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javierdelgado

CARRILLO, ¿HÉROE O VILLANO?

CARRILLO, ¿HÉROE O VILLANO?

En la foto, Santiago Carrillo cuando aún no había consumado su personal Transición

 

CARRILLO, ¿HÉROE O VILLANO?

Artículo publicado en "Heraldo de Aragón" (p. 20) el 26 de septiembre de 20012

 

Al fallecimiento de un político relevante la mayoría absoluta de los juicios sobre el difunto son poco menos que hagiográficos, incluso los emitidos por las mismas personas que cuando el fallecido estaba en el apogeo de su actividad lo juzgaron negativamente. Su muerte activa un proceso de canonización social que consigue silenciar otras valoraciones.

 

Publiqué mis valoraciones sobre Carrillo en diversos medios entre 1979 y 2002, así que me remito a una reflexión sobre el papel de Santiago Carrillo en la transición que ya entonces hice y de la que no me desdigo. Por lo demás, quiero recordar aquí los textos de Manuel Sacristán que por aquellos años desenmascaró la “elaboración teórica” del “eurocomunismo” que Carrillo había improvisado desfigurando penosamente la elaboración colectiva que el conjunto del PCE había ido incorporando a su práctica concreta en la lucha por la democracia. Además, les animo a la lectura del reciente libro del historiador Juan Antonio Andrade Blanco: “El PCE y el PSOE en (la) transición”.

 

Las valoraciones positivas de la figura de Carrillo coinciden en aplaudir su papel en la transición. Merece la pena recordar algunos hechos que no se divulgan, interesadamente, porque conviene preservar una versión de la transición que se acomode a la narración aceptada por los poderes nacidos o renacidos de esa fase de la política española, que reconstruyen infatigablemente una narración del pasado más adecuada a sus intereses en cada momento que a sus posiciones en aquella coyuntura concreta. (El caso de los dirigentes del PSOE resulta especialmente revelador, pero no el único).

 

El sacrificio que se hizo entonces para “asentar la democracia y mantener la paz” no lo hizo personalmente Carrillo sino el conjunto de una militancia bastante amplia (integrada no solamente en el PCE pero sí mayoritariamente vinculada al PCE) cuyas perspectivas en 1975 eran muy distintas a las de 1986. Y lo eran porque, ahí sí, Carrillo se ocupó de que cambiaran esas perspectivas. Resultado de su intervención personalista: Carrillo llegó a ser “una figura clave de la transición” a costa (o a cambio) de desmovilizar a la izquierda más enraizada en la vida cotidiana de la mayoría de la población, más intrínsecamente vinculada a las luchas sociales y, ahí la clave, capaz de conseguir que en la correlación de fuerzas de la primera fase de la transición los limitadores de los avances sociales y políticos hubieran tenido muchas menos bazas en sus manos. Recibieron encantados esos inesperados regalos, porque hasta entonces respetaban y temían la fuerza de la izquierda comunista.

 

Cuando surgieron graves problemas internos en el PCE, Carrillo prefirió destruir el partido antes de que otros pudieran tomar el timón, impedir su buena relación con los dirigentes de las fuerzas políticas adversarias y volatilizar su plan de reencarnación. Quería evitar lo que evitó a su regreso a España: que los dirigentes “del interior”, los verdaderos líderes naturales forjados en las luchas concretas, mano a mano con miles de conciudadanos (no sólo, desde luego, comunistas: sin eso no se comprendería nada) fueran los verdaderos protagonistas de la transición en el campo de la izquierda. Los métodos (de siempre) de Carrillo eran ya incompatibles con la necesaria democratización del PCE en sintonía con la democratización del país.

 

La prueba del nueve del sentido de la aportación de Carrillo a la transición la hizo él mismo, como un “sacrificio” más, creando un partido propio, escindido del PCE, al no poder ya manejar a su antojo el partido... y CCOO. Un partido “carrillista” publicitado como guardián de las esencias del comunismo hispano…Un partido que acabó rápidamente integrándose (y, sintomáticamente, ocupando cargos y puestos electorales) en ese PSOE, por voluntad del propio Carrillo.

 

Carrillo se reservó, en adelante, otro papel: el de tertuliano, figura que durante toda su vida despreció: de pronto, al realizarla él mismo, ya no era una tarea ridiculizable la de quienes se dedicaban a “parlotear”, esos “pagados de sí mismos y representantes de nadie”…  

 

Probablemente mi respuesta a la pregunta que encabeza este artículo parecerá dura. Prueben a leer los textos del propio Carrillo e imaginen lo que él mismo hubiera opinado, antes de 1977, sobre una biografía política semejante.

 

 

 

 

 

 

1 comentario

I.PRADAL -

Javier,en unas pocas líneas has descrito perfecta mente al personaje,al menos para mi.Gracias Javier.