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javierdelgado

ESCRITURAS

DESAHOGOS, 8: atada siempre al rabo...

DESAHOGOS

 

 

atada siempre al rabo

del recuerdo la lata ruidosa

de tu vida la que ya

no vives conmigo ni por

mí ni para mí ni contra mí

ni a pesar de mí libre de tí qué

maravillosa libertad qué gusto

no ser libre del todo de ti poder

sentir tu aliento en el cogote pero ya

vivir a mi aire sin que tú me vivas

porque ahora sí que me quieren

porque ahora sí hay una mujer

que me quiere porque ahora y

desde hace muchos años

me quieren ¿y a ti?

atada siempre al rabo

tu recuerdo llevo pero

libre de tu presencia

qué descanso

qué consuelo

qué maravilla

vivir

ah

sin

con estos zapatones de payaso para el  pie de

tu acéfalo embarazado que pinta la cara de tu re

trato sí sí                                           emperatriz! 

DESAHOGOS, 7: quark quark llamaban los espartakones...

DESAHOGOS, 7

 

 

quark quark llamaban los espartakones

quark quark respondían las espartaketas

miles de leptones desaparecían muy rápida

mente los antiquarks sumían en profundos

pensamientos a los sabios vaginados del cern

extraña encanto fondo cima nada más una

fracción de segundo después del famoso big

bang se desintegraron de pura inestabilidad

 

quark quark gemían los serios espartakones

quak quark se carcajeaban las espartaketas

protones y neutrones y fermiones como espín

un medio se hacían visibles junto a los leptones

mientras los hadrones lobaban mesones y bari

ones de dos en dos y de tres en tres a voluntad

a consecuencia del confinamiento del color

 

quark quark infelices los espartakones

quark quark felicísimas las espartaketas

ay 2003 2003 grabado en acero corten

asociación ilícita de aquellos cinco quarks

los pentaquark de controvertida existencia

tanta y tan científica casi divina arbitrariedad

 

quark quark por cuarta vez en el mismo poema

los espartakones quark quark por cuarta vez

las espartaketas ya el orden fallaba cuando

sólo faltaban cinco estrofas de un verso menos

cada una ¡cinco más o menos toda la eternidad!

 

three quarks for muster mark!  

sure he has not got much of a bark

and sure any he has it’s all beside the mark.

podría ser three quarts for mister mark

 

a joyce le importaría propiamente un pito

sólo al maskawa y al kobayashi de 1973

les impuso esa violación de la simetría

 

por kaones neutros una marranada incluso

para un sabio vaginado como tú como tú

 

que sabes absolutamente todo de los quarks

 

(en esta propina poética tres quarks

quedan volando entre munster y cork

¡para qué decir más!)

DESAHOGOS, 6: una noche de fin de año...

DESAHOGOS, 6

 

 

Nocheviejaperdida

 

1

una noche de fin de año

como suele decirse una noche

vieja íbamos a cenar juntos

por fin cenaríamos juntos los

dos juntos a la hora de cenar

en nochevieja y viniste y fuimos

a un raro restaurante vacío

como todos los restaurantes

que vimos pero abierto vacío

pero abierto y nos dijeron que si

queríamos cenar tenían un menú

especial por nochevieja y algunos

regalos especiales en bolsitas para

celebrar la nochevieja el restaurante

vacío del todo los camareros el

concinero nosotros dos en aquella

mesa de formica tan fría tan fea

dije yo dos menús nos dieron dos

bolsitas y entonces tú dijiste sólo un

menú que sea solo un menú yo no

entendí por qué decías eso ¿no tienes

hambre, no te gusta el sitio, no quieres

que cenemos fuera de casa podemos

volver preparo algo compro aquí cualquier

cosa y la tomamos en casa si a mí me da

lo mismo la nochevieja si no quieres ni

cenamos vámonos a la cama y lo celebramos

toda la noche de final de año juntos los dos

el maître o el que hacía de maître nos

preguntó muy obsequioso y con muy

mala baba ¿entonces sólo un cubierto? y

tú dijiste sí

 

2

cené yo solo contigo al lado

tú removías de poco en poco

la bolsita de los regalos la bolsita

que sólo era una para mí porque la

tuya se la llevaron si no cena no hay

regalos ya comprenderá usted no

comprendíamos nada pero sobre todo

no comprendí yo qué ocurría qué estaba

pasando en tu cabeza en tu corazón

por qué no cenabas conmigo la noche

se hizo negra muy negra y entonces tú

dijiste ya he cenado en casa de mis

padres y de golpe la cena se me

atravesó ya no pude seguir ni mirar la

bolsita de los regalos pagué inmediata

mente y te cogí del brazo y te pedí por

favor díme por qué no me has avisado

de que ya cenaste por qué tu silencio

por qué has arruinado la única noche

del año que íbamos a cenar juntos por

qué por qué por qué no sé cuántas ve

ces te lo pregunté rapidísimamente tú

no hablabas la barbilla contra el pecho

a grandes zancadas fuimos a mi casa

y entonces yo tan tonto te dije da lo mis

mo nos metemos en la cama y celebra

mos la noche de final de año más juntos

que nunca no habíamos pasado ninguna

noche juntos en aquellos cinco años tar

des mañanas sí pero nunca una noche

 

 

3

y así lo hicimos qué bien qué bien estába

mos celebrando nochevieja entre sábanas

pero tú dijiste de pronto tengo que irme ten

go que volver a casa entre la una y las dos

se lo he prometido a mi madre tengo que

volver ahora tengo que dejarte mañana te

veo y seguimos celebrándolo ya será el año

nuevo te respondí con toda mi desesperación

con toda mi desesperación me quedé aquella

noche solo y con toda mi desesperación

¡ELÍ, ELÍ!, 3: iba sin ton ni son no me...

¡ELÍ, ELÍ!, 3

 

iba sin ton ni son no me

importaba no tenía vergüenza

ni me daba miedo no veía la

trampa la mala leche de nadie

ni la doblez no me podía

ni aguantar de alegre que

andaba sin ton ni son no me

importaba no tenía vergüenza

¿por qué? ¡por qué! ¿por qué?

¡de qué! ¿de qué? ¡de qué!

¡ELÍ, ELÍ!, 2: a todo el mundo le hablé...

2: a todo el mundo le hablé

 

a todo el mundo ¡eh! ¡a todo

el mundo! ¡eh! a todo el

mundo le hablé de lo que

había visto y no paré de

hablar a todo el mundo, ¡eh!

¡a todo el mundo!

¡ELÍ, ELÍ!, 1: cuando dije que sí

¡ELÍ, ELÍ!,1

 

 

 cuando dije que sí

 

1

 

¡dije que sí díje que sí!

estaba tan contento desbordado

de alegría y de arrepentimiento

de agradecimiento y de temor

¡dije que sí dije que sí!

llevaba tanto tiempo deseándolo

cuando al fin lo dije

noté perfectamente cómo de

mi cerebro manaban la leche y

la miel ¡porque dije que sí!

 

2

 

¡qué vertigo me dio! desde

aquel altillo de mi cabeza

¡qué vertigo me dio! la

tierra prometida

llegué a verla

porque quisiste la ví

¡ y por qué dije que sí!

 

DESAHOGOS, 5: por qué te sigo escribiendo...

DESAHOGOS, 5

 

por qué te sigo escribiendo

desahogos y rabias si ya

no estás aquí si hace ya

¡casi treinta años!

que marchaste tan atómicamente

si tu ausencia física

nuclear no es teórica

ni mucho menos prácticamente

un problema de cuerpos

en relación con otros cuerpos

el tuyo y el mío desde luego no

por qué sigo poniendo el tú

en estos versos por qué me

empeño en hablarte a solas

conmigo solo a solas conmigo

dímelo tú venga dímelo tú

DESAHOGOS, 4: no estás ya no estás...

DESAHOGOS, 4

 

no estás ya no estás

no estás no volverás

no estás no quiero

que vuelvas ya nunca más

y me gusta poder decirlo

cada poco no estás

ya no estás y no volverás

DESAHOGOS, 3: tú...

DESAHOGOS, 3

 

eres la

rosa muerta y

enterrada

sólo un

arma

roñosa y

odiosa

dónde

rozas

infectas

gozas

o no

DESAHOGOS, 2: libre de tu presencia...

DESAHOGOS, 2

 

libre de tu presencia

pero atada siempre al rabo

del recuerdo la lata ruidosa

de tu vida la que ya

no vives conmigo ni por

mí ni para mí ni contra mí

ni a pesar de mí libre de tí qué

maravillosa libertad qué gusto

no ser libre del todo de ti poder

vivir a mi aire sin que tú me vivas

sin que me hagas sufrir

 

DESAHOGOS, 1: agua sucia en un sumidero...

DESAHOGOS, 1

 

agua sucia en un sumidero

hipotálamo abajo pero no sale

del todo y queda sucia  inútil

en ese revolverse

sobre sí misma

tu recuerdo

agua jabonosa

se ha ido ensuciando

y quedándose fría

dentro del tubo

de mi columna

vertebral

Angel Petisme gana el VII Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez

Angel Petisme gana el VII Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez.

 

El poeta aragonés Ángel Petisme (Calatayud, Zaragoza, 1961) ha resultado ganador del VII Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez, dotado con 6.000 euros y la edición del poemario ganador, titulado 'Cinta transportadora', en la editorial Hiperión.
El jurado se hallaba integrado por Jesús Munárrriz, Luis García Jambrina, Emilio Sola, Juan Van Halen y Jesús Losada, con la coordinación de Pedro García.
Se trata, a juicio del jurado, de un poemario "moderno, arriesgado, ágil, dotado de tecnicismos pero de fácil lectura".
El jurado dio a conocer el viernes tarde el fallo del premio que convoca el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo, al que en esta edición se presentaron 284 originales poéticos procedentes de una veintena de países, entre ellos Australia, China, Argentina, Nicaragua o El Salvador, según ha informado el presidente del IEZ, Pedro García Álvarez.
«Es un libro aparentemente de viajes, que se halla dividido en cuatro bloques. Se trata de una reflexión sobre ciudades: del corazón, del miedo y de los sueños. En verso y prosa, aunque una y otra no aparecen mezcladas», aseguraba Petisme al diario La opinión de Zamora, tras conocer el fallo. El poeta, que reside en Madrid y reconoce influencias de la poesía goliárdica, el romanticismo inglés, la vanguardia surrealista y la generación beat, mostraba su satisfacción. «Estoy contento con la escritura de este libro. No tenía duda a la hora de presentarme, aunque no soy de los que acuden a los premios literarios». Su satisfacción, advertía, era doble. «También por el nombre de Claudio, que es el "culpable" de que comenzase a escribir. Para mí, es un referente. Por su hondura, su aliento, su misterio, su magia. Es una de las voces en castellano más importantes de todos los tiempos».
Poeta, cantautor y licenciado en Filología Hispánica, Petisme cuenta con una bibliografía extensa. Es autor, entre otros poemarios, de "Cosmética y terror", "El Océano de las Escrituras", "Constelaciones al abrir la nevera", "Buenos días, colesterol", “Insomnio de Ramalah” o “Demolición del Arco Iris”.

 

www.angelpetisme.com  

 

 

 Comunicación y prensa: Javier García

Music Bus
C/ Pujades, 158 bis, 2º 1ª
08005 Barcelona
Tel. +34 93 320 82 92

info@musicbus.es

 

TARDE-NOCHE DE DOMINGO. LAS PALABRAS QUE GUÍAN EL RECUERDO. EL AJEDREZ. "WINTERREISE" DE SCHUBERT. LAS FUERZAS QUE FALTAN.

TARDE-NOCHE DE DOMINGO. LAS PALABRAS QUE GUÍAN EL RECUERDO. LAS FUERZAS QUE FALTAN.

 

Acaba la tarde del domingo, llega la noche y acaba con su comienzo toda la semana. Me ha costado tres horas escribir los 1.800 caracteres de la columna de “Artes & Letras” del próximo jueves.

 

 Por momentos he pensado en dejarla para otro rato, pero no he querido rendirme así al desánimo, abandonar la partida: si te pones, te pones, y hay que aguantar el tipo, repasar la palabras, quitar, quitar, quitar (irá de ajedrez “soviético”, pero hubiera querido hablar también de la escuela china, hoy tan en alza; también de tantos otros libros que me han entusiasmado en otros momentos- sobre Bobby Fischer, por ejemplo, que acabó de un golpecon la escuela soviética y con tantas otras cosas: murió el año pasado y han salido buenas cosas; también del papel estupendo que hacen ahora las actuales grandes maestras del ajedrez, verdaderas “divas” con seguidores acérrimos, listas, guapas, tenaces, que ponen cada día más alto el listón para tod@s l@s jugador@s; y tantas otras cosas…).

 

 Pero el quid de la columna es su extensión precisa y quien no lo comprende y lo acata no merece publicar en ellas. Así que paso tres horas (entre el té de las seis y la cocacola de las nueve, Prozac por medio) metido de cabeza en esas líneas que me levan a otras que releo en libros, revistas: recuerdos, subrayados, notas.

 

 Escribir sobre un libro, sobre libros, tiene mucho de repaso autobiográfico (que generalmente hay que ocultar, pero que a veces resulta interesante hacer ver, siquiera en un detalle, para dar idea de la subjetividad), y eso tiene la gracia y el inconveniente de que de una palabra saltas a otra y a otra como de piedra en piedra de una orilla a otra de un río, un río inacabable porque lo estás intentando cruzar corriente arriba, sin darte cuenta de que al otro lado está el pasado del pasado y no la otra orilla del ahora, que no es precisamente lo que buscas.

 

 Palabras y recuerdos, esta vez sobre libros de ajedrez y sobre mis vivencias personales (que callo) con ese juego que tanto se parece a la vida misma, como siempre intento hacer ver (aunque ya me parece que el Go es cualitativamente más parecido a la vida que el ajedrez).

 

He acabado rendido, tiritando, con dolor de cabeza. Quizás debería no haber tenido la radio puesta todo el rato, tanta música variada, tanta evocación musical seguida. (Pero entonces el pitido de los oídos se adueñaría de mi cabeza). Ahora que escribo aquí para darme el gusto de escribir lo que quiero sin tope ni horario escucho las últimas canciones del “Winterrreise” D 911de Schubert por la soprano Christine Schäfer (acompañada en el piano por Eric Schneider), una grabación que adquirí entusiasmado después de haberla escuchado en la radio. Desde 2006 es mi versión preferida del “Winterreise”, “Paseo de invierno”, ese conjunto de tristes canciones que en boca de una mujer (al meno, de la Schäfer) me parecen salidas más aún del fondo de un alma realmente aterida, vacilante, ya exhausta.

 

Mi alma tiene también esta noche de domingo una voz femenina para decir todo el cansancio que tengo, para musitar mi queja por las fuerzas que me faltan.

HE TENIDO UNA IDEA LUMINOSA QUE ME HA TEMPLADO EL DÍA

HE TENIDO UNA IDEA LUMINOSA QUE ME HA TEMPLADO EL DÍA

ESCRIBO POEMAS QUE (POR AHORA) NO PUBLICARÉ

ESCRIBO POEMAS QUE (POR AHORA) NO PUBLICARÉ

Es de noche.

La ventanilla me devuelve mi propia imagen (un poco borrosa).

Mientras viajo escribo poemas que (por ahora) no publicaré.

LA MIRADA DEL OTRO. LA MIRADA DEL PADRE. MÁS RECUERDOS DE INFANCIA.

LA MIRADA DEL OTRO. LA MIRADA DEL PADRE. MÁS RECUERDOS DE INFANCIA.

 

Si digo que le debo la vida a mi padre no me estoy refiriendo a lo que todo mamífero debe a su progenitor. Me refiero a que durante muchos años (por lo menos los primeros dieciseis años de mi vida) sobreviví gracias a mi él. Sobreviví no sólo por lo que generalmente sobrevivimos gracias a nuestros padres (alimentos, manutención, etc.), sino porque realmente hubo varias ocasiones, sobre todo en los primerísimos años de mi vidad, situaciones en las que estuve a punto de morir (y los médicos me dieron por imposible).

 

De las primeras ocasiones de morir, siendo aún bebé de pocos meses, no tengo sino el recuerdo de la narración, una y mil veces repetida, de lo que ocurrió, la narración especialmente detallada de mi padre. De lo que ocurrió a partir de mis dos años sí que tengo recuerdos personales, recuerdos, algunos de ellos, muy vívidos (más de escenas con mi madre que con mi padre, pero también con él).

 

 Muchos de esos momentos tienen lugar cuando yo estoy enfermo y mi padre me administra medicinas (incluso aprendió a poner inyecciones para ocuparse él mismo de las  - muchas – que me tenían que poner, aunque pronto abandonó esa tarea en manos de un practicante – Don Dionisio García, “practicante” – cuya presencia intermitente acompañó mi infancia y mi primera juventud con su fino bigote, su penetrante mirada, sus movimientos precisos y el olor del alcohol al quemarse para desinfectar las agujas; el olor y el color azulado de su llama domesticada en el pequeño estuche metálico en el que ardía).

 

Mi padre, al administrarme tal o cual medicina, me miraba con ojos de gran preocupación. Esa mirada (muchas veces entrevista bajo los efectos de la fiebre o del agotamiento) me transmitía un tremendo sentido de la gravedad de mi estado, un estado que, sin duda, tal era su mensaje, podía fatalmente agravarse en cualquier momento, en ese mismo instante preciso en el que mi padre me estaba mirando, escrutando en mi semblante los signos de la gravedad de mi enfermedad.

 

Mi padre (también recuerdo los ojos de mi madre cargados de negras premoniciones, pero los de mi padre resultaban especialmente inquietantes) trabajaba mucho muchísimas horas al día y cuando llegaba a casa aún tenía trabajo que hacer. Por eso sus ratos de relación con sus hijos eran escasos (aunque siempre, siempre hizo “un hueco” para entregarse a nuestro cuidado en todos los sentidos del cuidar), sobre todo en aquellos duros años cincuenta en los que siete hijos (la octava hija llegó en 1960) exigían una dedicación laboral se puede decir que estrema para “sacarnos adelante”. Lo que quiero decir es que para unb niño, en casa, que su padre le atendiese un rato, dedicase un rato exclusivamente a él, era una situación excepcional.

 

La enfermedad, por supuesto, era una de las razones por las que mi padre “haría un hueco” cada día para ver a un hijo aunque sólo fuese unos minutos. Por cierto: mi padre ha sido siempre (y lo sigue siendo a sus noventa y un años) un hombre sanísimo, que apenas ha pasado en toda su vida, y sólo ya de mayor, algunas semanas en la cama. Eso le ha producido seguramente cierta dificultad para comprender la especial situación de alguien enfermo, pero su espontánea generosidad ha cubierto esa distancia siempre con mayor o menor fortuna. Porque hay experiencias, como la enfermedad (sobre todo la enfermedad recurrente, repetitiva, intermitente, de alguna gravedad, etc.), que si no se han vivido no se pueden del todo comprender.

 

El caso es que mi padre me administraba las medicinas y me miraba. En su mirada, llena de aprensión, podía leerse (al menos, eso era lo que yo leía cuando él me  miraba en esas circunstancias) una radical inseguridad en el efecto de las medicinas. No por las medicinas, sino por aquel niño enfermo que habia estado a punto de morir dos o tres veces al poco de nacer. Los ojos de mi padre manifestaban una grave duda en la capacidad de ese niño para aprovechar los efectos beneficiosos de las medicinas (por lo demás, caras, según el niño podía escuchar con frecuencia), en cierto modo estaban diciéndome que lamentablemente mi debilidad congénita suponía un obstáculo poco menos que insalvable para cualquier medicina con la que se me quisiera sanar.

 

Por supuesto, el niño que se veía juzgado así en la mirada de su padre tenía varias posibilidades a su alcance, no todas buenas. Una, desde luego, era la posibilidad de confirmar a su padre su penoso juicio sobre él y acabar muriéndose cuanto antes, con lo que, además, dejaría de ser un gasto añadido a los muchos gastos familiares. En cierto modo, esa confirmación, ese darle la razón a su padre, resultaba una tentación bastante notable: su padre, al fin y al cabo, se lo merecía. ¿Cómo pretendía ese niño contradecir a su padre, que sabría seguramete muchísimo más, más desde luego que el propio niño, sobre él? De entre todas las demás opciones, la otra verdaderamente relevante (no una variante de la primera) consistía en demostrarle a su padre que estaba felizmente equivocado, que su hijo era  capaz de superar la enfermedad (al menos esa del momento, quién sabía si las que vinieran después), aprovechar las medicinas por él administradas, reponerse y salir al mundo ya sin la ayuda de él.

 

Ponerse bueno, por tanto, era mucho más que una tarea física, una positiva reacción al tratamiento médico y a los cuidados familiares. Ponerse bueno era una opción personal que requería una decisión en respuesta (también) a la  mirada del padre.

 

Llevo vivo ya cincuenta y cinco años y he estado muchísimas veces enfermo, de modo que sé de lo que hablo cuando digo que la salud, la supervivencia, el deseo de vivir, etc., conllevan una carga profunda de concentración psicológica en ese objetivo. Una concentración que, niño y no tan niño, ha de conseguirse a pesar (¿o por ella misma?) de la suposición de que uno no va a salir de ésta. Siempre, cada vez que se produce una enfermedad puede ser fatal: por fin ha llegado la enfermedad que confirmará los temores de mi padre sobre su hijo: ese hijo no tiene fuerzas para curar y, haga lo que haga y se haga lo que se haga por él, va a morir.

 

¿Estoy aún a tiempo de entregarle a mi padre mi cadáver de un hijo muerto, por fin?

DEPRESIÓN: CÓMO DECIR LO QUE DICE LA EXPERIENCIA. MI AGRADECIMIENTO A MI AMIGA LOLA POR SABÉRMELO DECIR.

DEPRESIÓN: CÓMO DECIR LO QUE DICE LA EXPERIENCIA

 

A mi amiga Lola se le acaba de morir el padre y la he llamado en cuanto he visto la esquela en el Heraldo. Me cuenta cómo ha sido la muerte tranquila de un hyombre "cumplido", un nonagenario, en casa, en su cama, rodeado por hijos, nietos, biznietos. Me habla de la paz: la paz con la que su padre ha muerto y la paz con la que sus familiares le han despedido. Y aún tiene ánimos, mi amiga, para preguntarme por mi salud. No sabía que andaba otra vez metido en un pozo y, con el cariño de siempre, me ha estado dando ánimos.

 

Me recuerda que no hay mal que cien años dure y que tras este episodio de negrura otro luminoso vendrá. Son las mismas palabras, con pocas variantes, que puedes escuchar muchas veces en estos casos. Lo distinto ha sido la forma de decirlas. Mi amiga Lola las dice con fe verdadera en sus palabras y con cierto conocimiento de causa: otros amigos cercanos han pasado sus depresiones y le han dicho cómo se las gasta esta puñetera enfermedad.

 

La experiencia, me asegura, nos dice que vendrán mejores tiempos. “Tienes que recordarlo sobre todo cuando peor estás”. Me cuenta brevemente algunas anécdotas que ilustran su confianza. Me ofrece su casa por si necesito algún rato “soltar lastre”… Me despide dándome las gracias por mi llamada y soy yo quien queda realmente agradecido a ella: me ha hecho sentir la verdad (deseable) de su certeza, la categoría real de la propia experiencia en la que arraiga.

 

Necesitaba escuchar esas palabras. Pero necesitaba, sobre todo, escucharlas decir así.

 

Mi amiga Lola se ha quedado huérfana y yo estoy ahora mismo se diría que huérfano de mí mismo. Una vez más, se me ha muerto ese tipo que me esfuerzo en mantener de pie. ¿He de aprender a dejarlo morir del todo?  ¿Quién resucitará? Mi amiga me ha dicho que de la depresión se sale siendo mejor y más bueno. Lo ha dicho con pleno convencimiento. ¿Será verdad? Esta noche quiero creer que mi amiga Lola tiene razón. Ella está convencida. ¿Por qué no puedo apostar por ese convencimiento también yo?

 

En cualquier caso, esta noche, al recordar la conversación con mi amiga Lola tengo, eso sí, la certeza, del poder curativo de la buena amistad. ¿Cómo agradecer su regalo como se merece? La he llamado porque se ha muerto su padre y lo he sentido. Me ha contestado con su interés cariñoso por mí.

 

La experiencia es la experiencia. Comunicarla es otra experiencia que se superpone. Ese cómo te dicen lo que dice la experiencia es decisivo. La  experiencia, con cariño es algo más, mucho más. Eso es, sin duda, lo que ya sabía Lola cuando la he llamado. Esa era su más poderosa verdad.

DEPRESIÓN: LA BOINA Y EL “PAYASO”. RECUERDO INFANTIL

DEPRESIÓN: LA BOINA Y EL “PAYASO”. RECUERDO INFANTIL

 

De nuevo estoy en la montaña rusa emocional: subidones instantáneos y caídas en picado, muchas veces a lo largo del día. En cuanto creo percibir una mejoría en el ánimo me pongo a alguna tarea pero pronto un apagón general me hace sentir inútil totalmente y sin remedio, incluso ridículo por haberme creído capaz, etc.

 

 ¿Dónde se hunden las raices de este tipo de sufrimientos? ¿Merece la pena escarbar en la intimidad personal hasta dar con las pruebas fehacientes de las heridas sufridas en el pasado, en la niñez? ¿Sirve hacerlo para curarse?

 

Un recuerdo infantil:

 

De niño, siempre enfermizo, acudía en invierno arropado con varias capas de ropa: quitaba y ponía cada dos por tres (como aún sigo haciendo). Una de esas capas era la bufanda y otra la boina. Algún hermano mayor mío llevaba pasamontañas (prenda entonces, primeros sesenta, todavía común entre los chicos), pero mi cara no las soportaba (tampoco mis piernas soportaban el roce – que hacía sangrar la mpiel de mis muslos - de aquellos tejidos rasposos de los pantalones: mi madre me los forraba con seda). Las bufandas estaban perfectamente difundidas pero las boinas no.

 

Seguramente yo era el único que llevaba boina de niño al colegio durante los meses fríos. (En mi familia, de origen navarro, la boina “chapela” era una prenda común y corriente, sin mayor connotación de ningún tipo). Sí podían verse por la calle grupos de chicos de la OJE (organización fascista juvenil) con sus pequeñas  boinas chulescas inclinadas totalmente sobre la oreja derecha, pero eso no eran propiamente boinas ni para mí ni para nadie: representaban ese espíritu militaroide mitad legionario mitad falangista que se fomentaba en aquella organización. Mis boinas eran amplias y me las ponía haciendo visera frontal, solamente un poco inclinadas hacia la derecha, “a la navarra”.

 

Nunca he olvidado aquella mañana de serrín en los “tránsitos” (pasillos) del colegio, alumbrados por mezquinas bombillas desde techos muy altos donde siempre podían advertirse negras telarañas que sólo corrientes muy fuertes de aire hacían oscilar, como mínimas velas, y quedarse convertidas en guiñapos, colgajos menudos. Llovía en la calle, hacía frío. Yo entraba en el colegio con mi boina puesta, como siempre: hasta que no había techo sobre nuestras cabezas - me habían enseñado en casa – no había obligación de descubrirse (no hacerlo constituía una verdadera falta de educación: aquellos hombres que jugaban al dominó en los bares con la boina puesta no eran educados…). Por alguna razón, el cura que estaba al cargo de mi clase (“preparatoria superior”, la inmediatamente anterior al “Ingreso”, es decir, en mi caso, a los ocho años) se había colocado cerca del segundo portón del edificio, adelantado respecto a la gran sala de entrada (el “hall”: “jol”, decíamos) en cuyo centro geométrico reinaba sobre su pedestal marmóreo el Niño Jesús, cuyo pie tocábamos para después santiguarnos al entrar y al salir del colegio.

 

Entre aquel segundo portón y el Niño Jesús, como solía, me quité la boina, empapada por la lluvia. Diría que de nuestras ropas salía vapor. Era muy temprano (yo acudía con mis hermanos mayores, que entraban algunas horas antes que los de mi edad; entraba en mi clase y me dormía con la cabeza sobre los brazos, sobre la tapa del pupitre hasta que comenzaban a llegar el resto de los compañeros). En el momento en el que, pasando la boina a la mano izquierda, iba a tocar el pie del Niño Jesús, recibí un golpe seco en la nuca, un golpe que me aturdió: ví todo amarillo como lo veía cuando me iba a desmayar. Entonces oí su voz, la voz enojada de aquel cura llamándome “¡Payaso!”

 

En mi recuerdo, yo no me vuelvo, ni siquiera giro realmente la cabeza, sólo miro de reojo por si viene otro golpe. Aquél “¡Payaso!” aún me resuena en el cerebro junto con el recuerdo de un intenso dolor, no sólo físico. Me duele mucho el golpe en el occipucio, pero me duele también otra cosa indefinible dentro del pecho, y me duele con un dolor muy especial, el que siempre he sentido por el daño infligido sin justicia ni razón, generalmente por un adulto a un niño.

Aquella mañana desperté de golpe, dolorosamente, del estado de somnolencia en la que llegaba al colegio, un estado en el que prefería mantenerme tanto por no salir del mundo de los sueños nocturnos y domésticos como por no ser totalmente consciente de que estaba yendo hacia un colegio en el que todo me hacía daño y me angustiaba. Desperté también con aquel grito. Me sentí desnudo, despojado, humillado, expuesto al peligro: una especie de “Eccehomo” infantil.

 

“¡Payaso!” Gritado así, se trataba de un insulto despreciativo, muy despreciativo. Acompañado del golpe (traicionero, por demás), resultaba un castigo. ¿Un castigo por qué? ¿Por llevar boina? ¿Por tardar dos o tres segundos en descubrirme al entrar en el colegio? Nunca lo sabré con certeza. En esos instantes el golpe y el “insulto” tenían que ver, en mi cabeza, con el hecho de llevar mi boina. Y nadie en el mundo me hubiera podido convencer de que por llevarla mereciera ningún castigo. ¿Entonces? ¿Por qué?

 

Mi asociación de ideas (castigo-boina) no debía ir muy desencaminada: aquel cura se empeñaría, no mucho después, en colocarme la boina como a él le parecía que había que hacerlo. ¡Que era exactamente como yo la llevaba siempre! Navarro también él (para qué decir su nombre, ni eso merece), algo le faltó o le faltó en el cerebro para que mi boina infantil le llevase a tratarme así. ¡O qué sé yo qué problemas tuviera ese hombre!

 

El caso es que cuando me da el bajón de ánimo, cuando no consigo verme a mi mismo capaz de nada me acuerdo de aquel golpe y de aquel “¡Payaso!” y al dolor de mi niñez se añade un nuevo actual dolor. Me veo como alguien expuesto a la burla universal. Por alguna razón esa boina infantil sigue en mi mano izquierda, recién quitada de la cabeza, que recibe un gran golpe que me despierta a la desesperación.

 

Desde aquella mañana hubo dentro de mí (¿o ya estaban y se avivaron con aquel golpe?) dos sentimientos luchando a degüello: de un lado el sentimiento de mi dignidad, de mi identidad propia, de mi derecho “natural” a llevar boina, etc; de otro lado, el sentimiento de indignidad, de no ser (¿por qué?) digno de llevar boina ni de ser como era, etc. La visión negativa de mi mismo con la que me había golpeado aquel cura, un golpe mucho más doloroso todavía que el fuerte golpe en el occipucio, envenenaba la fuente misma de mi identidad. Sé que no pude superar, esa madrugada, la mirada despreciativa y enojada del cura, que hizo mella en mí. ¡Así pues, yo no era lo que parecía!

 

Desde entonces, cuando caigo en el pozo de la depresión, siento una y otra vez aquel golpe moral en mis entrañas: siento el pavoroso abismo de la indignidad, del no ser quien creía ser, el despertar de un sueño, la duda sobre cuál es la realidad sobre mí mismo, cúal es mi verdadera identidad. ¿Soy un payaso para mí mismo? Mientras estuve andando (como quien anda sobre las aguas), ¿era sólo un pobre payaso soñando que era digno incluso de llevar boina? Así me sentí aquella mañana en el colegio, a mis ocho años. No sé si antes de aquella escena había sentido algo parecido, posiblemente sí. Lo que sé con certeza es que desde entonces me aterra recibir ese golpe y escuchar ese grito dentro de mí. Y que a menudo tengo que decirme a mi mismo que, sea como sea, merece la pena existir tal como soy, tal como intento ser, tal como sueño que consigo ser cuando aún nada me hace saber que todos mis esfuerzos serán vanos, que no tengo nada que hacer.

 

Ahora mismo, que lloro desesperadamente, no soporto la herida profunda que me dejó aquella escena infantil.

 

¿Y de qué me sirve haberla contado aquí?

 

SONIA FIDES: "ELECTRA SE QUITA EL LUTO". PRESENTACIÓN EL VIERNES 7 EN LIBRERÍA "LOS PORTADORES DE SUEÑOS"

Luisa Miñana me envía este email, que copio:

El próximo viernes, 7 de noviembre, a las 20,30 horas y en la librería Los Portadores de Sueños, celebraremos la presentación del poemario ELECTRA SE QUITA EL LUTO, de Sonia Fides, publicado por Ediciones Vitrubio.

 

      Junto a la autora madrileña estarán el escritor y periodista, Antón Castro, y Luisa Miñana.

 

     

      Este es el segundo libro de Sonia Fides. Por su primer poemario, “Mirar y ser mirada”, recibió el Premio de Poesía Nicolas del Hierro, 2006. La autora mantiene además el blog poético y cultural Mademoiselle joue avec son revolver.

 

     

      En palabras de la escritora Carmen Posadas, quien presentó Electra… en Madrid:

     

 

“La poesía de Sonia Fides no se caracteriza sólo por su originalidad, indiscutible. Atrapa al lector dentro de una mezcla heterogénea de conceptos y lenguajes, que prestan a sus poemas la cualidad de lo impúdico. Además, la poesía de S. Fides incorpora un matiz poco usual entre la mayoría de los poetas: el humor, muy visible por ejemplo en los títulos de sus piezas poéticas. Los títulos de los poemarios de Sonia Fides son cada uno de ellos un poema en sí mismos. Este segundo libro de la poeta madrileña, Electra se quita el luto, viene a demostrar que su autora posee una indudable voz propia, aunque también que esa voz tiene un carácter muy inconformista que le empuja a huir de los escenarios ya hollados. Por eso este Electra… es tan diferente de Mirar y se mirada, su anterior y primer libro, con el que Sonia Fides ganó el X Premio de Poesía “Nicolás del Hierro” 2006.”

 

 

 

SERA EL PRÓXIMO VIERNES, 7 DE NOVIEMBRE, A LAS 20.30 EN LA LIBRERÍA LOS PORTADORES DE SUEÑOS (C/BLANCAS, 4—ZARAGOZA). ¡¡OS ESPERAMOS!!

Y DE PRONTO, EL APAGÓN. LA DEPRESIÓN ES ASÍ.

Y DE PRONTO, EL APAGÓN. LA DEPRESIÓN ES ASÍ.

 

Ya tardaba. Y lo contento que estaba yo. Pero ha llegado. De repente. ¿Sin avisar? Avisos que no atiendes, porque no parecen realmente tan avisos. De pronto, una tarde de viernes te das cuenta de que se te ha producido el apagón. En esa oscuridad ves perfectamente todo el sinsentido. Te asusta. Pero es un susto seco, sin temblor. Un dolor como el que producían aquellas fuertes pedradas en la cabeza, seguidas de una inmediata pérdida de consciencia.

 

Ahora no es precisamente una pérdida de conciencia lo que sigue al golpe, sino una existencia consciente como dicen que tienen muchos insectos cuando son picados por ciertos congéneres que les inoculan un veneno que les mantiene vivos pero incapaces de la más mínima reacción. Así los mantienen frescos para ir comiéndoselos tan ricamente. Lo mismo hace con uno el golpe instantáneo del apagón. Y si dura, la depresión comenzará a comerte las entrañas y no parará.

 

Estoy anímicamente agotado. No sé ni cómo ha durado tanto esta primera “luna de miel” conmigo mismo de casi medio año. Imagino que, tan contento, me he confiado y me he puesto a demasiadas cosas o demasiado intensamente a las que me he puesto. Conclusión: ahora no tengo ánimos para nada. Me he obligado a escribir en el blog durante los últimos tres días porque me daba miedo desaparecer totalmente y no saber cuándo ni cómo me encontraría después.

 

Sólo de pensar en cada pequeña tarea en la que ando metido me dan sudores y sofocos, la cabeza se me vacía como si todo lo que hubiera dentro cayera instantáneamente por un sumidero voraz. Estas cosas me dan miedo. Por eso lo escribo aquí, para ver si escribiéndolo me parece menos de temer y, en cualquier caso, para que ustedes comprendan mi silencio si llego a callarme totalmente durante no sé cuántos días.

 

Aguántenme la confesión. Aguántenme callado. Aguéntenme si sigo escribiendo. Necesito saber que ustedes me aguantan, no le dan importancia, lo dejan estar sin ponerse nerviosos también. Su tranquilidad será la mía, su comprensión mi salud. Perdonen estas confesiones. Comprendan mi necesidad. (¡No les quiero  explicar todo lo que me aterra este golpe repentino!¡No puedo ponerlo en palabras ahora, ni siquiera para mí! ¡Si no lo nombro, quizás el bicho no se agrande y no pueda más!)

 

Si mañana mismo me leen metiéndome en las cosas como suelo meterme, no se extrañen tampoco. Esto es así: mientras tienes el más mínimo indicio de capacidad, actúas, hablas, escribes. Ojalá que el veneno no llegue esta vez a paralizarme por completo. Realmente, ante esta nueva amenaza no sé qué hacer. Tomaré un orfidal (más), llamaré a mi psiquiatra, descansaré, esperaré…

 

Perdonen otra vez.