ALEXANDER SOLZHENITSIN HA MUERTO. SUS LIBROS SIGUEN AHÍ.
ALEXANDER SOLZHENITSIN
Solzhenitsin reveló al mundo la realidad de los campos de concentración de la URSS en obras como Un día en la vida de Iván Denisovich (1962), El primer círculo (1968) y especialmente Archipiélago Gulag, un análisis del sistema de prisiones soviético, la policía secreta y el terrorismo de Estado, por cuya publicación en Francia en 1973 se vio privado de la ciudadanía soviética un año después. En 1970 le habían concedido el “nada politizado” Premio Nobel de Literatura. Vivió en varios países y sobre todo en Estados Unidos. Volvió a la Rusia de Yeltsin y declaró (con razón): "En Rusia no hay democracia". No hace mucho el gran policía Putin le dio medallas y honores “por sus tareas humanitarias”, lo cual no deja de ser una de esas bromas con las que anda cargado el inmenso saco de la Historia.
Leí sus obras conforme iban siendo publicadas en español, y aún conservo los envejecidos ejemplares de "El primer círculo" de Bruguera,1971 y de "Archipiélago Gulag" de Plaza&Janés, 1974. Nunca me gustó su persona-personaje, ni su megalomanía ni su espiritualismo histriónico, pero la lectura de sus "tochos" me abrió pronto los ojos a realidades de las que no solía hablarse a mi alrededor.
A mi alrededor había (mejor sería decir que yo me metí en medio de ella) una izquierda española, sobre todo de raíz marxista (pero no sólo), con grandes dificultades para admitir la realidad de tamañas barbaridades como las que denunciaba Solzhenitsin en el “socialismo realmente existente”, una penosa fórmula (nuestra, no suya) que por entonces no me pareció sospechosa de enmascaramiento sino una forma de decir que lo que “allí” existía realmente no era exactamente socialismo, pero el caso es que sí decía que lo era. Un desastre, eso es lo que era la URSS hacía ya muchos años.
Y en aquella izquierda en la que yo vivía con absoluta pasión mi aventura vital no había quien leyera los libros de Solzhenitsin: ¡no hacía falta! ¡ya se sabía lo que eran y quién era su autor y lo que se podía esperar…! Yo mismo, que leí algunos títulos, no iba por ahí diciendo que los leía y lo que su lectura me dolía. Como el resto, prefería centrarme en las evidencias de una personalidad desagradable y de una actividad “al servicio de la CIA”.
Tengo la impresión de que, al menos en España, tampoco la gente de derechas o de otras izquierdas leía los libros de Solzhenitsin. Puede que algunos los compraban, pero los libreros de la época no daban saltos de alegría cuando se anunciaba una nueva “promoción”. ¿Quién leyó a Solzhenitsin en España? Esa sería una bonita pregunta para contestar. ¿Y quién lo lee ahora?
Sigo pensando que me cae mal Solzhenitsin y que no me apasiona su escitura “amazacotada”, histeroide, repetitiva y desmañada. Pero sigo pensando también que no se podía aspirar a ser revolucionario en el siglo XX (y menos aún en el XXI) sin haberse metido entre pecho y espalda esos libros terribles y necesarios. Sé que con eso digo poco y mal de una escritura que pretendió ser literaria, pero el caso es que nunca me lo pareció.
Pero se trata solamente de mi lectura, la de un joven marxista y leninista que apenas tenía fuerzas para fijar la atención en el qué de lo narrado, aquella denuncia visceral de un sujeto paciente del terror, un joven tan impresionado por un testimoino personal, que apenas tenía fuerzas para entretenerse con las figuras más o menos retóricas de la narración. Leí a Sozhenitsin como se lee un documento histórico, un testimonio directo, una dolorosa confesión de un molesto pariente que sufre, no como se leen las novelas. Imagino que tampoco ayudarían mucho las traducciones, la malísima impresión, qué sé yo.
Ahora Solzhenitsin ha muerto a los 89 años, ha conseguido vivir muchísimos años más de los que se pretendió que viviera y ha visto más cosas aún de las que ya había visto. Decidió, durante cuarenta años de su vida, contarnos solamente una parte de la realidad, su parte, su testimonio personal de sus desventuras entre los desventurados de su país. Una opción perfectamente respetable.
Hoy - su muerte me ofrece la ocasión de expresarlo – me parece un hombre respetable aunque molesto y también un escritor que ha dejado unas obras, ya que no bellas, absolutamente necesarias. Da igual que me caiga mal, da igual que sus textos me hirieran. En mi memoria de ahora Sozhenitsin es un escritor al que ojalá se lea y se relea y del que ojalá se publiquen mejor traducidos al castellano sus primeros libros - ésos que hace treinta años se nos ofrecieron impresos en mal papel, llenos de letra menudísima, que se iban desencuadernando conforme avanzabas en su lectura (todo muy adecuado para un Premio Nobel) – sus primeros importantes libros. Aquellos ejemplares que conservo no me atraen precisamente a su lectura: están marcados físicamente por la precariedad de su edicion y la desolación que produjo su lectura. Si hay nuevas ediciones los pienso volver a leer.
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