muy especialmente la distinción entre lugares de paso, zonas de esparcimiento recreativo y ámbitos de quietud y reposo. El disfrute de un jardín (aunque no se trate estrictamente de un “jardín botánico”) proviene de expectativas distintas, y no siempre es posible compaginar cabalmente usos diversos en un mismo lugar. El deporte, el juego, el paseo, el encuentro social, la soledad, la reflexión, la contemplación, la fiesta, etc., no sólo requieren distintas actitudes individuales y colectivas sino que también exigen recursos y apoyaturas difíciles de compatibilizar.
La ciudad actual debe contar, entre otras muchas ofertas de ocio vinculadas a la naturaleza, con verdaderos parques y jardines dedicados al fomento de la percepción de la vida vegetal y animal en ellos cultivada y cuidada. Una ciudad alberga infinidad de vías de comunicación y lugares “de paso” que deben ser debidamente ornamentados, y puede también ofrecer también algunos lugares “para estar”, en los que pasear lentamente o sentarse constituyan posibilidades reales no sujetas a la presión de un ambiente en continuo movimiento, parques y jardines a los que se acuda expresamente a contemplar y estudiar la flora y la fauna o sencillamente recrearse con su observación, aspirando su perfume o escuchando los sonidos naturales del viento y del agua, el zumbido de los insectos y el canto de los pájaros.
El diseño de los jardines, arte antiguo esencialmente vinculado al nivel cultural de las civilizaciones, no es solamente un soporte más o menos utilitario para la ordenación de plantas, caminos, mobiliario, etc. La jardinería y el paisajismo, con sus técnicas de ingeniería y arquitectónicas, sus técnicas biológicas y sus búsquedas artísticas, aportan un tipo específico de disfrute estético para el que ya hace tiempo las poblaciones urbanas están capacitadas por más que no se haya cuidado suficientemente su formación al respecto.
Por otra parte, el cuidado y sostenimiento de la naturaleza en las grandes ciudades hace tiempo que concita todo un conjunto de tareas que dan trabajo digno a buen número de personas de muy diversos tipos y niveles de preparación profesional, número que se incrementará notablemente a poco que se incremente la atención pública y privada hacia esta realidad ambiental y social.
El tratamiento de la naturaleza urbana (o urbanizada) como bien cultural puede también abrir perspectivas nuevas a la consideración turística de nuestra ciudad. No sólo en el sentido superficial de “oferta turística” sino en el sentido de un profundo enraizamiento de la vivencia ciudadana cotidiana en un medio bello, amable, positivamente promotor de la felicidad. Nuestras calles y plazas son espacios capaces de proporcionar mucho bienestar si su tratamiento y uso es el correcto, teniendo en cuenta la realidad de la circulación rodada y de la contaminación acústica y ambiental.
Una ciudad contemporánea no tiene por qué someterse sin más a las efectos más negativos de la concentración de la población y de la actividad industrial o comercial. Rendirse a ellos resulta una insensata renuncia de los derechos elementales de una ciudadanía cuyo nivel de vida no puede medirse ya solamente con parámetros estrictamente económicos. Zaragoza, lo sabemos y se lo escuchamos a muchos visitantes, es una ciudad “amable”, “cómoda” para vivir y desplazarse por ella. Esa es la base firme sobre la que puede elevarse la calidad de vida en ella, haciendo que también sea una ciudad bella en cuanto a su componente natural, cuya más aparente característica “ornamental” no debería ocultar su potencial vivificador, higiénico, pero también civilizador, cultural.
Nada tendría que obligar a la ciudadanía a desplazarse kilómetros hacia el extrarradio, hacia otros valles y montes, hacia las comarcas más pintorescas de nuestra región o de otras para poder disfrutar de un reposo reconfortante en un ambiente natural. Animales, vegetales y minerales, la naturaleza presente en la ciudad, no es un mero simulacro de naturaleza. En la ciudad, el viento y la lluvia, las nubes, los truenos y los relámpagos son reales, el nacimiento y esplendor de las flores es real, y la caída de las hojas de los árboles es real. No son remedos ni sustitutos de la realidad natural presente en la naturaleza silvestre. Por otra parte, no pocas zonas de la naturaleza exterior a las poblaciones tradicionales también han sufrido un proceso sobresaturado de urbanización por el que tampoco en esos casos puede alegarse una diferencia sustancial en su vivencia.
Convivir con todos estos elementos naturales sin tenerlos naturalmente en cuenta o tomarlos sólo como factor de incomodidad en el medio urbano puede, sin embargo, condenar a la ciudadanía a una vivencia cotidiana de la ciudad en la que apenas cuenten sino los amplios recintos oficiales, industriales, culturales, comerciales o recreativos, una vivencia mayoritariamente encerrada entre cuatro paredes aireadas mediante climatizadores mecánicos, iluminadas siempre con luz eléctrica y adornadas con multitud de artificiales formas vegetales de tela y de plástico.
El amor a la naturaleza, la sensibilidad ecologista, el respeto hacia la identidad propia de los seres naturales, el aprovechamiento de las propiedades medicinales de las plantas, etc., debería recordarnos constantemente que en las ciudades también convivimos con la naturaleza. El explicable anhelo de “vuelta a la naturaleza” que experimentan las poblaciones del mundo industrializado no tiene por qué identificarse con la urgente huida de fin de semana en busca de un paraíso perdido en los montes. También la ciudad es un ámbito de disfrute de la naturaleza.
4. HORIZONTE 2008En la perspectiva de la futura realización en Zaragoza de la Exposición Internacional del 2008, nuestro primer parque puede considerarse un precedente zaragozano de una iniciativa de transformación urbana basada en el aprovechamiento responsable del agua y sus recursos.
La celebración del setenta y cinco aniversario del parque Primo de Rivera puede vincularse perfectamente a la preparación y realización de la Exposición Internacional. El debate sobre el tratamiento del agua y de la naturaleza en una gran ciudad contemporánea y la socialización de su disfrute responsable, puede aportar elementos concretos de acuerdo ciudadano en la previsión del futuro urbanístico de Zaragoza.
El planteamiento de la Exposición Internacional de 2008 reconoce y reivindica la vivificadora aportación del agua en la espiral civilizatoria que supera (sin destruirla) la fase meramente productiva (agraria e industrial) de su utilización para dar curso a nuevas formas de realización de la belleza urbana, para promocionar nuevas formas de ocio en la ciudad, para hacer del agua también un elemento vivificante de nuestra cultura y, en definitiva, de nuestro progreso. Vincular ambos acontecimientos, en su doble vertiente de estudio del pasado y diseño del futuro, ofrece de un lado la oportunidad de elevar el punto de mira a la hora de diseñar el tratamiento futuro del parque Primo de Rivera (y en general, de nuestros parques, jardines y zonas verdes) y, de otro lado, la oportunidad de reparar en la historia de las experiencias urbanísticas zaragozanas a la hora de establecer la nueva experiencia de la Expo.
Un 75 aniversario del parque Primo de Rivera inscrito en el horizonte de las celebraciones y decisiones sobre la Zaragoza del 2008 posibilita dotar a esta celebración del suficiente tiempo y reposo necesarios para pensar, imaginar, idear, proponer, debatir y acordar. Los cuatro años que quedan para la inauguración de la Expo van a ser años de reflexión e innovación urbanística. Insertar en el ámbito de las actuaciones de la Expo debates públicos sobre la temática de la naturaleza en la ciudad y concretamente sobre el tratamiento y usos de nuestro primer parque asegurará una visión de conjunto gracias a la cual la mirada sobre cada cuestión particular se beneficiará de la visión de conjunto que sobre Zaragoza ya está lanzando la Expo.
Actualizar un parque que cumple setenta y cinco años bien merece cuatro años de trabajos diversos, sobre todo si durante ellos las acciones relativas al medio ambiente natural en Zaragoza se coordinan y se complementan. No se trata de una celebración superficial, flor de un día entre las noticias, excusa de un acto momentáneo para la foto oficial, ni mera actividad de propaganda inmediata. Tampoco se trata de la programación de unas cuantas actividades lúdicas y recreativas indiscriminadas a cuenta de un aniversario en el que el principal protagonista, el parque Primo de Rivera se deje de lado en aras de una festividad inconsciente.
Se trata de celebrar de verdad, de trabajar en serio. Y eso exige contemplar la situación del parque Primo de Rivera teniendo en cuenta el conjunto de parques, jardines y zonas verdes de la ciudad (incluidos el vedado de Peñaflor y los pinares de Venecia, las riberas de nuestros ríos y los galachos del Ebro, etc.), la realidad total del arbolado y del adorno floral urbano y de las actitudes generalizadas de la ciudadanía zaragozana hacia los bienes públicos. Una visión de conjunto que permita encontrar soluciones complementarias a los diversos problemas que surgen en la vivencia de la naturaleza en la ciudad.
Vincular la celebración del 75 aniversario del parque Primo de Rivera a la organización y celebración de la Exposición Internacional de Zaragoza en 2008 es la forma de enlazar el pasado con el futuro mediante un compromiso concreto con las posibilidades y las necesidades del presente. Repensar el Parque, reafirmar su identidad ciudadana, mejorarlo y defenderlo va a requerir ese tipo de esfuerzo que requieren todos los planes que realmente pretenden transformar la realidad y construir el futuro.
5. CELEBRACIÓN PARTICIPATIVAEl Ayuntamiento de Zaragoza ha trabajado durante meses en la preparación de la celebración del 75 aniversario del parque Primo de Rivera. Varias concejalías han sumado sus fuerzas en la definición de los objetivos principales de esta celebración y en la búsqueda de medios, actuaciones e intervenciones que permitan alcanzarlos.
A modo de avance, puede anunciarse ya que:
El inicio de las celebraciones comenzará el próximo domingo 20 de junio, con un homenaje a Xavier Winthuysen. Una placa conmemorativa recordará para siempre su decisiva participación en el diseño de nuestro parque y con su nombre se conocerá en el futuro el “Jardín Botánico Xavier Winthuysen”, del que se editará una Guía.
Diversas actividades lúdicas y culturales se han programado especialmente para los meses de verano en distintos lugares del parque.
En otoño comenzarán a difundirse publicaciones sobre el parque y otros temas medioambientales. La primera publicación será un Libro-Disco realizado por la editorial Prames.
Se anunciarán convenientemente la realización de actividades sobre jardinería, paisajismo, flora y adorno floral.
A mediados del mes de diciembre tendrá lugar en Zaragoza la Primera Sesión del I Congreso Internacional “Naturaleza y Ciudad en el siglo XXI”. El Congreso tendrá tres sesiones bianuales: en 2004, en 2006 y 2008.
A lo largo de los años 2004 a 2008 se realizarán intervenciones de mejora en el parque, de las que se dará cumplida noticia. Y se irá desarrollando todo un amplio programa de actividades vinculadas al estudio y disfrute de nuestro primer parque. Actividades tan diversas como la instauración de un concurso anual de pintura al aire libre en el parqueo la organización de visitas guiadas por especialistas en jardinería, botánica, entomología, avifauna, etc.
La clave de estas celebraciones, no obstante, radica en la participación activa de la ciudadanía en ellas. Se trata de comprometer al Ayuntamiento de Zaragoza y a la ciudadanía zaragozana en una tarea de revisión global del planteamiento, ordenamiento y disfrute de la Naturaleza en la ciudad. Y para ello será preciso el concurso de todas las personas que quieran aportar algo.
Es preciso promover y organizar la intervención individual o colectiva de historiadores, estudiosos, profesores, profesionales diversos: ingenieros, arquitectos, biólogos, jardineros, viveristas, sociólogos, urbanistas, políticos, sindicalistas, asociaciones de barrio, asociaciones culturales, naturalistas, recreativas y deportivas, empresas del sector y empresariado local en general.
Que dichas celebraciones gocen del rango de “celebraciones oficiales” no quiere decir que queden recluidas en el ámbito de una minoría política o “gestora”. Serán oficiales porque gozarán del respaldo institucional necesario. Pero han de ser celebraciones ampliamente populares y participativas para que vivifiquen la realidad social y ofrezcan una base sólida a las iniciativas de futuro que se propongan.
Xavier Winthuysen, el pintor que amaba los jardines
Xavier de Winthuysen nació en Sevilla en 1874 en el seno de una rica familia de origen holandés establecida a finales del siglo XVII en El Puerto de Santa María (Cádiz). Su temprana vocación artística le llevó a la pintura. Su primer cuadro de éxito tenía como motivo el jardín de los Cepero, sus vecinos, en el que su vivencia de la belleza natural vinculó para siempre su amor a la pintura con su amor a la naturaleza.
Tras años de aprendizaje en Sevilla, donde además de dibujo y pintura estudió las técnicas de la decoración cerámica, viajó a Paris para ampliar conocimientos. En 1902 un crítico escribió de sus pinturas: “Si Rusiñol idealiza los jardines, Winthuysen los humaniza”. La comparación le honraba enormemente, pues Rusiñol era en aquellas fechas el más celebrado pintor de jardines de España.
Trasladado a Madrid, su amistad con el poeta Juan Ramón Jiménez le abrió las puertas de la Institución Libre de Enseñanza. Los hermanos Machado, Valle Inclán, y otros literatos, estudiosos y artistas serían su nuevo público y su nuevo ambiente vital en unos años de cierta penuria personal, pues su matrimonio por amor con Salud Sánchez Mejías le había generado cierto aislamiento social y dificultades económicas.
En 1919, gracias al apoyo del pintor Sorolla, consiguió una pensión de la Junta de Ampliación de Estudios para estudiar los jardines históricos de España. Además se le encargó la restauración de los jardines del Palacete de la Moncloa, que sería su primera obra importante de jardinería.
Entre 1920 y 1930 Winthuysen se dedicaría de lleno a la jardinería artística, publicando artículos sobre los jardines y el arbolado de España. Precisamente cuando viajaba por todo el país recopilando documentación vino a Zaragoza y después de visitar, invitado por el concejal Vicente Galbe Plazuelos, el Cabezo Buena Vista pronunció su célebre disertación el 23 de diciembre de 1924 en el Casino Mercantil presentado por el entonces alcalde de la ciudad Juan de Fabián. De aquella conferencia nació la esencia del diseño del parque Primo de Rivera.
De esa época data su obra fundamental, “Jardines clásicos de España”. A partir de entonces su actividad como jardinero diseñador se amplió enormemente y la Dirección General de Bellas Artes le encomendó la creación del Patronato de Jardines Históricos de España. Fue nombrado Inspector General y logró que los jardines históricos fuesen declarados de interés nacional. Promueve la creación de una Escuela Nacional de Jardinería.
Tras la guerra civil, el marqués de Lozoya reorganizó el Patronato de Jardines Históricos y Winthuysen continuó su labor como Inspector General y vocal. Hasta su fallecimiento vivió en Madrid, Ibiza y Barcelona, donde falleció el 2 de septiembre de 1956.
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