¿QUÉ ARTE PARA EL SIGLO XXI?
ARTE PARA EL SIGLO XXI
Seguramente mi mayor dificultad para “(re)encontrarme” con Thomas Mann…y con Lukàcs radica en mi desacuerdo con sus análisis sobre las características del arte sumido en la crisis del siglo XX:resumiendo el asunto, tanto uno como otro estaban muy seguros de que el sustento del nuevo arte “burgués” emergente (en música sobre todo, pero también en literatura) nacía de la irracionalidad y que ésta era “diabólica”. Por su parte, Brecht (tras una primera etapa estupendamente ácrata e iconoclasta) tampoco dejaba de alertar contra “el irracionalismo mistificador” y se esforzaba en proponer un arte “científico”.
Recuerdo muy bien cómo me afectaron sus opiniones (y sus obras de creación) cuando comencé a leerlos asíduamente a los quince años. Acababa de leer “El Anti Dühring” de Engels y la cuestión que Brecht me planteaba era si frente a las diversas formas del arte “burgués” había una respuesta, y cuál, desde el lado del proletariado, etc. El debate sobre el “realismo socialista” aún estaba vivo (¡cosas de la resistencia antifascista!) en la izquierda española, entre cuyos artístas, especialmente entre las gentes de teatro, Brecht aún tenía gran predicamento a finales de los años sesenta (en Zaragoza muy especialmente, debido a la “escuela” del Teatro de Cámara dirigido por Juan Antonio Hormigón, que es con la que personalmente tomé contacto por entonces).
Afortunadamente para l@s comunist@s zaragozan@s, la actitud abierta, nada dogmática, de Vicente Cazcarra ante los derechos propios de la creación artística, nos permitió vivir muy libremente nuestras búsquedas personales. Si aquí hubiéramos tenido un dirigente de su talla empeñado en “obligar” a producir en tal o cual sentido (como los hubo en otros sitios) nuestro desarrollo hubiera quedado, sin duda, muy limitado…o nuestra militancia no hubiera durado tanto.
Personamlente, mis lecturas eran de lo más variado y mientras iba devorando a Brecht seguía leyendo con entusiasmo a Valle-Inclán, descubría las paradojas de Kafka, el absurdo de Beckett, los cuentos de Cortázar… y muchas otras cosas que nada tenían que ver con las “doctrinas” imperantes en la izquierda ni en la derecha. Y, por supuesto (un por supuesto, diríamos, generacional), leía a Freud conforme iban apareciendo sus obras en la colección Alianza bolsillo.
A mi alrededor (pero con unos cinco y diez años más que yo), la gente leía por entonces a Marcuse, a Proust (que también estaba saliendo en Alianza), a Fromm (el del “Miedo a la libertad”) y si entraban en teorías, a Hauser (Arte) y a Glucksmann (Literatura). También estaban de moda entonces los tomazos del antropólogo estructuralista Levi-Strauss. Pronto mi amistad con Mariano Anós me llevaría De la Volpe y a tantos otros ensayistas de inspiración marxista que iría publicando la editorial “Comunicación” de Alberto Corazón (rodeado por un sabio grupo de camaradas del PCE puestos al día, con quienes, nuevamente a través de Juan Antonio Hormigón, teníamos contacto algunos militantes de Zaragoza). De modo que aquellas (más suyas) serían también mis lecturas…hasta que al filo de 1971 un (me pareció) entusiasta Juan José Carreras pusiera tras la pista de Gramsci y con ello comenzara toda una época de reflexión, muy distinta, apoyándome en sus muy sugerentes (por entonces aún editados “temáticamente”) “Cuadernos de la Cárcel”.
Volviendo a los últimos sesenta, cuando por esos años comencé a escribir de una forma un poco disciplinada y constante, los poemas y relatos que “naturalmente” surgían de mi cabeza tenían más de expresión (liberadora, para mí) del inconsciente que de reflejo y “mímesis” de la realidad y de sus contradicciones objetivas, etc. Lo “universal” tenía poca cabida en mis escritos y tuve que reconocer ante más de un camarada y amigo que se trataba de textos muy, pero que muy subjetivos. Mi impresión era, dicho rápidamente, que pese a las constricciones de la “doctrina”, todo en el arte, en general, eran aportaciones desde lo subjetivo y que lo que hacían algunos (con mejor o peor fortuna) no era sino erigir rápidamente un monnumento “objetivo” y “universal” a su propia subjetividad.
Si miro hacia atrás a todo lo que he escrito desde entonces nada me desdice de aquella intuición juvenil mía. Creo que si he sido fiel a algo en mi escritura ha sido a la expresión de mi propia subjetividad y si he tenido algún compromiso en la escritura ha sido el de no pretender hacer de ella una “teoría” objetiva. De modo que, mirado con los ojos de Brecht, Luckàcs o Thomas Mann (y otros menos inteligentes, hoy perfectamente olvidados) mi tarea como escritor no puede ser más criticable para mal, y eso, lo reconozco, me preocupaba. Pero ¡ahí está!, ¡es la mía!
Sin embargo, no puedo decir (como ya han tenido Ustedes ocasión de darse cuenta) que las cuestiones teóricas sobre la “respuesta” del arte a la crisis cultural y a la concreta correlación de fuerzas en cada momento de la lucha de clases me sean ajenas. He seguido rumiando una y otra vez aquel alimento intelectual de mi primera juventud (y agunos otros platos de “nueva cocina”) preguntándome siempre por el sentido de mi escritura, su “oportunidad” y su “necesidad”…
A lo largo de casi cuarenta años he ido encontrando (o creyendo encontrar) respuestas concretas a mis preguntas, y así proyecté y realicé libros de acuerdo a esas respuestas que, al menos como aproximación” guiaron mi escritura en cada momento. Pero no ha sido sólo eso (con ser lo más importante para mi vida) lo que me ha interesado, sino el tener un punto de vista “panorámico” con el que poder valorar “históricamente” las obras de mis contemporáneos sin dejarme arrastrar por las modas y los proyectos económicos de salas de arte y editoriales (si es que no son una sola y misma cosa).
Aunque haya concluido (¿concluido?) que mi personal forma de “responder” a las preguntas sobre el sentido de la literatura contemporánea es, y está bien que así sea, la escritura de nuevas obras (o el silencio, que también a veces es una aceptable respuesta); aunque mi “práctica artística” esté ahí como forma de expresión de preguntas y respuestas sobre las cuestiones de fondo, y esa expresión mía personal haya eludido siempre –al menos, hasta ahora – la evidencia de ese debate interior en medio del que han sido escritas, es cierto también que dicho debate ha seguido su curso sin encontrar, desde hace tiempo, cauces por los que discurrir (y vale perfectamente aquí esta expresión).
Seguramente por eso he vuelto a Thomas Mann y a Lukàcs este verano del 2008, no tanto por esperar que sus textos me inspiren ahora directamente (a Mann lo siento francamente lejano y a Lukàcs me parece haberle sepultado una avalancha de realidad bajo la que sus altisonantes palabras me resultan patéticas), cuanto por ver si pueden funcionar como soplillos en el rescoldo y avivar un fuego en el que, para qué voy a nergarlo, me gustaría ver muy altas llamas. O dicho de otra forma, me gustaría atisbar cuál es, a principios del siglo XXI, el sentido histórico del arte que se está produciendo entre nuestros contemporáneos.
No me sirve (del todo) guiarme por mi gusto, andar con los ojos y los oídos muy abiertos, “estar al día”, etc. (Un gusto en cuya formación siempreme esforcé, conscientemente, en que no se produjera un cierre ante - ni mucho menos, contra – nada por dogmatismo ni enclaustramiento y gracias a lo cual aún puedo entusiasmarme con tal o cual obra “sintomática” al menos para mí). A menudo deseo encontrar un estable punto de apoyo intelectual sobre el que sentarme un momento de vez en cuando a recapitular y “hacer balance”. ¿O es que, precisamente, la historia y mi biografía me han arrebatado esa posibilidad de “apoyo seguro” y debo renunciar definitivamente a ella?
Las dificultades actuales de la humanidad en este principio del siglo XXI: el aparente caos en el que se mueven los temibles poderosos de ahora y las contradictorias noticias que recibimos sobre los movimientos de emancipación, ¿requieren, también en el arte, alguna respuesta? ¿No es posible, al menos, hacerse una idea de las necesidades generales de expresión y de las principales propuestas en marcha?
Mientras sigo en un ¡ay!, voy preparando ese libro sobre la luchas obreras en Giesa y alguna otra cosa más relacionada con la transmisión de la memoria de la lucha antifranquista en Zaragoza. Son tareas sobre cuya "oportunidad" y "necesidad" no tengo ninguna duda. ¡Algo es algo!
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