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javierdelgado

"EL GENIO OSCURECIDO". RELATO SOBRE LA MUY COMÚN ENFERMEDAD DE LA GENIALIDAD...INCOMPRENDIDA

"EL GENIO OSCURECIDO". RELATO SOBRE LA MUY COMÚN ENFERMEDAD DE LA GENIALIDAD...INCOMPRENDIDA

¿Reconocería usted algún detalle diferenciador en alguna de estas cajitas de comida para pájaros?                                                  

EL GENIO OSCURECIDO

 

De niño mostraba cualidades especiales: silencioso, abstraído, concentrado en sus juegos con la seriedad de un artesano. Creció entre la admiración familiar y el desdén de sus compañeros de clase, síntoma bastante fiable de genialidad. El timbre extraordinariamente grave de su voz era una cualidad ambigua en su infancia. No así su terrible mal genio que le llevaba a encanarse de rabia con cierta frecuencia. Había que ponerlo bajo la ducha para que recuperara cierta normalidad. Era un niño de acostumbrado buen trato que se volvía repentinamente intratable.

 

Sus habilidades eran tan diversas como prácticamente inútiles. Su afán por copiar cualquier objeto que atrajera su atención confirmaba la sabia modestia de su actitud artística. Las artesanías eran su campo de acción más allá de los textos escolares. Cualquier destreza manual aplicable a un fin más o menos artístico recibía su atención.

 

No era, sin embargo, un chico totalmente reconcentrado en sí mismo. Entre los suyos se hicieron pronto famosas sus visiones ingeniosas sobre cualquier asunto. Sus lecturas curiosas y sus fantásticos descubrimientos personales aportaban sustancia a sus cualidades de buen conversador. La originalidad era su divisa y la ondeaba en toda reunión familiar, con una frecuencia casi semanal. Se diría que poseía un humor dominical y un humor de entre semana, un verbo íntimo y un verbo exhibicionista.

 

Su humor era de tipo irónico y su especialidad una gesticulación y unos cambios de tono con los que insinuaba los dobles sentidos de sus frases, la clave oculta de su afirmación. Se diría que era capaz de reírse de cualquier cosa...menos de sí mismo. No admitía bromas sobre su persona. A sus catorce o quince años, eso parecía claramente un mal síntoma. Pero lo compensaba con una actitud generalmente bondadosa y apacible. Bajo su reposado silencio se escondía un volcán. Sus enfados juveniles parecían siempre resultado de una necesidad de autodefensa, una cuestión de dignidad.

 

En sus lecturas predominaba la búsqueda del detalle curioso, inusitado y, sobre todo, poco conocido por quienes le rodeaban. Disfrutaba enormemente de la perplejidad de sus oyentes y aún más de la fama familiar que ya predisponía la atención hacia sus explicaciones. En cualquier asunto era capaz de hacer ver que sólo él había encontrado el ángulo exacto gracias al que podía percibirse la originalidad de una propuesta. Lo mismo le ocurría con los objetos y, en general, con todo en la vida: la originalidad era para él un valor no sólo de uso (para sus propia satisfacción) sino un valor de cambio: le permitía atraer la atención de los demás, brillar durante unos minutos y dejar tras sí una estela de admiración o cuando menos de curiosidad. Verle alejarse del grupo al que había mostrado su ingenio era un espectáculo: los pasos, el contoneo, la satisfacción. Se diría que pensaba: ¡Lo conseguí una vez más!

 

 Desgraciadamente, sus cualidades no se difundían más allá del estrecho ámbito familiar, fuera del cual parecía incluso incapaz de establecer la más mínima relación. Observar esa contradicción resultaba penoso y daba bastante que pensar. Parecía tener algún tipo de complejo con su cuerpo que le impidiera salir al exterior con naturalidad. Naturalmente, las personas genialoides siempre tienen algún tipo de dificultad social.

 

En la Universidad no destacó especialmente pos sus conocimientos. Sus calificaciones no pasaron de la mediocridad. ¡Pero sus descubrimientos al margen de lo académico! Su madre, muy especialmente, fue receptora infatigable de cuantas narraciones y explicaciones quisiera hacerle, y quería hacerle  muchas. No tenía tertulia estudiantil ni pertenecía a ninguna asociación. Las meriendas con su madre y hermanas pequeñas en casa las sustituían muy favorablemente: pocos han disfrutado de un público tan asiduo, entregado y admirativo.  Algunos triunfos especiales los consiguió con la exhibición de objetos inútiles especialmente escogidos en el Rastro: la belleza, al parecer, tenía algo que ver con el pasado, con lo escondido y con lo incompleto. Por supuesto, algún objeto útil podía añadirse a sus conquistas, siempre que sus características lo alejaran de lo común. Sus resoplidos de felicidad, al  mostrar esas piezas, parecían responder a un esfuerzo verdaderamente titánico en su búsqueda, viajes de exploración inacabables, peligros inimaginables y, en ocasiones, una habilidad especial para conseguirlos a un precio increíblemente bajo.

 

Los problemas comenzaron para él cuando asumió la tarea de redactar una tesis doctoral. Su director de tesis, obviamente, no estaba al tanto de sus cualidades especiales y le trató como a un discípulo más, lo que le hizo sentirse humillado y le puso francamente furioso. En cualquier caso, pensó, haría algo especialmente original con aquel asunto tan ordinario que se le encargaba estudiar.

 

El mundo académico está corrompido, deteriorado, podrido. Una prueba más es que no acoge con los brazos abiertos las iniciativas de un genio ingenioso: aquellos treinta folios que presentó a su director de tesis sobre una novela de mil seiscientas páginas de un autor bastante prolífico contenían no sólo el quid de la cuestión (fuese la que fuese), sino incluso una indicación especialmente brillante sobre cómo acercarse a la obra de un autor complicado. ¡Había descifrado la clave del libro y se le exigían notas concretas, demostraciones detalladas, resúmenes de otras interpretaciones, bibliografía actualizada...! ¡Una pérdida de tiempo insufrible para quien ya ha aportado lo fundamental! Su director de tesis no vio así las cosas: aquello no pasaba, en su consideración, de ser un posible borrador de un artículo más o menos interesante para una publicación no especializada. El genio incomprendido rompió toda relación con aquel sujeto.

 

No presentó nunca una tesis. ¿Para qué? La Universidad sólo estimaba la burocrática y sumisa repetición de lo que las autoridades establecidas hubieran dicho y predicho sobre cualquier cosa. En adelante pondría su inteligencia ante un único altar, su propia estima. Realmente, no importaba nada la opinión exterior. Su capacidad analítica, absurdamente desperdiciada para la vida académica, tenía por delante una tarea interminable, tan ingente como sus propias ambiciones intelectuales. Al fin y al cabo, lo único que le tenía que importar.

 

Nunca publicó nada sobre ningún asunto y no es seguro que llegara a escribir sobre nada. Sus cavilaciones eran continuas, ricas en detalles, profundas y, desde luego, originales. No le hacía falta consultar amplias bibliografías para estar seguro de que a nadie antes se le había ocurrido lo que a él. Ofendido por la duda cuando alguien se atrevió a mostrarlas, solía contestar que su enfoque del asunto era tan distinto que nada importaba que en algunos aspectos hubiese coincidencias. Sus cada vez más reducidos oyentes (su madre había muerto y no todos en la familia tenían el tiempo y el humor de dedicarle su atención) estaban convencidos de la genialidad que se escondía en aquella cabeza de la que desgraciadamente no tenía ninguna noticia el mundo. ¡Peor para el mundo! ¡Así trata a sus mejores individuos!

     

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