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javierdelgado

ESCRITURAS

"NUEVA NARRATIVA ESPAÑOLA" : UN CICLO EN SINGULAR SOBRE UNA NARRATIVA NO TAN NUEVA Y BASTANTE PLURAL

"NUEVA NARRATIVA ESPAÑOLA": ÓJALA QUE SEA EN PLURAL

Los días 9 y 19 de noviembre y 13 de diciembre tendrá lugar un ciclo de actos (impuros) con la participación de jóvenes (y no tan jóvenes) de  la(s) nueva(s) narrativa(s) española(s), aunque tampoco sean ya tan nuevas.  

Tendrán lugar en la Biblioteca de Aragón, con la coordinación del grandísimo poeta barbastrense y global Manuel Vilas, que aún tiene ánimo  para organizar cosas así.

Será una ocasión (más) para conectar con escritores como Félix Romeo, Carlos Castán, Eloy Fernández Porta y Agustín Fernandez Mallo (estos dos últimos vendrán dos veces para que nadie pierda su oportunidad).

¿Que por qué pongo esta interesante noticia que me envía Manolo Vilas con algunos comentarios "distanciadores"? Porque el marchamo de "Nueva Narrativa Española" no me gusta y preferiría, entre otras cosas, que se utilizara un más comedido plural. En cuanto a lo de "Nueva", ustedes mismos juzgarán.

Pero, pese a lo dicho, me parece un ciclo interesante y agradezco a todos ellos, sobre todo a Manolo Vilas, su esfuerzo e interés.

EL OTOÑO FRÍO ME HA SENTADO MUY MAL

Ha llegado el otoño frío, el cambio de las horas, las tardes más cortas, las nubes y la lluvia, el aire frío. Las casas se destemplan, la calle se hace menos atractiva. Uno se enfría en cualquier momento. Y si no es uno, es otro que pasa cerca y estornuda y moquea. Pañuelos de papel arrugados, ojos churripitosos, miradas apagadas. Duelen los huesos, apetece la cama.

Me ha sentado muy mal la entrada del otoño frío. Me siento repentinamente sin fuerzas para nada. Cualquier tarea se me antoja imposible. Quiero cerrar los ojos y que llegue mañana y mañana y mañana.

Leo las memorias políticas de Ángel Cristóbal Montes, y eso tampoco anima mucho. Acabo una biografía de Soljenitsyn, tampoco es muy animada. Estudio un ensayo sobre Luis-Ferdinand Cèline, tres cuartos de lo mismo. Estoy leyendo los libros equivocados en el  momento equivocado.

Leo la prensa: la crisis, las argucias del capitalismo y sus servidores, las gracias de Doña Sofía la dicharachera, los obispos sobre Halloween y la gente joven, la Expo Floralia 2014 cogida por los pelos, sin debate previo, el enésimo atentado de ETA...

No tengo ganas de nada.

Ha venido como el cierzo, de repente. Un golpe directo al corazón y a la mente. Un parón.

Ya se me pasará. Espero.

COMUNISTAS EN LA FÁBRICA: RETOMAMOS LA TAREA. PRIMERA SESIÓN DE REPASO DEL TEXTO.

Esta mañana nos hemos vuelto a reunir el grupo de trabajo sobre la actividad de los comunistas en la fábrica Giesa de Zaragoza. Menos José Luis Navarro (desde aquí, un abrazo), todos los demás han acudido: Angel Gómez, Ramón Górriz, Laura José, Manuel Machín, Luis Martínez, Isidro Pradal, Felipe Prat, con buen humor y ganas de trabajar.

Traían los deberes hechos de casa: habían leído el primer borrador del texto y habían apuntado un sin fín (espero que sí tenga fin) de correcciones.

Además hemos decidido varias cosas importantes: ampliar las entrevistas a militantes más jóvenes para que los testimonios sobre los años setenta se amplíen,  intentar obtener otros puntos de vista sobre la vida cotidiana de Giesa durante los años 1945-1975, avanzar más deprisa en la búsqueda documental y redactar "visiones generales" de la situación política y social de la época y referencias a las principales líneas de la política del PCE y de CCOO en cada momento.

Hemos trabajado, hemos reido, nos hemos abrazado con alegría y amistad. Así da gusto. Esta gente me da vida cada vez que me junto con ellos. Trabajo también, que me  vuelven loco con más y más detalles, pero sobre todo vida, alegría de vivir. Espero estar a la altura de su confianza.

GRAMSCI EN LA CÁRCEL: LA PESADILLA DE LOS AFECTOS ( I )

GRAMSCI EN LA CÁRCEL: LA PESADILLA DE LOS AFECTOS ( I )

Julia Schucht con los dos hijos de Gramsci, Delio y Giuliano

 

 

GRAMSCI EN LA CÁRCEL: LA PESADILLA DE LOS AFECTOS ( I )

 

Muy poco después de ingresar en la cárcel, Antonio Gramsci comienza a vivir con gran ansiedad sus afectos personales: las cartas a su mujer, Julia, y a su cuñada Tatiana (sobre todo éstas), pero también las cartas a sus hermanos y familiares, son el testimonio de la pesadilla cotidiana que supusieron para Gramsci sus afectos.

 

Es difícil no apenarse leyendo esas cartas. Algunas debieron de ser muy dolorosas para quienes las recibían. Algunas resultan irritantes incluso para un lector ajeno al mundo cercano de Gramsci. ¿Qué le estaba pasando?

 

El Gramsci aislado de sus compañeros de cárcel tiene necesidad de expresar en las cartas familiares sus obsesiones más terribles, especialmente su obsesión de no ser comprendido por nadie. Las penalidades que le hubieran podido hacer sufrir sus adversarios políticos no le parecen tan graves como las que siente que le infligen sus seres más amados.

 

Gramsci, en sus cartas, revela claramente la profunda depresión en la que está sumido, una depresión a la que se añaden problemas paranoides y una “mala leche” bastante notable. No se corta en absoluto en su reproches a Julia y a Tatiana, reproches que en ocasiones llegan a ser verdaderamente ofensivos (no solamente injustos). Lo extraordinario fue que su cuñada Tatiana, que había entregado realmente su vida al acompañamiento a Gramsci, no le mandase al cuerno a la primera ocasión que le dio, y le dio muchas a lo largo de todos esos años.

 

Es una simpleza remitirse a los muchos males físicos (y psíquicos, como él no duda en escribir) que estaba sufriendo Gramsci para “quitar importancia” a sus continuas salidas de tono epistolares. Lo cierto es que Gramsci escribió cientos de páginas a los largo de sus once años de encierro y la suma de sus reproches y reprimendas llenan la casi totalidad de esas páginas. Hay que aceptarlo como lo que es: la expresión (en parte deformada por las circunstancias de la censura carcelaria) de una psicología enferma. Mirar hacia otro lado sólo hace que nuestra lectura “de parte” niegue la evidencia y perdamos la ocasión de aprender algo realmente importante sobre el ser humano, al menos sobre ese ser humano que fue Antonio Gramsci.

 

Una vez aceptado esto, lo que admira y maravilla en las cartas de Gramsci es sobre todo su capacidad de expresión, la capacidad de formulación racional de estados de ánimo y de experiencias íntimas cuyas raíces se hundían en lo más profundo (e irracional) de su personalidad. Lo expresado (un mundo de pesadilla) recibe una expresión absolutamente lúcida, sin apenas tramos de balbuceo intelectual. Se trata de una de las empresas epistolares y, en general, literarias, más impresionantes de toda la literatura del siglo XX, en la que a vivencias similares (pensemos en Joyce o en Kafka) se le estaban buscando fórmulas expresivas “desestructuradas”, un lenguaje quebrado por la misma fuerza de lo que se pretende expresar.

 

Antonio Gramsci (como el marqués de Sade, dicho sea de paso) construye una escritura perfectamente racional para contar sus historias, una escritura de una lucidez apabullante. Y eso pese a que en algunos momentos (sobre todo al comienzo de su cautiverio) su percepción es que no consigue expresarse todo lo que quisiera. En su carta a Julia del 9 de febrero de 1929 escribe a su mujer: “También yo querría escribirte tantas cosas, pero no consigo vencerme, superar una especie de contención. Creo que eso depende de nuestra moderna formación mental, la cual no ha encontrado aún medios de expresión adecuados y propios. (…) Mi propio estudio profesional de las formas técnicas del lenguaje me obsesiona al representarme toda expresión de formas fosilizadas y osificadas que me producen repugnancia”.

 

He aquí expresado con clarividencia un asunto absolutamente contemporáneo. Y además muestra uno de lo rasgos más sobresalientes de la expresión gramsciana: para Gramsci cada elemento vital particular, personal y concreto ha de encontrar su “armónico” en una reflexión sobre un asunto general, ha de encontrar el marco histórico en el que está teniendo lugar como asunto y como expresión de ese asunto.

 

Otro de los rasgos de la escritura de Gramsci en sus cartas es la reivindicación a sangre y fuego de su personalidad propia, una reivindicación que no se detiene si ha de dar, más o menos indirectamente, algún palo a la personalidad de los demás. La evidencia mayor de este rasgo se da en sus cartas a su mujer, Julia, a la que acabaría sometiendo a un terrible proceso de acercamientos y rechazos contínuos sobre la base de la imposibilidad de la mutua comunicación, hasta llegar a la conclusión (varias veces) de que debían romper su relación para siempre. A menudo sucede al leerlo pensar que, aunque pudiera tener razón en sus argumentos, no tenía por qué expresarlos de forma tan hiriente, incluso despiadada. 

 

Gramsci es consciente, y así lo escribe, de que hay algo “negro” en su personalidad que le incita a “portarse mal”; pero nunca renunció a expresarlo. Con frecuencia reivindicará su percepción de que los demás (hermanos, amigos, cuñada, mujer, etc.) no le conocen y tienen “una opinión completamente equivocada” de él, sobre todo de su “capacidad de resistencia”, incluso de absoluta “autonomía personal”, como le escribe a su hermano Carlo el 12 de septiembre de 1927: “Estoy convencido de que no hay que contar nunca más que consigo mismo y sus propias fuerzas, sin esperar nada de nadie y sin procurarse, por tanto, desilusiones”. Y también, en carta a Tatiana del 3 de agosto de 1931:” De hecho no he sentido nunca necesidad de una aportación exterior de fuerzas morales para vivir intensamente la vida mía, incluso en las condiciones peores(…)”.

 

En mi opinión, está claro que su fromulación “insolidaria”, en la que el hombre ha de ser ajeno a sus semejantes (y no prójimo), responde a una concepción de la vida personal con la que muy difícilmente puede contruirse una sociedad solidaria.

 

No es raro que este hombre torturado se hubiese preguntado muy pronto (y lo expresara enseguida, en carta a Julia  del 6 de febrero de 1924, menos de dos años después de conocerla): “Pero cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa cuando nunca se había querido a nadie, ni siquiera a la familia, si era posible amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales. ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida de militante, no iba a esterilizar  y a reducir a puro hecho intelectual, a puro cálculo matemático mi cualidad revolucionara?”

 

(Continuará)

 

EL TÍO DE LA FOTO DEL BLOG DE ANTÓN CASTRO NO SOY YO

EL TÍO DE LA FOTO DEL BLOG DE ANTÓN CASTRO NO SOY YO

Este tío de la foto no soy yo.

 

Antón Castro ha tenido la generosidad de publicar en su blog el texto que ayer escribí sobre la memoria y el silencio, MI homenaje a quienes no desean o no se sienten en condiciones de transmitir sus recuerdos personales.

Antón Castro es un amigo del alma, un hermano para mí.

Antón Castro es una de las personas a las que les debo, literalmente, seguir vivo.

Nos comunicamos poco, pero siempre a fondo.

Me ha escuchado en muy malos momentos y también ha sabido hacerme hablar en otros no tan malos.

Le estoy muy, muy agradecido. Eternamente agradecido.

Pero tengo que aclarar inmediatamente que el tío de la foto de Pierre Gonnord con el que ilustra mi artículo no soy yo, no vaya a ser...

¡A cada uno su propia jeta!

EL SILENCIO Y LA MUERTE

EL SILENCIO Y LA MUERTE.

 

Siempre ha estado ahí la posibilidad del silencio. Del silencio total. Muy joven, casi todavía un niño, pensé hacerme cartujo. Más que nada por eso del silencio. Era una forma de vida que ponía en cuestión toda la vida tal y como la conocía(mos). Algunas tardes de jueves cogía el tranvía del Parque y luego el trolebús del Gállego y después andaba no sé ya por dónde hasta la Cartuja de Aula Dei, a  cuya puerta me acercaba sintiendo la naturaleza y la arquitectura en su magnifica tranquilidad. A veces me asomaba por la portería, en la que un viejo monje (o a lo mejor no tan viejo, pero a mí me lo parecía) exhibía la notable contradicción de su cabeza totalmente afeitada y su larga (“luenga”, correspondería) barba. La sonrisa del monje (de los diversos monjes que veía en la portería) no era lo que se dice una sonrisa de alegría. Eso, dicho como entonces, “me mosqueó”.

 

Leí algunos libros de cartujos y sobre cartujos. Siempre he mantenido una mirada atenta hacia ese mundo “mudo”, pero el que yo quisiera sería un régimen colectivo de mudez total, en la que sólo se fuera realmente partícipe del silencio. (Hace poco acudí a los cines “Renoir” a ver una pelicula titulada, precisamente, “El silencio”, dedicada a la vida en una gran cartuja. Me cabrearon - el verbo es mío de ahora, pero ya dicen “me rayaron” para eso - me cabrearon mucho los reiterados mensajes “evangélicos” que aparecían escritos en la pantalla, un despropósito).

 

Lo que quiero decir es que desde muy niño (porque la cosa comenzó mucho antes, en los largos meses de encamamiento total a los que me obligaba un médico excesivo y cenizo, convencido de que cada enfermedad que tenía, aunque fuese un catarro, era mi última enfermedad…) tuve la experiencia del silencio como experiencia intensa y gratificante aunque también obligada y molesta.

 

Resumiendo mucho, los años pasaron y me hice a la idea de que un hombre vivo es un hombre con voz (entonces en España con poca voz y, desde luego, sin voto), de que vivir y expresarse constituían una sola experiencia. De modo que me parecía que debía decir lo que se me ocurría, ¡incluso decir, dado el caso, que no se me ocurría nada! Una y otra cosa  no porque yo creyera que mi opinión fuese especialmente atendible, sino, lo primero, por no dejar de aportar algo por si a alguien le servía y, sobre todo, para animar a l@s demás ha expresarse; lo segundo, más que nada para no dar la impresión de que con mi silencio escondía nada: una idea importante pero no compartible, algo secreto, etc.

 

 La cosa estaba clara: estar vivo conllevaba decir siempre lo que se piensa y se siente (con las cautelas que se quiera), con la idea de que si todos los seres humanos hicieran otro tanto la humanidad se enriquecería en esa comunicación y cada cual podría entender muchas cosas que sin escuchar la opinión de otros jamás llegaría seguramente a entender. Vivo y comunicativo. Si estás vivo, sé comunicativo, esa era la cuestión. Una actitud que pronto me deparó sorpresas (algunas bastante desagradables): porque no todo el mundo comunicaba lo que pensaba y sentía y, más aún, porque no todo el mundo aceptaba que otro (por ejemplo, yo) se expresara con entera libertad.

 

Desde luego, casi nadie entre los adultos, y menos aún los que parecían tener algún poder de decisión sobre lo que podíamos o no podíamos hacer los demás. Eso (y la temprana visión de las tremendas palizas que la policía les daba a l@s estudiantes en la Gran Vía, estoy hablando de la Zaragoza de 1967, 1968…) me hicieron a los trece años radicalmente antifranquista (dicho sea con expresión que por entonces no era mía), pero también y, sobre todo, “antiautoritario”, que sí sabía entonces lo que quería decirse con esa palabra. Un antiautoritario que no estaba dispuesto a bajar la cabeza ni ante la autoridad de los curas del colegio, ni ante la autoridad paterna, ni (de quinto de bachiller en adelante), ante la autoridad académica (del instituto Goya, de la Universidad…).

 

La cuestión del silencio ya no se me volvería a plantear nunca durante muchos años como una opción vital. No hasta hace unos diez años.

 

 Sí hube de aprender (y rápido) a darme cuenta de cuándo, ante quiénes y qué cosas hay que callar. Así, en la Primera Semana de Cultura Aragonesa (marzo de 1973) en la que participé junto a mi amigo Luis Ballabriga leyendo algunos poemas, uno del público me preguntó por la censura. Tras un silencio, contesté: “La censura es inefable, así que no hablaré de ella”, lo que fue perfectamente comprendido por quienes me lo escucharon y provocó muchas risas. (Ese “uno del público” resultó ser el médico y camarada del PCE Paco Lapresa, al que muy pronto me presentaría Vicente Cazcarra precisamente para comentar todo lo sucedido en aquella Semana de Cultura). Pero ese silencio de la prudencia no me parecía propiamente silencio, sino más bien una defensa obligada de la posibilidad de seguir hablando, una táctica para, en realidad,  conseguir hablar. (Hoy mismo, ahora mismo, sé que hay muchas cosas que debo callar… si quiero seguir hablando, si quiero facilitar que los demás hablen, si quiero seguir vivo…)

 

Decía que lo del silencio total sólo se me volvió a plantear hace unos diez años. Acababa de abandonar la actividad militante cotidiana (entonces en el PCE y en Izquerda Unida), que prácticamente no había abandonado desde los dieciocho años y había cumplido los cuarenta y cinco. Lo intenté: me planteé seriamente callar, en todas sus manifestaciones (o evitar todas las manifestaciones del comunicar). Lo que ocurrió fue un colapso. Y ese colapso me puso ante la muerte como única opción de silencio coherente. Callar. No estar. Desaparecer. Morir.

 

Entonces, curiosamente, pensé que mi muerte hablaría de mí o, lo que no era lo mismo, hablaría (¿durante cuánto tiempo?) como muerto. Dejaría a la muerte la voz que tuve en vida, incluso algo más: la interpretación de cuanto dije antes de morir. En realidad, no sería la muerte propiamente mía la que hablaría por mí, sino la voz de quienes, vivos, dedicasen un minuto a hablar de lo que yo hablé. Y eso no me gustó. No me gustó nada. Para hablar mis palabras ya estaba yo mismo. Bien vivo. Mi muerte no. Y nadie sobre mí, o de lo mío, sino yo.

 

 

En medio de aquellas contradicciones insoportables vino el obsesivo acoso a la idea de una vida en silencio, en el que cuantas más fuerzas empleaba más fuerzas perdía y que cuantas más ilusiones generaba más sórdida esa existencia me parecía ofrecer. La enfermedad, la depresión, se instaló.

 

¿Qué había sido antes: la idea del silencio toral o el inicio de la depresión?

 

(Contínuara. O no).

 

COMUNISTAS EN LA FÁBRICA. HOMENAJE A QUIENES NO TIENEN DESEOS O NO SE SIENTEN EN CONDICIONES DE TRANSMITIR SUS RECUERDOS PERSONALES

COMUNISTAS EN LA FÁBRICA. HOMENAJE A QUIEN NO SE SIENTE EN CONDICIONES DE TRANSMITIR SUS RECUERDOS PERSONALES

 

Hoy he hablado con un viejo amigo. Me importaba mucho que aportara su testimonio personal sobre la historia de las luchas obreras en Giesa en el período que va de 1945 a 1976, que es el período de tiempo que abarca el trabajo en el que estoy actualmente comprometido.

 

Mi amigo no desea participar en el libro y le resulta doloroso decírmelo. Tan doloroso como a mí escuchárselo decir. Le parece estupendo que se hagan libros como el que estamos construyendo, pero no se siente en condiciones de transmitir sus recuerdos, no se ve narrando sus recuerdos ante una grabadora, formalmente, con ánimo de que esa narración se publique y se transmita.

 

Me ha dicho una cosa que me parece extremadamente importante y poco común, que espero expresar yo aquí bien: que para él los recuerdos de aquellos años (hablamos de los setenta) son recuerdos “totales”, no compartimentados; que mientras luchaba en Giesa también amaba, disfrutaba y sufría viviendo al mismo tiempo muchas otras experiencias de las que no puede prescindir a la hora del recuerdo, porque todo él vivía todo aquello entonces y porque todo él ahora siente aquellos recuerdos como un todo indisoluble. Su biografía no estuvo hecha de compartimentos estancos a los que acudir prescindiendo de tales o cuales otros compartimentos.

 

Pocas veces un hombre me ha hablado así de sus recuerdos y de su biografía. Lo más frecuente es encontrarse con personas que diferencian absolutamente aspectos distintos de sus vivencias: aquí el trabajo, aquí el sindicato, aquí el partido, aquí las lecturas, aquí las excursiones, aquí el amor y el desamor, aquí los aterdeceres entregados a la desesperación, aquí los amaneceres gloriosos, etc. Generalmente nos acostumbrábamos a mantener una especie de esquizofrenia, una personalidad múltiple, “gracias a la cual” sobrevivíamos siendo unos en tal sitio y otros en tal otro, manteniendo muros de opacidad entre las distintas facetas de nuestro vivir cotidiano. Generalmente podemos dar cuenta de una u otra de esas facetas sin sentirnos concernidos por el íntimo rumor de las demás vivencias que coincidieron en el mismo tiempo.

 

Mi amigo es, pues, un hombre admirablemente cabal. Y su resistencia a la narración personal de un aspecto concreto de su vida de hace ya treinta años es la expresión de una salud mental que envidio sinceramente. Pocas veces he escuchado de labios de otra persona la expresión de algo que a mí mismo me ocurre pero que me he acostumbrado y forzado a combatir (y pago seguramente un alto precio por ello).

 

Mi amigo se ha sentido mal mientras me expresaba su renuncia, porque no quería que yo me sintiera mal al escuchársela.

 

Realmente, me he sentido mal, muy mal. Porque le doy la razón a mi amigo en su “hacerse invisible” en el presente y le doy la razón a quienes se hacen visibles para trasmitir recuerdos del pasado. Lo último que haría es “forzar” a nadie, y menos a un amigo a quien respeté y admiré durante aquellos años y a quien hoy vuelvo a respetar y admirar igual o más por escucharle decir tan claramente un no que no es una negación del pasado sino tal vez la única vivencia honesta y radical del recuerdo del pasado de uno mismo.

 

La actitud de mi amigo ha producido en mí un verdadero terremoto interior. ¿Qué hago yo pidiendo sus recuerdos personales a nadie? ¿Con qué argumentos puedo convencer (de proponérmelo) a quienes sienten y piensan como este amigo? ¿Qué sentido tiene la recogida de recuerdos personales sobre un lugar (Giesa) y un tiempo (1945-1976) concretos si no se recoge también, precisamente, la expresión de personas cuya vivencia personal es indivisible (y en ese sentido inenarrable, no publicable)?

 

La historia oficial  olvida radicalmente (para eso se escribe, para que se olvide) las vivencias concretas de l@s protagonistas de las luchas y conquistas de aquellos años. Las historias orales intentan transmitir, precisamente, la voz de aquell@s protagonistas directos sin los filtros del poder (del poder de entonces y del poder actual). Pero al parecer siempre quedan voces que se sienten mudas y no desean dejar de serlo. ¿Y qué hago yo pidiendo a nadie que se ponga ante una cámara o ante un micrófono…? ¿Qué hacen, qué hacemos quienes hablamos sobre el pasado si nuestro hablar no puede convocar precisamente a esas personas cuyas vivencias fueron diferentes y necesitarían acaso una forma de expresión distinta para hacerse escuchar?

 

Sólo espero que si, finalmente, acabamos la tarea y sale un libro sobre las luchas obreras en Giesa entre 1945 y 1976, ese libro esté a la altura de personas como él, a la altura de las vivencias de tantas personas que no están dispuestas a cuartear ni a compartimentar sus recuerdos para entregar al público la narración esquizofrénica, en cachitos ficticios, de tal o cual aspecto de su biografía.

 

Si mi amigo lee un día estas líneas quisiera que con ellas recibiera mi abrazo emocionado. Hoy, escuchándole, he aprendido algo importante sobre la vida, algo muy importante, que seguramente necesitaba aprender.

 

Permítanme que les confiese mi actual aturdimiento. Aún no sé qué hacer con lo que creo haber aprendido de él.

DEPRESIÓN, ESCRITURA, COMPROMISO, SALVACIÓN, ABSURDO, DESESPERACIÓN, REVOLUCIÓN… Y UN RECUERDO PARA ANTONIO GRAMSCI

DEPRESIÓN, ESCRITURA, COMPROMISO, SALVACIÓN, ABSURDO, DESESPERACIÓN, REVOLUCIÓN…

 

Ahora, cuando siento absolutamente el (¿lo?) absurdo de la vida (lo que me ocurre cada poco, con más o menos intensidad y dramatismo), recurro a la escritura que me he comprometido a escribir, ese libro: “Comunistas en la fábrica” sobre la tradición de lucha obrera durante medio siglo en Giesa. Redactando esas páginas encuentro un lugar en el que permanecer vivo con cierto sentido, en el que mi presencia en el mundo tiene un punto en el que apoyarse: aunque sea un punto muy reducido me permite mantener el equilibrio…hasta la siguiente (re)caída en el absurdo.

 

Quien no entienda el (lo) absurdo de la vida no podrá entenderme y además no tendrá ninguna necesidad de hacerlo.

 

La depresión enseña a convivir continua y peligrosamente con el absurdo, a mantenerse más o menos en pie sobre la duda máxima y a resignarse a no alcanzar nunca un grado de satisfacción suficiente que permita decirse a un@ mism@: ¡merece la pena vivir!

 

Se vive, se sobrevive, a pesar de que un@ no sabe si merece la pena, porque cualquier variante de lo previsible resulta igualmente absurda. No es que se saquen fuerzas del absurdo. Imagino que se sacan, más que de ningún otro sitio, de las pastillas. Pero la escritura (en mi caso), la escritura que otras personas esperan y comparten, resulta un cabo de cuerda al que un@ puede aferrarse mientras la duda existe. Lo importante, por cierto, es mantenerse aferrado a ese cabo de cuerda que tira de nosotr@s hacia la vida, hacia el futuro, a pesar de la duda.

 

Creo que lo que más asusta al comienzo de una depresión es, precisamente, sentir esa duda como una amenaza total a nuestra existencia, un incompatible: o la duda o yo. Si se sigue viv@ no es porque se haya perdido el miedo, es porque se aprende a vivir con el susto metido en el cuerpo, como un elemento más de la existencia.

 

Así que todo el misterio radica en esa capacidad (o no) de convivir con la duda y el miedo, en todas sus expresiones y representaciones. La escritura (al menos, en micaso) me permite soportar esa convivencia dolorosa. Pero el dolor no remite por eso, el dolor ataca, una y otra vez, el pequeño reino personal del día a día, nos asedia, nos confunde y reduce nuestra vida a la mínima expresión. Y hay que mirarse al espejo y verse asustado, extenuado, desarmado, vaciado. La depresión actúa en ese instante en el que los ojos se vuelven hacia dentro y no encuentran sino el panorama de la devastación.

 

Como en algunos cuentos populares, uno se salva a sí mismo tirándose del pelo para salir de esas arenas movedizas. Mi pelo es ahora la escritura, y tiro de ella para que todo el cuerpo salga por algún tiempo a salvo de la desesperación. La desesperación es también un componente del a vida que hay que aprender a soportar…si se pretende seguir viv@.

 

Reconocerse en la extrema confusión que pueden llegar a generar en nosotr@s el absurdo, la duda, el miedo y el dolor es fundamental.

 

Hay tardes de sábado, en septiembre, durante las que ni siquiera la escritura que otr@s esperan te mantienen viv@. Entonces, por ejemplo, escuchas las voces de las óperas más tristes y desgarradoras y te dices: “Yo también”. Si pudo cantarse así. Hay tardes de septiembre que recuerdan los días del pasado en los que ni siquiera la escritura resultaba un cabo al que aferrarse para seguir vivo, tardes que te ponen la pregunta ante los ojos hasta que le gritas: ¿A qué me aferré cuando no sé a qué me aferré?¿Cómo seguí vivo? No es que quiera, en absoluto, volver a esos días, pero hay un misterio más profundo aún que quisiera conocer, un misterio del que conseguí entrever que me mantuvo vivo, incluso en momentos de absoluto "convencimiento" de que seguir vivo no era lo mejor. Un misterio que a veces creo que hay que conseguir desvelar y a veces creo que, precisamente, no.

 

Quiero saber cómo era el pelo de Antonio Gramsci, de qué se componía el cabo de cuerda al que él se aferró durante los diez años de su cautiverio (pero no sólo entonces: ya mucho antes tuvo que hacerlo). ¿Lo supo él? Quien no haya percibido en  Gramsci el dolor del absurdo no creo que pueda nunca comprender su vida ni sus escritos. Y no creo que quien los haya comprendido pueda salir a ese “mundo grande y terrible” del que hablaba siempre aquel hombre pequeño y enfermo a predicar como un bobo las maravillosas maravillas de tal o cual revolución. Lo único radicalmente revolucionario, entonces y ahora, es la desesperación.

FELIPE PRAT: UN COMUNISTA MUY DOCUMENTADO

FELIPE PRAT: UN COMUNISTA MUY DOCUMENTADO

Felipe Prat: nació el 26 de mayo de 1940 en Zaragoza. Su madre trabajaba y su abuela vivía con ellos en casa, una casa propiedad del Canal Imperial en el barrio de Casablanca. De niño acudió al Colegio de Salesianos gracias a unas donaciones de la Condesa de Sobradiel, pero no se encontraba bien allí (además, la misa no le gustaba). Acudió después a la Escuela Joaquín Costa, en la que fue alumno de Arturo Fernández (padre de Eloy Fernández Clemente, fundador de “Andalán”). En esa escuela se sintió muy a gusto. A los catorce años, comenzó a trabajar en una metalistería de la Calle Sevilla, donde le encontró trabajo precisamente Arturo Fernández.

 

Cáritas realizó unas conferencias para chavales en Casablanca, a raíz de las cuales varios chavales pudieron optar a entrar a trabajar en Giesa, pero sólo entró Felipe. Entró, pues, en Giesa el 27 de septiembre de 1954, en la Sección de Transformadores, como ayudante de un Encargado que le daba muy mal trato y no le enseñaba nada. Por suerte pasó a depender de otro encargado, Manuel Machín, una persona excelente que le trataba enseguida muy bien, le enseñaba el oficio y le hacía de “segundo padre”. Además, le habla del compromiso social, de la lucha de clases, etc. Machín ya era militante del PCE.


De hecho, Felipe quería irse de Giesa hasta que conoció a Machín y a Górriz y a otros camaradas del PCE. Se dio cuenta entonces de que “los míos importaban en la fábrica”, “de que era alguien”. Desde entonces, asegura, “me sentía protegido”, como nunca antes se sintió.

 

Felipe ha sido y es un hombre temperamental, con la emotividad a flor de piel y un ingenio personal que pudo desarrollar tanto en el trabajo en Giesa como en el taller del escultor Iñaki. Sus convicciones le llevaron a presentarse a enlace sindical y a representar durante años a sus compañeros, años de los que conserva una memoria prodigiosa, casi puntillosa. Pero es que, además, Felipe ha conservado una gran cantidad de documentación relativa al Sindicato Vertical y a Giesa. ¡Si hasta conserva el llavero con la chapa y la llave de su taquilla! ¡Y muchas cosas más!

 

Felipe Prat estudiaba la letra menuda de los papeles de la legistación de trabajo franquista y buscaba encontrar puntos de apoyo concretos para la palanca de la lucha obrera. Aquellos papeles oficiales estaban llenos de frases huecas. “¡Era imposible realizar aquello en la dictadura. Era imposible hacer lo que ellos mismos decían en sus papeles!”. Así que Felipe cogía tal o cual párrafo de la legislación franquista y lo lanzaba como arma arrojadiza contra los burócratas del Sindicato y contra quien hiciera falta. Y, claro, saltaban chispas, más chispas  que del soplete de soldar.

 

Felipe Prat recuerda con pelos y señales a muchos compañeros de trabajo: sus capacidades, sus habilidades, sus ingeniosidades. Está, con razón, orgulloso de pertenecer a la clase obrera española y de haber luchado hombro con hombro junto a miles de trabajadores y trabajadoras que empujaron, empujaron y empujaron…y no pararon de empujar. A personas como Felipe les debemos tod@s en este país más de dos terceras partes de la libertad de la que hoy disfrutamos.

 

 

 

 

ISIDRO PRADAL, UN COMUNISTA MUY OPTIMISTA EN GIESA

ISIDRO PRADAL, UN COMUNISTA MUY OPTIMISTA EN GIESA

Isidro Pradal nació el 15 de mayo de 1940 en Almuniente (Huesca), pueblo de origen de su padre, que falleció en 1945. Sara, su madre, Isidro y su hermano José María, vinieron en 1953 a vivir a Zaragoza. En 1954 un vecino de su casa, perito industrial, le presenta a Francisco Alsina, ingeniero director de Giesa. El 23 de septiembre de ese mismo año comienzó a trabajar de aprendiz allí. Realiza tareas de ajuste, calderería y soldadura como ayudante de un encargado que había sido cenetista. Pero en aquellos años reinaba el terror. Secuelas de la guerra…

 

En 1955 conoció en Giesa a Ramón Górriz, a Manuel Machín y a Bonacasa, militantes del PCE. Pronto ingresará en el partido: aquella era "su gente".  Isidro gastaría un dinerillo en un aparato de radio de segunda mano: así escuchaba Radio Moscú, Radio París, Radio España Independiente.

 

Por entonces había en Giesa charlas de Falange obligatorias a los menores de 21 años. Los camaradas del PCE las aprovechaban cada vez más para establecer debates sobre política, hasta que, por eso mismo,  las quitaron. También había charlas religiosas previas a cadaSemana Santa: un fraile sermoneaba durante dos horas en el comedor. Los más jóvenes se negaron a asistir. Para ellos se trataba de un asunto "de dignidad personal". En 1956 ya no subió el fraile porque suspendieron también esas charlas. ¡Qué tiempos!

 

Isidro sería elegido por sus compañeros de Giesa enlace sindical, tarea que desempeñaría durante muchos años. Siempre fue un hombre muy querido por sus compañeros, amigo de sus (muchos) amigos, serio pero reidor, riguroso pero flexible, discreto pero jovial, amante de la vida en todas sus manifestaciones y, por encima de todo, un gradísimo optimista.

 

Dará idea del temple de este hombre la siguiente anécdota: cuando en Giesa se estableció el cargo de “consejero obrero” en el Consejo de Administración. El cargo es por tres años y la asignación legal por ocupar ese puesto era de 400.000 pts al año (¡un piso, entonces, valía unas 150.000 pts!). Isidro es elegido Consejero en 1970 y la empresa le quiere dar la “asignación” a título personal, pero él las ingresa en la cuenta que el Jurado de Empresa tenía abierta. El presidente del Jurado de Empresa insiste en que la asignación debe ser para él como consejero y que debe aceptarla porque si no dejaría mal al anterior consejero obrero (que sí la había cogido). Isidro se niega tajantemente, propone que quede en la cuenta del Jurado de Empresa y que se emplee el dinero acumulado para realizar algo de interés colectivo Así se hizo, finalmente.

 

PLANTAS, INSECTOS…NATURALEZA Y SUPERVIVENCIA

PLANTAS, INSECTOS…NATURALEZA Y SUPERVIVENCIA

 

Durante años dediqué mucho tiempo a estudiar las plantas y los insectos, especialmente su comportamiento. Su morfología es maravillosa y, en general, todo lo suyo; pero su comportamiento me parece lo más fascinante. Hay mucho que aprender de los recursos que plantas e insectos tienen para asegurarse la  supervivencia, incluso la supervivencia individual (sin la cual no hay supervivencia de la especie).

 

Pienso seguir estudiando la vida de las plantas y de los insectos, pero sé que lo que a mí siempre me ha interesado por encima de todo es la vida de los seres humanos. Creo que nunca (todavía) he conseguido estudiar vegetales y animales sin tener en la cabeza la noción de finalidad en cuanto aprovechamiento de lo que otros órdenes de seres nos enseñan a los humanos. Acaso en el estudio de los minerales, del agua y del aire (pero no en el del fuego, que nunca he conseguido separar, mentalmente, de la historia humana) sí haya alcanzado algunas veces un estado mental en el que la “interferencia” de esa finalidad se reducía al mínimo y la atención hacia una piedra no era sino atención a esa piedra como piedra, “como tiene que ser”.

 

Gracias, precisamente, a las piedras, al aire y al agua he podido aprender a hacer el esfuerzo de prestar atención a plantas e insectos (y otros animales) sin que mi cabeza urdiera (a menudo equivocadamente) constantemente redes de interacción entre el conocimiento sobre ellos y el conocimiento de nosotr@s. Mi antropocentrismo se resiste aún a dejar paso a una visión desprejuiciada,“deshumanizada”, de la naturaleza, sin la cual, paradógicamente, no es posible aprender nada de ella que nos pueda ser útil a los seres humanos.

 

De todas formas, de lo que me gustaría dejar constancia hoy es de que la inmensa mayoría de los seres existentes (incluyo aquí plantas y animales, pero también el fuego, el agua y el aire) adoptan inmediatamente un “plan b” cuando el plan inicial no les da resultado. ¡Es increíble la cantidad de planes optativos que existen en la naturaleza!

 

Es una lástima que los seres humanos crezcamos con la muy arraigada noción de que debemos “cumplir un plan” y de que nuestra autoestima (y la estima social) depende en gran medida de nuestro éxito en el cumplimiento de ese plan. Así que a menudo nos empeñamos una y otra vez en "cumplirlo"¡Qué cantidad de esfuerzos derrochados!

 

Creo que la naturaleza tiene aún mucho que enseñarnos sobre las estrategias de supervivencia. Enseñarnos, en definitiva, a mirar la vida no con los ojos de “lo que se espera de nosotros” (que solemos interiorizar como una obligación propia con nosotros mismos) sino con los ojos de unos seres vivos sobreviviendo en el vasto espacio universal, cuya supervivencia depende, precisamente, como la de millones de otros seres, de nuestra capacidad para adoptar nuevos planes de vida cuando fallan o, sencillamente, se acaban (¡incluso se cumplen!), los que teníamos.

 

Quiero creer que estas reflexiones tienen que ver con mis actuales búsquedas en el campo de la expresión.Y, por cierto, con la biografía de Lenin (maestro en la búsqueda inmediata de “planes b”)… y de otr@s  amig@s que irán saliendo.

LENIN Y LA NECESIDAD DE LA EXPRESIÓN

LENIN Y LA NECESIDAD DE LA EXPRESIÓN

 

LENIN Y LA NECESIDAD DE LA EXPRESIÓN

 

Ayer traía a colación una anécdota del Lenin ya enfermo, una anécdota en la que Lenin aborda la expresión no desde el punto de vista del poder (punto de vista privilegiado por Lenin en toda su actividad intelectual) sino desde el punto de vista de la necesidad.

 

La recuerdo de nuevo:

 

Cuando Lenin estaba ya muy enfermo (1922-1923) mandó llamar a Bujarin. “Los médicos le habían prohibido que hablara, temiendo un empeoramiento. Pero en cuanto llegué me cogió de la mano y me llevó al jardín. Allí empezó a hablar. Me dicen que no tengo que pensar en nada, porque me excito demasiado. Y no entienden que he vivido así toda la vida. Si no puedo hablar de todo eso, me excito todavía mucho más. Precisamente me tranquilizo cuando puedo discutir estas cuestiones con personas como usted”.

 

Bujarin se lo contó a Nikolaievski en 1926 y éste lo escribió en un texto que cita A.G. Löwy de la ed. americana Power and the Soviet Elite (New York, 1965, p. 12 ss.) en su libro El comunismo de Bujarin (Grijalbo, 1972, p. 222).

 

Quisiera reflexionar un poco más sobre esta anécdota, porque tengo la impresión de que tiene mucho que ver con mis búsquedas sobre la expresión individual a partir de la experiencia de la depresión. Que Lenin sufría por entonces (entre otras enfermedades, sobre todo la mortal arterioesclerosis cerebral) una depresión grave  parece bastante probable. Y no me parecería traicionar este testimonio concreto de Bujarin si en vez de poner “excito” se pusiera “angustio”. (Habría que ver el término exacto utilizado en la versión original de Nikolaievski). Los últimos años de la vida de Lenin son tremendos. Vean, por citar dos buenos ejemplos relativamente recientes (y no “canónicos”), las obras de Francisco Díez del Corral , “Lenin. Una biografía” (El Viejo Topo, 1999) y Robert Service, “Lenin. Una biografía” (Siglo XXI, 2001).

 

Pero antes de entrar en materia me parece interesante recordar aquí otras dos anécdotas referidas a Lenin.

 

La noche del 19 de enero de 1924 (moriría dos días después, a las 6,50 de la madrugada del 21) , después de un paseo en trineo, Krupskaia le lee a Lenin el cuento de Jack London Amor a la vida (la historia de un hombre extraviado en un desierto helado, enfermo y exahusto que, para sobrevivir, tiene que enfrentarse a un lobo tan hambriento como él y al que finalmente vence). Lenin, después de escucharlo, le pide a su mujer que le siga leyéndole cosas de London. Sin embargo, otra de las historias que le leyó no le gustó en absoluto: estaba saturada de moralidad burguesa,” señala ella. “Trataba acerca del capitán de un barco que promete a su propietario vender la carga de maíz del mismo a un buen precio y luego sacrifica su vida para mantener su promesa.” Krupskaya escribió que Lenin sonrió y rechazó la historia con un gesto despectivo de su mano. (Nadezhda K. Krupskaya: Memorias de Lenin ,1930).

 

La tercera anécdota pertenece a una época bastante anterior, mucho mejor (médicamente hablando), de Lenin…pero no totalmente ajena a la enfermedad. Se trata de su famosa reacción al escuchar la Appasionata de Beethoven.

 

Los hechos tienen lugar en 1913. Krupskaia está enferma y la pareja abandona Cracovia para pasar el verano en la localidad montañosa de Poronin (Polonia). Lenin le cuenta a Gorki: “Mi esposa ha contraído la enfermedad de Basedow [de los tiroides]. Yo también tengo los nervios destrozados”. Gorki no les visita, operan a Krupskaia (que se siente completamente recuperada) y vuelven a Poronin, donde sí acude una vieja amiga de ambos (aunque mucho más de Lenin…), Inesa Armand. El trío charla, pasea y ríe. Inesa interpreta a Beethoven. A Lenin le gustaba la Sonata Patética y le pide una y otra vez que la interprete. Pero en una de esas ocasiones, al escucharla, primero se puso a llorar, para, a continuación, afirmar que un revolucionario no se podía permitir dejarse llevar por tales sentimientos, porque le volvían demasiado débil, haciéndole desear acariciar a los enemigos en lugar de combatirles sin piedad.

 

Slavoj Zizek, en su interesantísimo “Repetir Lenin” (Akal, 2004) adjetiva de “paranoica” esta reacción, pero subraya que Lenin se mantiene “extremadamente sensible al antagonismo irreductible entre arte y lucha por el poder” (S. Zizek, op. cit., p. 43). Por cierto, otro libro interesantísimo de S. Zizek (Lubliana, Eslovenia, 1948) es Visión de paralaje (Fondo de Cultura Económica, 2006), un originalísimo ensayo sobre el “materialismo dialéctico”.

 

Hay más anédcotas de Lenin que siempre pueden interesar recordarse, pero creo que con estas tres (dos de los últimos meses y una de sus años “de fortaleza”)  puede intentarse ir más al fondo del asunto que me importa tratar, el de las raíces de la necesidad de la expresión (y del silencio).

 

¿Qué por qué Lenin?

 

 

DEPRESIÓN Y EXPRESIÓN: “A QUIEN CONMIGO VA”.

DEPRESIÓN Y EXPRESIÓN: “A QUIEN CONMIGO VA”.

 

He seguido pensando estos días (mientras tirábamos libros) cómo contarles lo que me parece que me está enseñando la depresión; especialmente, lo que tiene que ver con la expresión de la individualidad y con la expresión literaria más en particular.

 

La depresión me está enseñando a callar. Incluso – como siempre, sin exagerar - pensé que la única opción posible (para mí) era el silencio absoluto (“Sihedevivir / vivirécomounmuerto”). Pero esa opción me llevaba rápida y directamente a la muerte real … (Volveré otro día sobre esto).

 

Expresarse y sobrevivir viene a ser una y la misma cosa…para algunas personas (la individualidad del resto de los seres vivos merece tratarse aparte)… en algún momento de su vida. Ante una necesidad así, ¿qué puede oponerse? La única actitud consecuente con este “descubrimiento” es la defensa a ultranza de la libertad de expresión. Nadie puede ser obligado por nadie a callar lo que quiere expresar y cómo lo quiera expresar.

 

¿Hace falta sufrir una depresión para darse cuenta de esto? No lo recomiendo. (¿Se puede recomendar una depresión?)

 

 Cuando Lenin estaba ya muy enfermo (1922-1923) mandó llamar a Bujarin. “Los médicos le habían prohibido que hablara, temiendo un empeoramiento. Pero en cuanto llegué me cogió de la mano y me llevó al jardín. Allí empezó a hablar. Me dicen que no tengo que pensar en nada, porque me excito demasiado. Y no entienden que he vivido así toda la vida. Si no puedo hablar de todo eso, me excito todavía mucho más. Precisamente me tranquilizo cuando puedo discutir estas cuestiones con personas como usted”. Bujarin se lo contó a Nikolaievski en 1926 y éste lo escribió en un texto que cita A.G. Löwy de la ed. americana Power and the Soviet Elite (New York, 1965, p. 12 ss.) en su libro El comunismo de Bujarin (Grijalbo, 1972, p. 222).

 

Esto es lo que confesaba confidencialmente Lenin, el mismo que había lanzado la celebérrima pregunta “¿Libertad para qué?” (por cierto, muy a sabiendas tergiversada hasta la náusea por los enemigos de cualquier revolución…que no fuera su propia revolución).  La única respuesta consecuente con su pregunta es, por supuesto:  “Libertad para seguir teniendo libertad”.

 

El propio Lenin plantea el asunto de la expresión individual (suya) como un asunto de vida o muerte. (Murió, finalmente; y en alguna medida, a causa del aislamiento y del silencio al que se le sometió…por orden de Stalin).

 

Primera conclusión (provisional): respeto absoluto, sin restricciones de ningún tipo, a cualquier expresión de la individualidad.

 

Creo que ese respeto absoluto, lejos de evitarlo, plantea con más fuerza todavía el problema de la calidad de la expresión (con más fuerza que si expresarse no fuera – o cuando no es - una necesidad radicalmente vital, si fuera – o cuando es - un mero “entretenimiento”, un “capricho”: ¿pero quién dictamina?). Si nuestra vida individual realmente depende de la posibilidad de expresarnos, ¿no dependerá también la calidad de nuestra vida de la calidad de nuestra expresión? (Asunto pendiente: la calidad de la expresión).

 

Por otra parte, permanece la enseñanza del callar. También depende nuestra supervivencia (y acaso la de otras personas), en algunos momentos, de nuestra capacidad de permanecer callados (por ejemplo, en comisaría, ante la policía franquista, pero no hace falta ponerse en lo peor. (¿Esa circunstancia es, realmente, “lo peor”? Aquí la Señora Depresión cabecea…).

 

Segunda conclusión (provisional): respeto absoluto, sin restricciones de ningún tipo, a cualquier silencio, no expresión de la individualidad.

 

He recordado estos días (como decía más arriba: mientras tiraba libros) aquello del marinero que contestó sonriente: “Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va”.

 

(Continuará…)

 

JOSÉ LUIS NAVARRO Y LOS INDIOS

JOSÉ LUIS NAVARRO Y LOS INDIOS

José Luis Navarro (5º por la izda.) y otros indios, hace poco

 

 

El otro día se me olvidó escribir aquí una anécdota estupenda de José Luis Navarro.

Cuando lo detienen en 1960, los de la brigada político-social le gritan.

Él cree oirles: ¡Por reunirte con los indios!

Los policías le decían: ¡Por reunirte con los sin Dios!

¿No es realmente estupenda?

JOSÉ LUIS NAVARRO: COMUNISTA EN GIESA

JOSÉ LUIS NAVARRO: COMUNISTA EN GIESA

JOSÉ LUIS NAVARRO: COMUNISTA EN GIESA

 

José Luis Navarro nació en Zaragoza en 1930. Puede decirse que su padre fue el primer peón que entró a trabajar en Giesa (entonces talleres Giral). Su madre moriría en 1947. José Luis era uno de los seis hijos que quedaron al cargo del padre.

 

José Luis comenzó ya de pequeño a hacer recados para Joaquín Giral, que solía enviar a “Luisito” a tal o cual cosa, ¡incluso a pedir hora para él en la peluquería! En mayo de 1944, con catorce años entró en Giesa. Por entonces conoció a otro chico de su barrio (San Pablo), Martín Navarro Orte, que más adelante sería camarada del PCE. Martín tenía también amistad con Fausto Archidona, que militaba en una curiosa célula comunista zaragozana, sin contacto con la organización del PCE que dirigía el abuelo Rosel (Fausto Archidona lo contaría en sus memorias “Testimonio verídico”).

 

A comienzos de los años cincuenta contactó con Ramón Górriz. José Luis pasó a militar (también) en la célula del PCE de Giesa. En 1955 José Luis se casó con Adela (“Maruja”). Lo hicieron (no sin inconvenientes), el Primero de Mayo, por indicación de sus camaradas…

 

En 1956 José Luis se presentó a las elecciones sindicales en Giesa junto con sus camaradas Manuel Machín y Ramón Górriz. Ganaron las elecciones. (Para conseguirlo hicieron cosas bastante curiosas).

 

También se presentaron en 1958: se trataba de “copar” la Junta Social del Sindicato del Metal de Zaragoza. Salieron elegidos otra vez ellos tres por Giesa y otros camaradas de otras empresas, como  Manuel Gil…

 

En la caída de 1958 José Luis se hace el tonto en comisaría. Cuando le preguntan por su hermano Pedro, contesta “que no sabe nada”. El inspector Gilaberte le da un tortazo: “¡Tontolaba - le grita- si es tu hermano!” Al final no se libró de ir a la cárcel, como casi dos docenas de camaradas de Zaragoza.

 

Para José Luis, la actividad sindical de los comunistas estaba clara: se trataba de elegir “a personas buenas” y trabajar asuntos concretos en el Comité de Empresa, como el Economato, la Comisión de Seguridad e Higiene, etc., a favor de los compañeros. Porque primero los vocales del Sindicato “eran basura”. En aquella época “de miseria y necesidad”, el Sindicato Vertical no servía. Había que llenar de “buena gente obrera” el Sindicato y conseguir algo. “Era meterse en la boca del lobo” y no se tenía experiencia. Era lo primero que hacían desde la guerra. La CNT y la UGT no querían saber nada del trabajo en el Sindicato Vertical. “Si no hubiera sido por el PCE no hubiera habido esa entrada de buena gente en Sindicatos, esa defensa… Por nuestra parte, hacíamos sindicalismo con dignidad: no nos dejábamos comprar”.

 

A principios de los sesenta ya se trataba de organizar las Comisiones Obreras, “con las que íbamos al Sindicato Vertical mucho mejor organizados”.

 

 

EXPERESAR(SE): LO QUE ENSEÑA LA DEPRESIÓN

EXPERESAR(SE): LO QUE ENSEÑA LA DEPRESIÓN

 

El artículo de ayer dejaba las cosas más o menos como las he visto siempre: desde el punto de vista de una “función social” de la expresión. Sigo encontrando el sujeto, el verbo y el predicado en esas frases en las que, sin embargo, no he dicho todo lo que pienso al respecto. Porque pienso lo que he escrito. Pero no sólo eso.

 

La depresión ha sido y sigue siendo, para mí, “maestra de vida” y estoy aprendiendo mucho gracias a ella. Por ejemplo, sobre la expresión: su origen y su sentido. Pero aún no he aprendido, precisamente, a expresar lo que creo saber ahora.

 

Cuando el año pasado escribí en este blog los poemas que iban componiendo el libro “Amoramorte” me parecía estar utilizando las palabras como haría un cirujano con los instrumentos quirúrgicos si se realizase a sí mismo una operación “a corazón abierto”. Eso hizo que posteriormente me sintiera obligado (ante mi conciencia) a plantearme unas cuantas preguntas, a las que intento ir encontrando respuesta(s).

 

Ya no estoy tan seguro de algunas “necesidades” u “obligaciones” por lo que respecta a la expresión (pretenda ésta ser artística o no), ya no me siento “en puerto seguro” dentro de la tradición de pensamiento en la que me he formado y en la que he intentado establecer una voz propia. Mejor dicho, ya no puedo ni quiero mantenerme “a resguardo” en ese puerto.

 

La depresión ha tenido, entre otros, el efecto de “soltrar (o romper) amarras” y lanzar mi barco a mar abierto. Ahora he de sobrevivir alejado del puerto, de ese puerto, de todos los puertos. La depresión ha accionado un íntimo mecanismo aterrorizador pero también liberador.

 

Creo que continuará…

ÁNGEL GÓMEZ: UN MILITANTE DEL PCE (EN GIESA) CON CARA DE BUENO

ÁNGEL GÓMEZ: UN MILITANTE DEL PCE (EN GIESA) CON CARA DE BUENO

Ángel Gómez, un militante del PCE con cara de bueno...

 

 

 

ÁNGEL GÓMEZ

 

La familia (de agricultores) de Ángel Gómez (La Cartuja, Zaragoza, 1932) era de la CNT y la guerra civil les cambió la vida: detenciones, cárceles, etc. Estudia Comercio y en 1961 un amigo (rojo también, con el padre en la cárcel) le facilita la entrada en Giesa como “cronometrador”. En la fábrica ya sabe que isidro Pradal y Felipe Prat militan en el PCE.

 

 A las elecciones sindicales del 63 sus camaradas presentan candidaturas, pero los del Vertical (sin control de votos que valga) salen elegidos. Volverán a presentarse en 1966 y Ángel obtendrá buenos resultados. Para entonces ya realizan reuniones por los montes de Torrero o a orillas del Ebro, en las que conectan con jóvenes obreros, como Luis Martínez, con ganas de hacer cosas y de hacerlas de otra manera.

 

En 1968 Ángel va a trabajar a Suiza. Cuando vuelve a España se encuentra con grandes colas en la Aduana: hay un estado de excepción y la policía no para…

 

En Zaragoza, en Giesa y otras grandes emmpresas del Metal, los militantes del PCE promueven actividades sindicales :llegaban a concentrar a cientos de obreros ante la sede del Sindicato y a veces conseguían tomar la cuarta planta del edificio para sus asambleas.

 

 

Conectan también con los estudiantes universitarios (comunistas) del Teatro de Cámara de Zaragoza y los recitales que organizan (Raimon, Paco Ibáñez…) en la Facultad de Medicina en un ambiente de “efervescencia cultural y política”. Luego vendrán las acciones de protesta callejera contra el Consejo de Burgos, otra vez las detenciones…

 

Durante aquellos años, Ángel Gómez, en su puesto en las oficinas de Giesa, es también testigo de las actividades de la Brigada pólítico-social, continuamente acosando en el interior mismo de la fábrica, en la que tienen incluso a más de un confidente a su servicio.

 

A Ángel, cuando ha de ir a Comisaría para recoger su DNI (que le quitan por haber estado en tal o cual concentración de obreros) lo policías le decían: “No se junte Usted con esos…”, “Usted está casado…”, “Usted tiene hijos…”.

 

Ángel Gómez siempre tuvo cara de bueno y un hablar sosegado. Eso le vino siempre muy bien para disimular, bajo aquella dulce expresión, la firme resolución de un militante clandestino del PCE.

COMUNISTAS EN LA FÁBRICA: GIESA, TESTIMONIOS DE LUCHA OBRERA. ACABO LA TRANSCRIPCIÓN DE LAS ENTREVISTAS REALIZADAS

COMUNISTAS EN LA FÁBRICA: GIESA, TESTIMONIOS DE LUCHA OBRERA. ACABO LA TRANSCRIPCIÓN DE LAS ENTREVISTAS REALIZADAS

En la foto, Ramón Górriz, comunista desde 1951 y hombre clave del PCE en Giesa hasta la "caída" de 1958

 

COMUNISTAS EN LA FÁBRICA: GIESA. TESTIMONIOS DE LUCHA OBRERA

 

Esta mañana he acabado de transcribir las notas de las nueve sesiones de entrevistas a veteranos militantes que trabajaron en Giesa y lucharon en esa empresa, y no sólo en ella, por elevar las condiciones materiales de vida de quienes, como ellos, trabajaban en condiciones que hoy nos resultan extrañas pero que fueron, durante muchos años, las penosas condiciones en las que se trabajaba en la fábricas de nuestro país bajo la dictadura franquista.

 

Me he vuelto a emocionar en muchas ocasiones mientras reconstruía los testimonios de estos veteranos obreros comunistas: sus recuedos tienen una fuerza increíble de evocación aun repasados a través de unas lacónicas notas y releídos en medio del marasmo de la actualidad.

 

Sólo el esquema de su narración, sin apenas sintaxis ni cañamazo argumental, ya ocupan más de setenta folios. Sólo el enunciado de las anécdotas ya produce una gran impresión intelectual y moral.

 

En esta época mía de desastre y confusión interior, esta tarea – que puedo realizar gracias al “oficio” adquirido en ya más de cuarenta años de escribir y reescribir – esta tarea de “dar voz” a los recuerdos de unos hombres que lucharon durante años me resulta claramente asumible: un compromiso aceptado en el que recibo mucho más que lo que entrego. Un compromiso moral que lo es también “literario” (o, en cualquier caso, de escritura), uno de los pocos sobre los que actualmente mantengo una cierta noción de “necesidad” y “oportunidad”.

 

Dedicar unos meses, o el tiempo quesea necesario, a confeccionar un libro (y un DVD) sobre la base de los testimonios orales de unos veteranos de la militancia sindical y política me parece en estos momentos, para mí, una ocupación que, por un lado,  sé que soy capaz de realizar y que, por otro, pienso que alguien debe realizar.

 

Todo lo que tiene que ver con la difusión de las experiencias de lucha que tuvieron lugar bajo y contra el fascismo en nuestro país me parece importante. Siempre me lo pareció (y por eso le he dedicado siempre algo de mi tiempo), pero cada vez me lo parece más. El tiempo cuenta, y no es lo mismo recoger esas experiencias antes que después: ni para sus protagonistas ni para sus posibles receptor@s.

 

Y realmente, me doy cuenta de que puesto a la tarea, me importan bastante poco, dicho sea de paso, mis personales preferencias por tales o cuales personas de las que lucharon en aquellos años: por fortuna, sin duda, no he sido yo quien ha tenido nunca que decidir la relevancia histórica de tal o cual ser humano; de modo que no tengo más que atenerme sensatamente a lo que la realidad de las luchas del pasado fue decantando como figuras humanas dotadas de cierto protagonismo social. Y no me importa confesar que conforme pasa el tiempo, más me siento incluido en un amplio grupo humano que, como suelo decir al respecto, “vistos desde un helicóptero, estábamos tod@s en el mismo lado”.  

 

Así que mientras soporto (mal) una crisis personal - de la que hace tiempo decidí dar cuenta con más o menos precisión en este blog por si (me) servía de algo - me parece estupendo poderme dedicar a un tipo de escritura cuyo interés para otros (además de para mí mismo), por lo menos, tengo claro.

 

Si Ustedes aún se alegran con mis alegrías, aquí tienen una razón para alegrarse: la transcripción de las notas de las sesiones de entrevistas a veteranos comunistas que trabajaron en Giesa ya ha acabado. Ya es posible dar el siguiente paso.

LEOPOLDO ALAS HA MUERTO A LOS 45 AÑOS.

LEOPOLDO ALAS HA MUERTO A LOS 45 AÑOS.

Acabo de leerlo en elpaís.com: Una implacable neumonía se ha llevado, esta tarde sobre las tres, a Leopoldo Alas, con apenas 45 años.

¿Qué decir?

"Tenía toda la vida por delante".

POR QUÉ NO ESCRIBO SOBRE ÁRBOLES EN VERANO EN ESTE BLOG

El verano es una estación que invita al descanso. Y, si se puede, conviene descansar (no sólo por las temperaturas, etc.). A mí lo que me descansa no es no hacer nada, ni siquiera el "dolce far niente". Lo que me descansa es hacer otras cosas distintas a las que suelo hacer durante el resto del año.

Como quiera que paso casi diez meses del año buscando noticias sobre arbolado público y seleccionando las que me parecen mejores cada día para ponerlas en este blog, me resulta "descansado" no hacerlo durante los meses de verano.

Lo mismo sucede con otros asuntos de los que suelo escribir aquí, así que intento abstenerme de ellos por un tiempo.

A cambio, no dejo de comunicarme con ustedes cada poco para compartir noticias, lecturas, anhelos, cabreos, ilusiones y otros etcéteras que acaso les resulten de algún intérés o, por lo menos, les sirvan de entretenimiento.