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javierdelgado

SOBRE EL ARBOLADO URBANO

SOBRE EL ARBOLADO URBANO

                 ÁRBOLES DE LA CIUDAD: SÍNTOMA Y SEÑAL


 Podemos convivir con los árboles, y en general con las plantas y otros seres vivos de nuestras ciudades o podemos simplemente coexistir con ellos. Aparentemente nuestro grado de ciudadanía no variará con ello y nos sentiremos igualmente ciudadanos, igualmente partícipes de la vida de las ciudades. Las características distintivas de una ciudad contemporánea no parecen ser precisamente las flores o los árboles que vivan en ella, ni los pájaros que la sobrevuelen ni los insectos que la recorran lentamente. Vías bien diseñadas, densidad de tráfico aceptable, iluminación, señalización, transportes públicos, etc., además de la notable concentración  de establecimientos del sector servicios (especialmente tiendas,  bares-restaurante y lugares de ocio) esos sí son elementos que reconocemos como propios de nuestras ciudades.
Desde el descubrimiento de la electricidad y más aún desde las aplicaciones de la informática al mantenimiento de la habitabilidad de los edificios los grandes componentes naturales de la vida (el día y la noche, el frío y el calor, muy especialmente) la vida de los seres humanos en una ciudad puede desarrollarse “al margen” de los fenómenos naturales. Ése es el propósito del capital, que todas las horas (como todas las medidas, incluidas la monetarias) sean iguales, de forma que a todas horas puedan producirse, distribuirse y venderse las mercancías en cualquier lugar del mundo. Sin duda representa un gran avance para el sistema económico y tiene sus ventajas incluso para la ciudadanía asalariada. La gran desventaja, incluso para el sistema, es que su divorcio con la naturaleza termina por pagarse caro. ¡Incluso en términos de plusvalía!
Desde luego, quienes lo pagamos caro en términos de salud y de salud mental somos la mayoría de la población de las ciudades, obligadas a vivir el día a día como si todo fueran fenómenos artificiales dependientes de nuestras (y más generalmente de otros) decisiones. Pero, ¡ay!, basta que comience a llover cuando bajamos del taxi o el autobús climatizado para que nuestros organismos perciban que no todo (afortunadamente) está controlado. El viento, la lluvia, las temperaturas allí donde no llegan las climatizaciones, los olores diversos que la tierra y el cielo nos envían por encima de perfumes y cosméticos diversos. Así que en el aire comienza la naturaleza a dejarse notar. El aire, que trae y lleva las nubes por el cielo y que a veces acerca a las ciudades el olor sabroso de los campos labrados que rodean las ciudades.
Atendemos al aire y a la lluvia, al sol y a las nubes, al frío y al calor: hasta ahí no ha llegado la artificiosidad de la ciudad. Incluso algunos atienden algunas veces al aspecto de los árboles y plantas que conviven con nosotros desde el momento en que reparamos en ellos. Sólo eso es necesario: reparar en ellos, mirarlos y verlos. No se nos pide más. A cambio, árboles y plantas nos entregarán una gran cantidad de noticias sobre ellos, la ciudad y nosotros mismos. La convivencia con ellos ampliará nuestra propia vivencia cotidiana como seres humanos.

El problema, como siempre, es aprender a mirar, aprender a preguntar y aprender a ver y escuchar lo que los elementos naturales nos transmiten, que es mucho y en gran parte diríamos que en clave o encriptado. No son sus diversos lenguajes (del árbol, de la hierba, de la hormiga, del pájaro…) el mismo lenguaje de los humanos y debemos aprender a descifrarlo. Para ello están los sabios consejos de los zoólogos, los botánicos, los entomólogos, los jardineros, los ingenieros, los arquitectos, etc., quienes tienen por costumbre publicar y difundir de muchas formas sus conocimientos para ponerlos a nuestra disposición, a nuestro servicio.
Aprender a comunicarnos con elementos naturales presentes en la ciudad es una asignatura fundamental en la búsqueda de un equilibrio físico y mental que muchas veces buscamos por otros caminos menos naturales o menos accesibles para la mayoría de la población. Evidentemente, en esa comunicación ya no buscaremos inmediatamente noticias que afecten a nuestra supervivencia básica (como sí las necesitan los habitantes del medio rural, pues de ello depende su sustento, la salud de sus plantas y animales y la prosperidad de su negocio). El habitante de la ciudad tiene otras necesidades de información al respecto, que se confunden más con las zonas vitales de su ocio (especialmente para quienes tienen a su cargo el cuidado de niños o ancianos) que con las de su trabajo, sin dejar de afectar a todas ellas.
Pues bien, restringiéndonos al ámbito natural de los árboles y arbustos que componen el arbolado urbano (al que se une inseparablemente el ámbito de las hierbas, los insectos y los pájaros en un nivel de conexión inmediata), la vivencia de la ciudadanía puede mejorar o empeorar notablemente según incluya su convivencia con ellos o no. El amplio catálogo de las necesidades humanas (asunto sobre el que cabría reflexionar seriamente para separar las vitales de las no vitales y de éstas las ficticias o no atendibles), y más concretamente el catálogo de las necesidades humanas de la población de las ciudades hace siglos (puede decirse que desde la fundación de los primeros núcleos urbanos) incluyó la necesidad de compartir el espacio vital con los árboles. ¿Por capricho, por generosidad, por simple azar?
No parece probable. Bien al contrario, la inclusión del arbolado en la ciudad se debe a razones de supervivencia de nuestra especie, que no sólo necesita de los árboles para beneficiarse de sus frutos. ¿Puede afirmarse que el arbolado urbano se debe a una necesidad ornamental, estética? Puede afirmarse que entre las necesidades de la ciudadanía que buscan ser cubiertas en el arbolado urbano también están, efectivamente, las necesidades estéticas y del disfrute de cuanto supone su faceta ornamental. Pero mientras no comprendamos que nuestro nivel de vida como urbanitas depende en gran medida del nivel de vida del arbolado urbano (y en general, de todos los elementos naturales a que nos referíamos). El estado de los árboles de la ciudad es síntoma y señal de la calidad de vida, del confort vital del que gozamos sus habitantes humanos. Síntoma y señal de ello no lo expresa (no, desde luego, únicamente) la cantidad ni la calidad de los elementos artificiales que se han ido acumulando en busca de una estabilización de las coordenadas de luz, calor y humedad que nos son absolutamente vitales.

No se trata, en modo alguno, de una “vuelta a la naturaleza” en las ciudades, entre otras razones porque la naturaleza siempre ha estado en ellas, porque las ciudades no hubieran sobrevivido ni se hubieran desarrollado sin su presencia. Se trata de que en el mundo de la informática y de la conciencia ya prácticamente universal de la interrelación entre todos los elementos que dan vida al planeta tierra sepamos hacer consciente también nuestra relación con la naturaleza presente en la ciudad. La diferencia entre la coexistencia y la convivencia. En el nivel actual de desarrollo de las ciudades ya no es suficiente para la supervivencia de la ciudadanía con pasar bajo las copas de los árboles con la única percepción de su sombra: en ramas, troncos y raíces está inscrito el código de vital de una humanidad necesitada de apoyos naturales tanto o más que artificiales.
Dramáticamente, la equivocada percepción de la naturaleza en la ciudad como un mero factor de un pasado “superado” (superado precisamente por la urbanización, se pretendió hacer creer), o como mucho como un mero elemento decorativo (como pueda serlo también el mobiliario urbano y la decoración efímera que se dispone en señaladas ocasiones) ha ido ganando la mayoría de las conciencias pese a que al mismo tiempo grupos urbanos de mayor sensibilidad y responsabilidad hayan ido defendiendo la atención esperada del arbolado, la plantación y cuidados, la diversificación de especies, la adecuación del arbolado a las condiciones bioclimáticas de la ciudad, etc.
 Por otra parte, mientras en el ámbito de lo privado particulares y empresas comprenden perfectamente los efectos positivos del arbolado junto a sus viviendas e instalaciones (y así los muy atendidos y apreciados pequeños jardines familiares han recibido el refuerzo de cuidados jardines que rodean sedes de producción o de representación empresarial o institucional), la actitud ante el arbolado urbano público, de propiedad municipal, ha ido siendo cada vez más una actitud de desapego, como si lo público no nos correspondiera atenderlo a cada ciudadano. Precisamente por ello, aunque parezca paradójico, as instancias municipales han podido así  desentenderse durante años de la inversión necesaria para el cuidado de un  arbolado urbano del que nadie ha parecido preocuparse ni ocuparse. Su atención habría caído al nivel de la atención a la recogida de basuras, en la que al vecindario sólo le preocupa que éstas no molesten, pero de las cuales no se plantea cada cual cómo reducirlas o cómo contribuir a su tratamiento. (El colmo es que, de hecho, se ha conseguido concienciar mucho más rápidamente a la ciudadanía sobre la necesidad imperiosa del reciclaje y de su necesaria contribución al mismo que de la necesidad de atender el buen estado del arbolado urbano. Curioso afán “ecologista” que puede dejar perplejo a más de uno).

El arbolado urbano está siendo síntoma y señal de un peligroso desfase entre la atención general a unas u otras necesidades generales que impone la vida en la ciudad. Y la peor forma de enfrentarse a ese desfase es plantearlo como una responsabilidad exclusivamente municipal. Nuestros árboles no sólo enferman y mueren por falta de elementales cuidados. También lo hacen por falta de participación. Los ciudadanos árboles necesitan la de sus conciudadanos humanos.
                                                                       JAVIER DELGADO ECHEVERRÍA

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