LARGUÍSIMO COMENTARIO A UN BREVE COMENTARIO ANÓNIMO SOBRE MI RELATO DEL DÍA DE MI CINCUENTA Y TRES CUMPLEAÑOS
Cada día intentar subir la montaña y bajarla vivo. Así son mis días.
Un anónimo (o anónima) comentarista me reprocha la forma como relaté ayer mi día de cumpleaños. En su comentario decía exactamente: "cuentas lo que hiciste ayer el día de tu cumpleaños, como si fuera una lista de tareas ejecutadas...´ lo que no nos cuentas a los lectores de tu blog es cómo te sientes en ese día tan especial, y se echa en falta, quizás con ese silencio lo dices todo... y con esa casualidad numérica que sólo ocurre una vez en la vida! ! Felicidades! y sí... seguro que cumples los 54! " Puede que tenga razón quien lo escribió, al menos alguna razón, pues leyó mi texto y sacó esa conclusión. Sin embargo en ese texto estaba (está) escrito lo que echa de menos: cómo me sentí "en ese día tan especial". ¡Lo echa en falta, pero está precisamente ahí! Especialmente en la última frase, que acaso le ha parecido la expresión innecesaria de un deseo que se cumplirá. Le agradezco en el alma su profecía (“y sí… seguro que cumples los 54!”), pero he de decir que yo no tengo esa seguridad con la que lo afirma. ¿Se trata de una evidencia ante la que sólo yo mismo estoy ciego? El caso es que la expresión de mi deseo de cumplir los 54 contrasta con la expresión de una intención personal, que en otras ocasiones he manifestado en este mismo blog, de no seguir vivo, de acabar, de desaparecer…Declarar, al final del texto sobre mi 53 cumpleaños, que “espero cumplir los cincuenta y cuatro” es, dadas mis actuales circunstancias, toda una declaración de esperanza en la vida, una infrecuente declaración afirmativa a su favor. Para un enfermo de depresión, que en los últimos tres años ha soportado tensiones internas muy potentes y que ha tenido que recurrir al tratamiento psiquiátrico en condiciones de baja laboral permanente; que durante muchas horas, repetidamente, ha luchado contra la idea del suicidio y que no siempre ha salido de esa lucha completamente vencedor y en todo caso siempre malherido y agotado; que depende de muy poco para que sus nervios se exalten dolorosamente y todo aparezca ante sus ojos como una pesadilla insoportable. Para este enfermo que les escribe en este blog (que nunca les ha ocultado su estado y que incluso les ha confiado confidencias que no está seguro de la oportunidad de haberlas hecho) pasar no sólo el día de su cumpleaños sino un día cualquiera de su vida en relativa calma y tranquilidad, sin ser sometido a presiones que desguazan su sistema vital como el manotazo de un niño desbarata una entera construcción, pasar un solo entero día rodeado de personas amables hacia él y dedicado a entretenimientos y/o tareas en los que no encuentra sufrimiento sino bienestar es toda una noticia. Una noticia muy importante. Por eso quise compartirla con ustedes. Y por eso la frase final: un día como el de ayer me hizo desear seguir vivo ¡un año más!, a mí que llego tres luchando contra la muy aparente verdad de que ya no me merece la pena vivir un minuto más si es a costa de sufrir como esta maldita enfermedad hace sufrir a quien la padece. “Quizás con ese silencio lo dices todo”, leí en el comentario. ¡Y es cierto! ¡Pero no en el sentido que parece tener en ese contexto. Se diría que callo porque estuve mal. ¡”Una lista de tareas ejecutadas”!, según el comentario, las cosas que hice ayer: pasear con mi hija, ir a buscar a mi mujer al trabajo, comer en paz, dormir una buena siesta, ver una película que me gustó; y esas otras acciones de las que fui “sujeto paciente”: recibir llamadas y felicitaciones de personas queridas, recibir regalos. No, ciertamente no fue un mal día el día de ayer, la celebración de mi 53 cumpleaños. Puedo asegurarles que no. El quid de la cuestión está, claro, en el contexto de unas vivencias depresivas entre las que pocos ratos durante tres años he vivido tranquilo y puede decirse que feliz. Quizá quien escribió el comentario no ha seguido este blog (ni tiene obligación ninguna de hacerlo) y de ahí su sorpresa y su sensación de vacío ante mi relato de ayer. A mí me viene bien un comentario como éste, porque me da la medida de la distancia que media todavía entre mi vivencia y la de quienes no sufren la depresión (y me alegro muchísimo de que mi comentarista no la sufra, de veras). También me da una excusa (más) para expresarme ante ustedes como decidí hacerlo cuando comencé a escribir este blog: diciendo cómo estoy, no como exhibicionismo gratuito ni morboso sino como cautela de quien sabe que sus vivencias personales pueden estar dificultando su lucidez a la hora de juzgar hechos colectivos o entintando la realidad de una negrura que puede que afortunadamente la realidad no tiene (porque aún creo, pese a los pesrres, que sigue existiendo tal cosa, no he pasado esa línea más allá de la cual todo es subjetivo). Así que se trata de un comentario que agradezco sinceramente mucho. Quien lo escribió debe saberlo y no albergar dudas de mi agradecimiento y del estado de ánimo y mental con el que lo expreso ahora, tan públicamente como expresé mis vivencias del día de mi cumpleaños. A veces me tienta comenzar un discurso así: “Ustedes, quienes no están enfermos…” Pero luego me callo. Me da miedo ser leído por alguien que sí lo esté. No quiero hacer daño a nadie. ¡Sólo faltaría! También me tienta a veces abandonar totalmente ésta y otras formas de comunicación de mis pensamientos o sentimientos. Callarlos, ocultarlos, escamotearlos mientras escribo sobre lo que puede considerarse un mundo común: la vida cotidiana en la ciudad, los desastres de las guerras, los cambios sociales que ilusiona ver realizados, los problemas de la producción artística, etc. Y esa tentación persiste, créanme. Para alguien a quien una sola frase musical puede lanzar en milésimas de segundos a los abismos de un sufrimiento inexplicable, angustioso, al límite de lo soportable, encender el ordenador y enfrentarse casi cada día a esta tarea de escribir en un blog resulta con frecuencia muy difícil. Mi psiquiatra me avisó de ello cuando me animó a escribirlo. Mientras escribo estoy vivo… ¡Afirma esta evidencia como toda una conquista sobre mi enfermedad! Una conquista temporal, pero conquista. Aplica la misma sentencia que en otras ocasiones le llevan a decir: mientras me hablas estás vivo. Y sé que además piensa que se trata de la única vía que en esos momentos tiene y tengo para transitar hacia un momento de vida posterior, y otro, y otro… Pero lo que tenga de terapia la escritura de este blog (que lo tiene) no les incumbe (tanto) a ustedes como a mi psiquiatra y a mí mismo. Dejémoslo. Volviendo al comentario sobre mi texto de cumpleaños, quisiera decir que hoy mismo no estoy tan seguro de querer cumplir los cincuenta y cuatro. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Todo depende de tan poca cosa! (En la radio suena un cuarteto de Dvorak que me está matando. Pero no puedo apagarla. Si lo hiciera, esa música seguiría sonando en mi cabeza sin fin; en la radio acabará por sonar el último compás. Mientras tanto, este texto se ha ido ennegreciendo, nublando, abatiendo bajo sensaciones y sentimientos negativos. Ya ven. Es un quinteto hermosísimo, el “Cuarteto americano” de Dvorak: está lleno de vida, de pasión, de gracia, de luz; es un genial resumen de la música que Dvorak escuchó en su primer viaje por América del norte. Ya acabó. ¿Ven? En la radio hablan ya de otra obra. Tengo los pelos todavía de punta, pero poco a poco me sosegaré. Al menos, eso espero. Ya acabó. Hay músicas que tocan fibras íntimísimas y duelen, ahogan de dolor. No tienen, por cierto, que ser músicas tristes. Ese cuarteto no lo es. Aunque su segundo movimiento…). Me propuse tratar públicamente los problemas de la depresión por si a quien leyera le sirvieran de algo mis comentarios, estuviera enferm@ quien los leyera o no. Si no, para que le llegara una leve noticia de cómo son las vivencias de quienes la sufren (entendido que cada persona vive una enfermedad distinta, pero con características semejantes). Y si sí, por si acaso mis textos le servían para relativizar sus males o incluso darles cabida en su expresión propia. Para compartir, en suma, una semejante aflicción (no afición). No estoy seguro, en absoluto, de las propiedades positivas de estos textos tan personales y ya les digo que a menudo me planteo callarme mis males (como cada quisque) y escribir “sobre lo que sucede”, que acaso es lo que ustedes preferirían que hiciera las más de las veces si no todas. Pese a todo, les haré una última confidencia (por hoy…): ayer, y hoy, y anteayer y muchos días ya, me siento agotado, físicamente agotado. Incapaz de dar un paso más (en sentido estricto y en sentido figurado). ¡Todo se me hace tan cuesta arriba! ¡Me pesa tanto el cuerpo! ¡Y lo que bulle dentro de él! Es consecuencia de las pastillas que tomo. Sobre todo de eso. Pero las he de tomar. Sin ellas…no quiero ni pensarlo (ni recordarlo). Cansan. Y también producen, en conjunto, un efecto “sedante” que embota los sentidos y los sentimientos manteniendo la suficiente lucidez intelectual como para no resultar inhabilitadoras. Ese efecto de embotamiento hace que no sufras (tanto) y te ofrece una mejor “calidad de vida”. Puede que engordes (de hecho engordas), que retengas líquidos, que te canses, que se te hinchen las manos o mil efectos secundarios más según cada cuerpo en el que actúan. Esas pastillas, todas juntas y cada una para lo suyo, dificultan la vivencia extremada por decirlo de algún modo: ni sufre mucho ni disfrutas mucho. Estás hecho un soso. Pero un soso vivo, que de eso se trata (a veces me pregunto si más de lo primero o de lo segundo). Y este soso que ahora les escribe ha visto desaparecer de su vida cotidiana las grandes emociones y los grandes placeres. Ésas emociones y placeres que le ponían al límite de lo soportable y hacían peligrar su vida. No se crean que se trataba de sentimientos o sensaciones superiores a los de cualquiera de ustedes: se trataba, precisamente, de sentimientos y sensaciones que ustedes pueden seguir viviendo sin que les creen problemas irresolubles. ¡La vida misma, vamos! Aquellos que este ahora sosamente vivo no soportaba ya. Esas maravillosas pastillas inhiben la líbido (¡ah, la líbido!), el deseo sexual, las ganas de hacer cosas, de reunirse, de comunicarse, de participar. No sé cómo decirlo pero ya se me entiende. Un esfuerzo más: te mantienen a media luz (¡Dios mío, parecerá que estoy lelo!), ¿a medio gas? ¡Si fuera medio ya sería mucho! Para que se enteren. Este blog y otras cosas en las que uno se mete (como se metió siempre) son intentos de mantener la dignidad, la identidad. Sin ellas, ¿qué hago aquí? Pero si un día, Dios no lo quiera, me viese sin fuerzas para seguir manteniendo esa relación con el mundo en la que intentas comprenderlo y transformarlo (aunque sea en muy poco, en detalles, ¡yo qué sé!), si me viera en ésas…por lo pronto cerraría esa vía de comunicación. Gracias, esta vez, a quien dejó escrito ese comentario sobre mi relato del día de mi cincuenta y tres cumpleaños, he sentido un poco más de fuerzas para seguir escribiendo, comunicando, aclarando cosas (¿es posible hacerlo?) en este blog. ¡Gracias, una vez más, anónim@ comentarista!
5 comentarios
LEA -
AMEN.
tonomac -
Anónimo -
JoseAngel -
Anónimo -