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javierdelgado

"DOKTOR FAUSTUS" : EL FINAL. (Y EL COMIENZO DE LECTURA DE OTRA NOVELA DE THOMAS MANN)

“DOKTOR FAUSTUS” DE THOMAS MANN: EL FINAL

 

Ahora que ya he acabado de leer el “Doktor Faustus” de Thomas Mann creo que puedo darles más razones (aún) para interesarse por esta novela, por si mis anteriores comentarios no les han hecho ya desear leerla.

 

En cualquier caso, me parece haber dado con una buena idea: ésta de ir comentando la lectura de una obra precisamente mientras se va leyendo, sin esperar hasta el final, de modo que las reacciones que van surgiendo no tengan en absoluto ese aire de “veredicto final” que parece esperarse de una crítica. En realidad, estos comentarios no pueden considerarse como tal. Se trata de otra cosa, llámenla Ustedes como prefieran.

 

Mi lectura de “Doktor Faustus” ha sido todo menos acrítica, pero también todo menos apasionada. Lo escrito escrito está, y es evidente casi ninguna de sus páginas me ha dejado indiferente. Tampoco las últimas doscientas cincuenta, en las que he seguido encontrado aquí y allá motivos de irritación pero también elementos de una gran fuerza expresiva y de un alto voltaje intelectual.

 

 Hay capítulos enteros, como los XLI y XLII (la petición de Adrián al violinista), los XLIV y XLV (el del “sílfico” niñito Eco), el XLVII (la confesión de Adrián) que me desagradan indeciblemente.

 

 Pero hay páginas sobre Hegel y Kant a proposito de la música (634), sobre la réplica “diabólica” a la Novena de Beethoven (662: “lo que no puede ser”), sobre la relación entre las privaciones y la creatividad (669), sobre la música como lamento (673) y la cantata de Adrián “Lamento de Doktor Faustus” (669-681) o, por último, las consideraciones del Epílogo sobre la acogida de su madre al enfermo Adrián (703-708) que me han emocionado…para bien.

 

De hecho, en muchas de las páginas del “Doktor Faustus” de Thomas Mann, ahora puedo decirlo con total rotundidad, he encontrado un potente iman que ha orientado mis pensamientos y una contínua sugerencia intelectual. De ahí mi lectura de la biografía de Thomas Mann por Kreuzke y de los textos de Lukàcs referidos a esa novela suya.

 

Me he reencontrado ante la expresión de un nudo problemático importante: la crisis de la cultura europea del siglo XX, el agotamiento de ciertas formas de expresión artísticas, el debilitamiento de la gran corriente humanística y racionalista heredera del siglo de las Luces, de los ideales del Renacimiento y, en definitiva, de los moldes de la civilización clásica  grecolatina. Con el transfondo de las contradicciones sociales y políticas de la Alemania embarcada en dos grandes Guerras Mundiales.

 

A la expresión “desde dentro” de tales contradicciones (desde la óptica de la “alta cultura germánica”) hubo de atender una de las cabezas mejor dotadas del campo marxista, la del húngaro György Lukács, cuya lectura, y la de las novelas de Thomas Mann (¡ya hace casi cuarenta años!)  influyó mucho en mi formación intelectual. En mi juventud intenté aproximarme a ese nudo de asuntos (al que llegué por las obras de Bertold Brecht, la tercera pata del banco) y lo intenté porque de una forma natural hice mías las contradicciones que se expresaban y a las que se pretendía dar distintas salidas. Entonces fue primero Brecht, segundo Brecht y tercero Lukács, quienes me pareció que daban respuestas más interesante al asunto, al que también me pareció necesario acceder vía Nietzsche pero no via Sartre, y esto último por una dificultad mía de receptividad (que se mantuvo ya siempre, ¡qué le vamos a hacer!).

 

La vida (la mía y la de millones de personas) ha dado varias vueltas en los últimos cuarenta años y todo lo que nos ha tocado vivir y ver vivir  puede que haya tenido como consecuencia una vuelta – al menos, en mi caso – a los asuntos de fondo de aquella crisis cultural embarazada de una crisis de civilización. Y aquí ando de nuevo leyendo a Thomas Mann, como quien se da una segunda (o enésima) oportunidad.

 

Y me importa decirles que, a pesar de mis rechazos hacia muchos de los recursos literarios de Mann (con quien, por otra parte, sigo sin tener ganas de tomarme ni media cocacola), la reciente lectura del tomo III de su tetralogía “José y sus hermanos” y sobre todo ésta de “Doktor Faustus” (pero me alegra ver que tanto su biógrafo Kreuzke como Lukàcs también conectan temáticamente el José de Mann con su Fausto), estas obras me han hecho recordar a otros autores que, como Foucault o Derrida, me parecieron también seriamente importantes y a los que no encuentro actualmente interlocutores de su talla.

 

¿En qué novelista de mi generación (no digo necesariamente español) pueden encontrarse análisis de fondo sobre la crisis cultural (y etcétera) en la que nos encontramos tan rícamente (algun@s) globalizados? ¿Qué autores se dedican a enfocar los problemas actuales desde su raíz? ¿Quién se arriesga, en esta época de cinismo, a plantearse las cosas de la vida seriamente, con la gravedad que requieren? ¿Quién se aleja del corro del jajajá?

 

¿O soy yo el que no ha conseguido aún llegar, no ya a la posmodernidad, sino a la mismísima, ya antiquísima, modernidad?

 

Así que esta mañana, aprovechando que hacía un viento agradabilísimo (que no disfrutábamos en Zaragoza hace ya varios días), me he acercado a una librería y me he comprado una de las pocas novelas de Thomas Mann que me quedan por leer y también una de las últimas que escribió: “Carlota en Weimar”, en traducción de Francisco Ayala (Alfaguara, 2008).

 

Y hasta puede que les vaya contando en este blog qué tal me va sentando su lectura, lo que (se) me va ocurriendo. El que avisa no es traidor…

 

 

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