THOMAS MANN: MARAVILLAS DE LA PALABRA
MARAVILLAS DE LA PALABRA EN THOMAS MANN
Si todo su “José y sus hermanos” es una evidencia magnífica de capacidad creativa, precisamente por venirle dado a su autor argumento y personajes del relato por un texto universalmente conocido, la sexta parte del tomo Tercero, titulada “La mujer dañada por el amor”, es una prueba de las maravillas de la palabra cuando ésta es utilizada por un buen escritor.
En ella Thomas Mann recrea el proceso del enamoramiento de la mujer de Putifar. Parte de la hipótesis de que la mujer no pudo llegar sin transición al momento en que hizo a su joven sirviente su “proposición irrespetuosa”.
Recordemos el téxto del Génesis (Gen. 39,7): “Pasado cierto tiempo, la mujer del amo puso los ojos en José y le propuso: Acuéstate conmigo”. Desde la llegada de José a Egipto hasta ese momento sólo se han escrito seis versículos en total (Gen. 39, 1-6), que comienzan con “Cuando llevaron a José a Egipto, Putifar…” y terminan: “José era guapo y apuesto”.
Sin contradecir al texto transmitido, en el que, como puede verse, tal acto irrumpe sin aviso previo, Mann dedica bastante más de cien páginas (275 a 406 de la ed. española) precisamente al espacio en blanco que en la Biblia queda entre el final del versículo 39,6 y el principio del versículo 39, 7, y lo dedica a expresar la profunda transformación que experimenta la mujer de Putifar hasta llegar al extremo de hablarle a José de tal forma. Y esas páginas (toda la sexta parte y el comienzo de la séptima, “El pozo”) contienen uno de los textos más hermosos que se han escrito nunca en cualquier idioma sobre los gozos y los tormentos del enamoramiento.
Y no es la”originalidad” lo que marca y distingue esas palabras, sino algo mucho más sutil que tiene más que ver con la inspiración artística: se trata de la forma en que van emergiendo, el ritmo cadencioso en el que las escenas se suceden, la variedad de planos narrativos en los que va abriéndose poco a poco, pétalo a pétalo, esa rosa del amor que nos emociona como si fuese la primera y única rosa del planeta y a la vez asombra porque muestra en sí misma todas las características reconocibles en todas las flores conocidas.
Esta tarde he leido en “El País” que casi la mitad de los españoles no ha aprendido un idioma extranjero. Incluso los jóvenes comprendidos entre los 18 y los 24 años “consideran difícil” aprender el inglés. Y un 55% de los mayores de 54 años “no manifiesta interés en aprender otras lenguas”. ¡Qué desperdicio de inteligencias! ¡Qué ocasiones de disfrute perdidas!
Lamento muchísimo estos días no haber aprendido la lengua alemana cuando, de joven, me acerqué a esa lengua y pude haber continuado aprendiendo. Teníamos en la Universidad a Benno y a Suzane Hübner de profesores, recién llegados de Alemania, con todo su entusiasmo. Pero sólo estudié un curso (con Suzane) y luego todo en mi vida se disparó en direcciones inesperadas y todo fue intentar, días y noches, hacerme comprender en castellano entre quienes iban engrosando las filas – cada cual en sus filas: éramos pocos pero muy espléndidamente distribuidos - de la resistencia antifascista (y ni siquiera eso, por lo que pronto pude ver, conseguí hacerlo como hubiera sido necesario).
Ahora, pues, sólo puedo valorar este texto de Thomas Mann a través de una traducción (que siendo muy buena no deja de hacer sospechar raros desfallecimientos). Con todo, la propuesta: la estructura, la construcción, el diseño y el adorno de esta escritura, debe de ser tan potente en el original que se nos manifiesta incluso en nuestra propia lengua.
Y hoy, leyendo las idas y la vueltas de las palabras que dan cuenta del enamoramiento entre la mujer de Putifar y José (pues de los dos se trata, por más que sea ella la que avanza paso a paso, no sin temblar pero sin detenerse nunca, esa senda) como se contaría (así lo cuenta Mann, realmente) el primer enamoramiento conocido en el mundo y a la vez uno más entre los miles que tienen lugar en ese mismo instante de su lectura, vuelvo yo mismo a mi enamoramiento, y sus palabras me cuentan mi propia historia de amor y todas las que conozco, y en ellas las maravillas del recuerdo y de la vivencia se entrelazan como van haciéndolo en las páginas de esta novela y reviven y constatan una infinidad de sentimientos nunca muertos, que sólo esperan escuchar una y otra vez esa voz literaria en la que, como en un limpísimo espejo, uno mismo - el que fue y el que es y el que desea ser y el que sabe que no alcanzará nunca a ser, y el que desea con todo ser amado tal cual es pero también tal cual desea llegar a ser, y tal cual es amar, amar, amar y ser amado siempre - y uno mismo en ese espejo de espejos puede verse de nuevo, ¡regalo impagable!, sin disimulo, cara a cara. Gracias, por ejemplo, a las maravillas de la palabra en Thomas Mann.
0 comentarios