DUDAS QUE DUDO MUCHO
¿Y no sería mejor dejarse de pamplinas y pararse y callarse, gritar aquel no puedo más y aquí me quedo, callarse de una vez, entregarse del todo a ese sentir, saber y reconocimiento de que nada importante mañana habrá cambiado y que si cambia no nos daremos cuenta y que si sí nos la damos será solamente para seguir otro tramo de un camino que nunca hubimos de empezar? ¿No sería mejor dejarse deslizar por el breve laberinto del cascarón del caracol y dejarse caer en el fondo, apagado todo eco del ruido exterior, cerrar los ojos y deshacer la imagen que nos fuimos haciendo de nosotros mismos y por fin aceptar el silencio y el no, el descanso y la nada? Sé que ahora lo pregunto y que poco más es que una amable retórica que intenta mantener la esperanza en que haciendo preguntas, escribiendo, saludando, moviendo las piernas, agitando las manos, asintiendo, negando, proponiendo, rabiando, en fin, gerundeando como es costumbre hacer la vida te devuelve las fuerzas que le has dado (y si no un buen puñado de pastillas al día) y sigues y recobras esa boba inquietud en lo que pasa en el mundo y a tu alrededor y también en ti mismo, y por eso pregunto, escribo –por ejemplo en este blog- frecuento a los amigos, leo libros más o menos intensos, intento aprender a jugar a esos juegos que inventaron los chinos, sonrío, río, hasta bromeo. Sé que hacer las preguntas sólo sirve para darse un plazo, un poco más, un poco más de tiempo, porque temo hacer daño a dos o tres personas si de pronto me quedo tan quieto como pueda quedarse quieto un muerto y no respondo a nada y no estoy y ya no estaré nunca y ese nunca da miedo porque si es un nunca equivocado ya no habrá vuelta atrás, ni preguntas ni hastío, incertidumbre, cansancio, todas las compañías que ahora aún me acompañan y a las que la vida me tiene acostumbrado de tal forma que hasta su compañía me parece añorable si pienso en que (por ejemplo) esta tarde me dejo de pamplinas y me callo y me paro.
Y aun hay otra pregunta que me muerde por dentro y quiero ver escrita en la pantalla para no censurarme: ¿Qué ha pasado en las últimas horas, ¡si no ha pasado nada!, que me ha hecho levantar, sentarme en esta silla, encender este bicho y ponerme a expresar un sentimiento profundo de dolor por vivir, por seguir vivo, la duda y su desdicha, el apagón, la insistente repetición de la maldita voz que dice: nada merece la pena, nada merece la pena, nada, nada…?
1 comentario
Anónimo -
¡Cómo no va a merecer nada la pena!
Yo no sé lo que haría si cada día no pudiese ver este blog. Lo leo hasta tres y cuatro veces al día.
Tengo 46 años y a veces me pregunto cómo he podido vivir hasta hace pocos días sin entrar en tu página.
Haz el favor de alegrarme la vida con estos textos tan bonitos y sinceros.
Me ha gustado mucho la crónica de tu estancia en Cálamo. YO he estado en los puestos de Onagro, Los Portadores de Sueños, he comprado algunos libros y he dado un paseo precioso por el Canal Imperial cuando declinaba la tarde y se volvía de oro el aire.
Gracias, Javier.
Un lector ya maduro que te necesita cada día.