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javierdelgado

EL LAUREL DE TORRERO Y SU LEYENDA: AMPLIACIÓN, 2

EL LAUREL DE TORRERO Y SU LEYENDA: AMPLIACIÓN, 2

En la foto, pequeño laurel del jardín de la casa del Subdirector de la cárcel de Torrero, jardín aún existente pero en mal estado de conservación. 

 

EL LAUREL DE TORRERO Y SU LEYENDA: AMPLIACIÓN, 2

 

En estos textos, que iré publicando sucesivamente y por separado en este blog, intentaré aclarar algunos detalles de lo que publiqué el pasado día 26 de octubre en Heraldo sobre la historia y situación actual de nuestro querido laurel de la cárcel.

 

En este segundo artículo abordo dos asuntos: la edad actual del laurel y quiénes lo cuidaron mientras estuvo en la cárcel.

 

1.- La edad posible del laurel de la cárcel

 

El anterior artículo acababa con el asunto del carácter “centenario” del laurel de la cárcel, que pongo en duda por las razones que expuse en ese primero: dónde estaba antes de la construcción de la cárcel y qué documentación avala su existencia previa. Por ahora nada parece documentar esa existencia previa, por lo que hay una fecha límite de la plantación del laurel en la cárcel: 1928, año de su inauguración. Pudo plantarse, evidentemente, un año antes, quizás, pero no mucho antes de 1928. Eso daría para el laurel, a fecha de hoy, año 2012, 84 años mínimo. Lo normal es que se plantara ya de algunos años: suele hacerse a los siete años de vida del árbol, de modo que podría tener unos noventa y uno, poco más.

 

Estos detalles, aunque nimios, interesan cuando se hace causa de un dato como el de “centenario” a la hora de defender la vida de un árbol (lo cual, por cierto, no es un dato fundamental para defenderlo). Según mis informaciones contrastadas, nunca se ha realizado ninguna prueba que demuestre la edad exacta ni aproximada del laurel de la cárcel, siendo lo de “centenario” una atribución hecha “a ojo”. Hay instrumentos para medir la edad de un árbol, pero nunca se han empleado para medir la de éste. Una persona, biólogo profesional con ciertos cargos de responsabilidad en la DGA, al preguntarle sobre el particular me contestó que “los autores del libro “Árboles singulares de Zaragoza le habían dicho…”. De modo que él mismo, posteriormente autor de un buen libro sobre árboles de Zaragoza, se apenaba de “haber dado por bueno lo que le dijeron” y haber escrito él también que ese laurel era “centenario”. Escribo esto aquí porque me parece un ejemplo de malas prácticas: unos deciden a ojo la edad de un árbol y otros lo dan por bueno y lo difunden bajo su responsabilidad profesional. ¡Y encima no hacía falta par nada ese dato incierto de árbol “centenario”  para defender con todas la fuerzas la permanencia del laurel de la cárcel en el lugar en que estaba cuando la cárcel se demolió! Bastaba con sus características, su porte, etc.

 

A esto ha de añadirse que otra autoridad, en este caso política, de ámbito regional, llegó a poner por escrito (en su día toda la documentación al respecto saldrá publicada convenientemente) que nuestro laurel era “único en España”,  afirmación a todas luces incierta y fácilmente rebatible. ¡Tampoco hacía falta escribir una extravagancia como esa para defender la vida del laurel!

 

La edad de nuestro laurel la sabremos sin ninguna duda cuando se le haga la “autopsia” después de muerto. Tengo entendido que no se emplea ahora mismo ningún instrumento medidor de la misma por no afectar a un árbol que ya está en grave peligro y porque se estima muy cercana su muerte, cuando esa medición ya no podrá perjudicarle. Esperemos, pues. Y si resulta finalmente que nuestro laurel tiene cien o más años seré el primero en desdecirme y en investigar  de nuevo de dónde pudo salir ese ejemplar que hubo de ser plantado en la cárcel cuando tenía ya 12 años o más. De hecho, ya estoy en contacto con los archiveros del Ministerio del Interior, del Ministerio de Justicia y del Patronato de la Merced para ver si en sus archivos aparece algo relativo a las plantaciones primeras que se hicieron en la cárcel de Torrero o, por lo meno, documentación sobre cuándo comenzó a haber personal al cuidado de las plantas de esa cárcel.  Ahora explicaré por qué.

 

2.- A quiénes correspondía el cuidado de las plantas de la cárcel de Torrero (y de toda España).

 

Se difundió la noticia, creo que con la mejor intención, de que “los propios presos cuidaban el laurel de la cárcel”. Lo cual es una verdad a medias y dificulta comprender cómo se organizaba en las cárceles españolas (por no entrar en las de otros países, donde el asunto es muy similar) el cuidado de diversos elementos de esas cárceles: desde el economato a la barbería, pasando por la leñera, las duchas, la albañilería… y la jardinería.

Concretamente, en la cárcel provincial de Zaragoza (la cárcel de Torrero) existían 24 “Oficinas” reguladas por la “Orden de regulación de la organización y funcionamiento de Talleres”. Lo sabemos por un largo documento de 1952 conservado en el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (A-5673/3). (Actualmente se están buscando documentos similares de otros años, que deben existir custodiados en los archivos que he mencionado en el último párrafo del punto 1).

En esa Orden se detallan los 29 Talleres en los que se distribuían las tareas de mantenimiento de la cárcel de Torrero:

Carpintería y tabla, tallista, barbería, cocina, almacén leña, panadería, electricidad, grabador, encuadernador, zapatería, duchas y calderas, cocina de enfermería, quirófano, lavaderos, costura, albañilería, desinfección, taller mecánico, botiquín, jardinería, pintura, blanqueros, economato, almacén viveros, oficina de alimentación, depósito de cianuro, depósito de ácido sulfúrico, oficinas de régimen.

Y en esa Orden se especifican las funciones y tareas de los funcionarios (de la cárcel) a cargo de cada uno de esos talleres, los requisitos de los reclusos que trabajan en ellos, las tareas que se pueden realizar y los controles diarios que deben hacerse del uso de las herramientas de cada taller.

En el caso del taller de Jardinería, ese año 1952 las herramientas de ese taller eran las siguientes: “una azada, un rastrillo, una hoz, una azada pequeña y una tijera de podar.”

Cada día el funcionario encargado de ese taller (como los encargados de los otros talleres) debía hacer lo siguiente:

. vigilar el taller, las herramientas, los reclusos y los trabajos.

. abrir el taller y cerrarlo, haciendo recuento de herramientas y reclusos.

. cachear a los reclusos a su entrada y a su vuelta al taller.

. prohibir la entrada en taller a los reclusos no nombrados para trabajar en los mismos.

. vigilar la limpieza y el orden en los talleres, las riñas y disputas entre reclusos “por cuanto por tener a mano elementos peligrosos pudieran producirse incidentes de gravedad”.

. no permitir trabajos ajenos a las necesidades de la cárcel y autorizadas por su Director.

. prohibir trabajos fuera de los talleres indicados.

. recoger materiales sobrantes peligrosos.

. pesquisa minuciosa del local, para que no se produzcan fugas ni ocultaciones.

 

Cada día el taller se abría y cerraba dos veces, por la mañana y por la tarde y cada vez que se abría o cerraba se hacía recuento de las herramientas y de los reclusos, se les cacheaba, etc. Concretamente a las 09 de la mañana se hacía el primer recuento y a las 18,30 de la tarde el último. Tres funcionarios: el Encargado del Taller, el Jefe de Servicio y el Director de la cárcel firmaban la comprobación de que todo estaba en orden. Así todos los días, cuatro veces: primera apertura del taller, primer cierre; segunda apertura del taller, último cierre. De todo eso quedaba constancia escrita diariamente y hoy podemos consultarla en los archivos pertinentes.

 

De lo expuesto se deduce que sea quien sea que haya difundido la frase “El laurel de la cárcel de Torrero lo cuidaban los presos” no comprendía el verdadero funcionamiento interno de las tareas en una cárcel ni se planteó indagar sobre el particular. Del mismo modo, si alguien escuchó de algún antiguo recluso de esta cárcel la frase “El laurel lo cuidaba yo”, no reparó en qué circunstancias lo hacía el recluso, sino que dio por bueno, al parecer, que ese recluso u otros lo hacían por propia voluntad, por ganas de cuidarlo, por amor al arte…sin preguntarle por esas circunstancias, que le hubieran aclarado todo.

Lo cierto es que los reclusos de la cárcel (de cualquier cárcel española, insisto) podían presentarse como candidatos a realizar alguna tarea en alguno de los talleres que había en ella. Su caso se estudiaba: antecedentes, conocimientos, disciplina interior, etc. Una vez admitido, el Patronato de la Merced registraba su entrada en las tareas de tal o cual taller a fin de que su trabajo en el sirviera para lo que se planteaba, es decir, para la llamada “redención de penas por el trabajo”. De manera que las horas de trabajo del recluso en cuestión, registradas oficialmente cada día por el jefe del Negociado de Redención de Penas de la Cárcel, daban una suma diaria y una suma total de días que se le descontarían de su condena: es decir, si tenía que estar en la cárcel 10 años y había trabajado tantas o cuantas horas, se le descontarían tantos días de condena y saldría (si no incurría en “faltas” que invalidasen ese descuento) antes a la calle. Resumiendo: los reclusos que cuidaban el laurel, sometidos a la autoridad de la cárcel, etc., y sin facultades para realizar tareas “voluntarias” aparte de las fijadas por el Encargado del taller, lo hacían para “redención de pena” como forma de quitarse unos días (que podían ser cientos) de condena. No se trataba, pues, de lo que parece querer decir una frase como “los mismos presos cuidaban el laurel”. Esos reclusos tenían que cuidar todas las plantas de la cárcel (sitas en patios – pocas – y en los jardines de las casas del Director, Subdirector y Administrador: por cierto, aún existe, en malas condiciones, el jardín de la casa del Subdirector de la cárcel de Torrero), sujetos a la disciplina que he intentado dejar clara, así como por razones que también he intentado aclarar.

 

Aparte de lo explicado (insisto, comprobable documentalmente en diversos archivos), había ocasiones en las que las autoridades de la cárcel solicitaban ayuda externa. Se trataba de tareas que evidencian, precisamente, los límites de las posibilidades de trabajo de los reclusos encargados de las plantas. Por ejemplo, la poda de ramas del laurel que por superar el muro exterior del patio de la Enfermería (en el que se encontraba, junto a otras plantas) pudieran dar la posibilidad de trepar por el tronco, avanzar por una de esas ramas y dejarse caer al otro lado del muro para evadirse. En alguna ocasión, (sabemos seguro que a partir de los años ochenta del pasado siglo), profesionales de Parques y Jardines eran reclamados oficialmente para esa tarea. La dirección de la cárcel, por otra parte, reclamaba oficialmente de la dirección de Instituciones Penitenciarias o de alguno de sus Servicios ayudas concretas o permisos para la realización de tales o cuales tareas en el edificio y sus dependencias. Todo en la vida carcelaria, incluido el trabajo de todos sus oficiales, jefes, etc., estaba regido por unas normas legales y burocráticas, hasta el más mínimo detalle. Lo cual cualquiera puede comprender (le guste o no la existencia de las cárceles, los hospitales, los cuarteles, los parques de bomberos, etc.).

 

En el siguiente artículo escribiré sobre el proceso que siguió la salud del laurel una vez demolida la cárcel de Torrero.

En realidad, después de la explicación magistral que el Jefe del Área de Arboricultura del Servicio de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Zaragoza, Luis Moreno Soriano, hizo ante la Comisión de Biodiversidad  el pasado viernes 16 de noviembre a nadie pueden quedarle dudas al respecto. Y en esa reunión había representantes de asociaciones ecologistas, vecinales (Javier grasa por Venecia, por ejemplo), profesionales… que a estas alturas ya han tenido tiempo de trasladar a sus representados esas explicaciones concretas y exactas que se nos dieron (algunas de las cuales sorprendieron, por ser desconocidas por los presentes, que en su absoluta mayoría nunca habían preguntado directa ni oficialmente  sobre el particular al Área de Arboricultura). Pese a todo, y para cumplir totalmente con esta “Ampliación” del artículo que publiqué en Heraldo titulado “El laurel de Torrero  y su leyenda” el viernes 26 de octubre, intentaré resumir las noticias y argumentos principales de aquella magnífica intervención.

 

 

 

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