EL MONSTRUO AUSTRÍACO Y LA VIOLENCIA DE GÉNERO
Este monstruo austriacono es sino la terrible evidencia de un estado de cosas monstruoso en el seno de la familia tradicional y en general de la violencia de género instaurada (incluso institucionaliazada) en nuestra sociedad. No es un caso excepcional. Es un síntoma. Podría decirse que el monstruo no ha hecho sino llevar actualmente a sus últimas consecuencias las condiciones seculares de las relaciones hombre-mujer, en las que el incesto, la violación, el maltrato y la humillación han estado siempre presentes. Cualquiera puede leer los textos sirios de hace 5.000 años o los textos bíblicos de hace 3.000 años y darse cuenta de cómo el hombre ha "culturalizado" su dominación sobre la mujer.
La violencia de género (que lleva a la tumba a docenas de víctimas cada año en nuestro país) no está siendo todo lo atendida que debería, pese a que pueda dar la impresión de que sí.
No hay ni que ser feminista para reaccionar ante una violencia estructural arraigada en nuestra sociedad y universalmente consentida y apoyada (incluso jurídica e institucionalmente en muchos países). Europa, Occidente, no tiene muchas buenas razones para dar lecciones a ninguna otra cultura del mundo al respecto: aquí aún perduran atávicas creencias sobre el papel de la mujer en la sociedad.
Un papel que las mujeres sólo a fuerza de muchos sacrificios (incluso el de su vida) están poniendo en cuestión. Pero, ¡ay!, no todas las mujeres. Y, desde luego, la mayoría de los varones no. La Iglesia Católica (el producto más europeo que existe en nuestra cultura, seguido a mucha distancia por el protestantismo) es un ejemplo evidente de hasta donde puede llevar el machismo elevado a categoría teológica. Pero antes que la Iglesia Católica ya estaba el poder machista instalado en el cristianismo primitivo, digno sucesor del terrible poder machista del judaísmo y de las sociedades indoeuropeas.
Un monstruo como el que ahora asoma a la mirada pública desde la "educadísima" Austria, no nace: se hace. Se ha hecho durante siglos y siglos en la escuela del poder pantagruélico del varón humano. De forma que ya nos parece que tal monstruo "nace" como un producto de taras psicológicas, etc.
La realidad, sin embargo, parece indicar que el estado de las cosas en las relaciones de género no es ni con mucho el que pretendemos hacernos creer un@s a otr@s para tranquilizar nuestras conciencias.
Dicho rápidamente, cualquiera de nosotros podría decir, parafraseando a Flaubert: "El monstruo de Austria soy yo". Y no iríamos nada desencaminados.
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