Árboles y ciudadanía
La instalación del tranvía ha supuesto la muerte de numerosos árboles en el centro de Zaragoza. Lamentablemente, la actitud de las autoridades y de la ciudadanía hacia el arbolado no ha sido la adecuada
LA muerte de árboles en los paseos de Fernando el Católico y la Gran Vía, en Zaragoza, es una muerte anunciada y denunciada desde que se presentaron los planes del trazado de la línea de tranvía. La documentación seria de la empresa contemplaba la muerte segura de suficiente número de árboles y arbustos en el primer tramo como para resultar preocupante. Publiqué varios artículos en HERALDO sobre el asunto a finales del 2009. En el primero advertía: «Cincuenta árboles y más de un centenar de arbustos desaparecidos en dos días (…) no pueden ser fusilados al amanecer» (1 de septiembre de 2009, pág. 22). Esa desaparición constaba en los detallados planos que la empresa editó en un CD que sospecho que muy pocas personas se detuvieron a mirar.
ISIDRO GILPero no eran solo esos árboles y arbustos señalados con círculos negros en aquel plano los que estaban condenados a morir con motivo de las obras del tranvía: el destrozo inevitable de las raíces de todos predeterminaba el final que tendrían. Por eso, algunos propusimos una intervención radical respecto a ese arbolado: arranque de todos los ejemplares (cuya vida ya estaba comprometida desde los años setenta, cuando se hubiera debido iniciar una reposición general) y plantación de ejemplares jóvenes. Además, esa plantación debería haberse hecho no en los límites del bulevar lindantes con la línea del tranvía, sino unos cinco metros hacia dentro del andén central, evitando así que su vida estuviera también sentenciada. Esas propuestas fueron rechazadas por la empresa del tranvía con el argumento de su gran coste, coste no contemplado en sus presupuestos (no por otra razón: es decir, no mirando por el bien del arbolado). Desgraciadamente, las autoridades municipales del momento bajaron la cabeza ante una propuesta contraria a los intereses de la ciudad. Desgraciadamente también, la ciudadanía no reaccionó ante los avisos. Suele ocurrir que hasta que el daño no es evidente no surgen entre nosotros el escándalo y la protesta. Precisamente cuando ya no hay nada o muy poco que hacer.
Y, ahora, tres años después, todo el mundo sabe, porque lo ve, que el arbolado de uno de los más importantes paseos de la ciudad está muriendo. La causa, con todo, no es solamente las obras del actual tranvía: ochenta años de vida urbana sometidos al trazado del primer tranvía y a la congestión automovilística son demasiados para cualquier especie, incluso para los plátanos de paseo, que aguantan carros y carretas, pero sobre todo para otras presentes allí: fresnos, robinias y olmos, que fueron los primeros que ya hace años presentaban signos de extenuación.
Cada generación tiene sus responsabilidades; y la generación de la Transición (me refiero a la que protagonizó la toma del poder democrático municipal en nuestra ciudad) no quiso afrontar una tarea, la reposición de buena parte del arbolado urbano del centro de Zaragoza, tarea sin duda muy difícil de explicar a la ciudadanía del momento y que hubiese soliviantado (equivocadamente) a las bases sociales de cualquiera de los partidos representados en el Ayuntamiento, incluida, desde luego, la base que sostuvo la magnífica coalición de izquierdas que gobernó el municipio durante años de grandes realizaciones democráticas. Lo pagó el arbolado y, en consecuencia, la ciudadanía zaragozana: hoy es una evidencia.
La generación que asumió a principios del siglo XX la plantación de jóvenes ejemplares de árboles en las principales vías de nuestra ciudad tuvo claro que pasarían años antes de que su crecimiento favoreciera realmente al paseante y a la ciudad. Cualquiera que vea fotos de la Zaragoza de los años veinte y repare en el detalle de su arbolado verá lo que vieron con total naturalidad quienes vivían entonces y comprendieron que se trataba de una inversión para el futuro, para sus hijos y sus nietos. Una actitud ciudadana que hoy parece imposible de imaginar en una ciudadanía habituada a atender tan sólo a la actualidad más efímera y al disfrute inmediato y egoísta de cualquier elemento del entramado urbano.
Protestemos, pues, ahora, por el daño evidente, pues no es de recibo que se nos escamotearan unos datos que explican el penoso resultado actual. Protestemos y hagamos sentir nuestra cólera de ciudadanos engañados y perjudicados por decisiones sobre las que no se nos permitió tener toda la información ni la posibilidad de intervenir participativamente hace unos pocos años. ¿Cuál puede ser ahora el resultado concreto de nuestras protestas? Eso es muy difícil de predecir.
0 comentarios